Televisa Kiosco Digital

¿Por qué necesitamos conectar con nosotros mismos y cómo podemos hacerlo? De todo eso nos habla Renata Roa.

Irina siempre fue altanera y engreída, acostumbrada a lujos y derroches. Pero un revés en su vida la puso frente a Eduardo, el muchacho al que ridiculizó en la universidad y ahora está dispuesto a tomar revancha.

POR NONANTZIN MARTÍNEZ

Platicamos con Renata Roa sobre Conecta, una línea de tarjetas de entrenamiento mindfulness que, de una manera práctica, permiten seguir una ruta de acciones para vivir con consciencia y gestionar mejor tus emociones.

Estrés, vida ajetreada, pensamientos que no descansan, mente ocupada todo el tiempo… ¡Pareciera que el cerebro nunca para! Y es necesario que esos pensamientos rumiantes se detengan para concentrarnos y fluir. “Es muy importante que nos detengamos para atender lo que nuestro cuerpo nos está diciendo y trabajar lo que los pensamientos están activando”, nos dice Renata Roa, conferencista internacional, escritora y consultora en mindfulness, un término clave de su línea de tarjetas Conecta, una herramienta indispensable en estos tiempos de prisas, en los que se está en todo, menos con uno mismo.

Para entender el potencial de estas tarjetas, que tienen justamente el objetivo de lograr un estilo de vida donde podamos estar más presentes, empecemos por el principio: el mindfulness. Como dice Renata Roa en su blog: “¿Con qué se come el mindfulness?”, ¿cómo

puede ayudar esta práctica a que una persona conecte consigo misma? Aunque ya estés familiarizada con el concepto, o por lo menos lo hayas escuchado, quizá no acabas de entender del todo de qué va y cómo podría beneficiarte.

Mindfulness o atención plena “es un estado en el que conectas con tu cuerpo y sus sensaciones, a través de la respiración, para atender con completa presencia lo que hay que hacer y empezar a vivir con consciencia”, nos explica la también consultora en imagen pública y comunicación facial.

¿POR QUÉ NECESITAMOS CONECTAR?

“Para vencer tres retos de la vida moderna: intoxicación de cortisol, que genera mucha angustia y limita la buena gestión de los desafíos; intoxicación de dopamina, neurotransmisor que da placer y se segrega a través de recompensas a corto plazo, como las redes sociales o el alcohol, que nos sacan de estados emocionales incómodos; y la falta de atención”, dice Renata, citando a la psiquiatra Marian Rojas Estapé. “En particular la falta de atención me movió a adentrarme en el mindfulness”, enfatiza la experta, y agrega: “Al poner atención plena en lo que veo o hago, honro lo que estoy sintiendo, y estando presente puedo gestionar mejor mis emociones”.

La historia de cómo nació ésta y otras herramientas creadas por Renata Roa es muy interesante. Ella nos cuenta que en las consultorías ‘uno a uno’, las cuales lleva a cabo con las personas que capacita desde hace 18 años, se dio cuenta que dudaban de ellos en lugar de abrazar su poder personal: “Entonces empecé a trabajar en la construcción de una metodología y más recursos para que la gente pudiera seguir este proceso de manera autónoma y con herramientas tangibles. Así fue como, hace seis años, hice Fluye, que es una serie de tarjetas para reescribir lo que has vivido y resignificarlo”, expresa.

Sin embargo, Renata sentía que hacía falta algo, y decidió incorporar a sus servicios, hace tres años, Conecta día, unas “píldoras de mindfulness”, con un proceso más profundo de introspección para que los consultantes tuvieran la opción de volverse autosuficientes. Luego agregó tres “ingredientes” para conformar Conecta noche: metodología, mentalidad y motivación. Y así nació esta colección de tarjetas de las que hoy platicamos, que ayudan a “conectar con estados de relajación a través de técnicas de respiración, mindfulness y visualización para tener un sueño más reparador”.

CÓMO FUNCIONA

“Conecta son dos sets de tarjetas: uno de día y otro de noche. Y los dos contienen 50 técnicas, una por tarjeta, que te acompañan a tomar acción en la implementación de este estilo de vida”, explica Renata, quien nos comparte emocionada que su línea Conecta se ha ampliado con un journal y un deck de 60 emociones “para ponerle nombre a lo que estás sintiendo, a través de preguntas que te guían a transformar la sensación y reencuadrar la situación que está activando esa sensación”, agrega. “Necesitamos parar y atender lo que nuestro cuerpo nos está diciendo, y qué mejor que sacar una tarjeta en la mañana, relajarse para agradecer, dejar las culpas e ir interpretando los mensajes de las emociones; y otra en la noche para relajarse e ir a la cama más ligeros”. Por eso las tarjetas son para los que buscan estar más conscientes y tener un estilo de vida más presente.

¿Qué te parecen estas herramientas de acompañamiento si tienes un estilo de vida ajetreado? Sin duda, son un gran regalo, incluso en el sentido más literal, si quieres iniciar un proceso de transformación. Encuéntralas en su página (renataroa.com) o en sus redes sociales (@renata_roa). ¿Ya la sigues?

Irina abrió la puerta del departamento y se aguantó las ganas de llorar. Era pequeño y deprimente, pero fue lo único que consiguió con el dinero que le quedó después de pagar a los acreedores de su padre. Dio un suspiro y pensó que ya encontraría la manera de salir adelante.

–Yo ocuparé la habitación más pequeña –le dijo María, sacándola de sus pensamientos.

–Qué pena contigo, te merecías tu jubilación por tantos años trabajando para la familia –señaló llorosa.

–Ya no pienses en eso, mi niña –respondió con cariño–. Primero había que cumplir con esos buitres, yo lo único que necesito es un techo y estar a tu lado para cuidarte.

Se abrazaron con cariño mientras llegaban hasta ellas los gritos de los niños que corrían en el patio de afuera, y el aroma de algún guiso que se preparaba en el departamento de junto.

–Prometo que nos irá bien –murmuró Irina, mirándola a los ojos– y prometo que te cuidaré, como lo hiciste tú desde que falleció mi madre. María la quería como a una hija, y la cuidó con más esmero desde que murió doña Anya, cuando Irina tenía nueve años, pero era consciente de que así como el señor Sacha la consintió, ella también la había malcriado. Siempre la apoyó en sus locuras y malas decisiones, como el dejar la universidad para conocer el mundo.

–Qué mejor manera de aprender los idiomas que viajando –le dijo una mañana.

–¿Y la universidad, mi niña?, eso es lo más importante, ¿no crees?

–Pero aburrido, María. Yo no sirvo para estar sentada toda una mañana cada semana y por seis años. No va conmigo. Y ella entendió su forma de ver la vida, pero en la situación en la que se encontraban, no sabía de qué manera les serviría tantos viajes para pagar las cuentas.

–Luego llamaré a mis amistades, seguro que me ayudan a conseguir un buen trabajo.

María bajó los ojos y rogó en silencio por

que así fuera, pero presentía que su niña pronto tendría otro golpe que la despertaría a la realidad.

Irina entró a la que sería su habitación, llevando en su maleta lo poco que pudo guardar después de malbaratar sus chamarras de cuero, sus pantalones de marca y sus elegantes abrigos. También las blusas de seda, la hermosa bisutería que había comprado en diferentes países, todo para sacar el dinero que ahora la alumbraba y que debía cuidar mucho hasta que pudiera vender su Audi.

Cayó sobre el catre que la dueña había dejado, sintiendo que ya no podía con esa realidad. De un día para otro se quedó sin la casa en donde siempre disfrutó de muchas comodidades, y ahora que miraba ese lugar, sólo tenía ganas de llorar.

–Esto es una pesadilla –murmuró, pero sabía bien que esa habitación no era parte de un terrible sueño. Esa noche apenas durmió, y al día siguiente llamó a sus contactos, y ellos la derivaron a otros que le preguntaron qué carrera había estudiado, y ante su respuesta siempre terminaban pronunciando la misma frase: “No podemos ayudarla”.

Fue a la casa de su mejor amiga para pedirle que hablara con su padre, él la tenía que colocar en su fábrica como secretaria. No tenía un título, aunque sabía redactar, manejaba el office, el excel y además hablaba cinco idiomas.

–Mi papá me dijo que vendrías –le dijo Yesy– y él no puede ayudarte. Lo siento. En el mundo laboral ya no basta con terminar una carrera, hay que estudiar un doctorado y tener maestría, y tú no tienes nada.

Irina llegó a su departamento pensando que estaba acorralada, y encontró a María prensando papas.

–¿Harás papa rellena? –preguntó curiosa mientras observaba los demás ingredientes colocados sobre la mesa.

–Sí –respondió sin dejar de trabajar.

–¿No es mucho para nosotras?

–Desde mañana iré por todo ofreciéndolas. el barrio

–No, María, por favor, es muy duro para ti hacer esto, ya estás grande.

–Algo hay que hacer, mi niña, no me puedo quedar de brazos cruzados.

–Espera... algo saldrá.

Las dos se miraron e Irina estalló.

–Dilo tú también... no sirvo para nada –exclamó furiosa–, todo el día me lo refregaron en la cara cuando me preguntaban qué había estudiado.

Se encerró en su habitación y mientras lloraba escuchaba que María seguía trabajando en la cocina. No podía permitir que ella saliera a vender por las calles, y no tenía otra opción que tomar su lugar.

Al día siguiente vio las papas sobre una bandeja cubiertas por un mantel, y a María dispuesta a empezar la venta por la mañana.

–Espera... –dijo resuelta– vamos a vender todo esto, pero no de puerta en puerta.

–No te entiendo –comentó sorprendida. –Nadie hace las papas rellenas como tú, tienen buena textura, ni qué decir del sabor y lo vamos a aprovechar bien.

–¿Qué vas a hacer?

–Por lo pronto ir al bazar de la esquina y luego te contaré mi plan –dijo animada.

Lo había pensado toda la noche, y el negocio de las papas lo iba a llevar a otro nivel. Compró cajas de repostería del tipo picnic, stickers autoadhesivos y un plumón indeleble. Puso una papa rellena en cada caja, y en los papeles escribió: “Un gusto para tu paladar”, y puso el número de su celular para los pedidos. María la observaba fascinada, después de meses veía vida en sus ojos, estaba motivada, y cuando Irina tomaba las riendas todo siempre terminaba bien, pensó.

–¿Y ahora, qué vamos a hacer? –preguntó María al ver las cajas sobre la mesa.

–Me ayudarás a llevarlas a mi auto, éstas servirán de muestras, ya verás que cuando las prueben enseguida nos empezarán a hacer los pedidos.

–¿Y si no funciona?

–Funcionará... –respondió segura.

Irina acomodó las cosas en la cajuela de su carro. Era la única posesión que le quedaba, y por estar a su nombre se salvó de los embargos que los bancos efectuaron contra su padre. Ya estaba a la venta por un precio justo, por eso muy pocas personas llamaban pidiendo información.

María la despidió desde la acera, y ella se alejó dispuesta a recorrer las principales cafeterías de la ciudad. Sabía que muchas eran atendidas por proveedores, y tenía un buen producto que estaba segura apreciarían mucho.

Pasó toda la mañana de un lugar a otro, en algunos sitios la rechazaron con gentileza, y en otros aceptaron que dejara la muestra bajo la promesa de hacer un pedido si les gustaba el sabor. Ella anotaba el teléfono de la encargada y se alejaba esperanzada.

Se detuvo en un semáforo y de reojo vio un atractivo local con tapasol en blanco y verde. “Sabor al Paso”, decía el letrero, escrito en un tablón de madera antigua. Tenía varias sucursales en los diferentes centros comerciales de la ciudad, pero nunca fue una clienta porque en esa época sólo comía ensaladas, y ellos servían entradas y bocadillos consistentes; y eran un buen prospecto si es que no preparaban sus insumos. Se arregló el cabello y bajó del auto E con la última papa rellena que le quedaba. duardo entró a la cafetería sintiendo orgullo de ver otro de sus locales en funcionamiento, en los últimos tres años se había expandido por toda la metrópoli y esperaba seguir creciendo en provincias. Un sueño hecho realidad, ahora tenía el dinero que siempre quiso y podía retribuirle a su madre su esfuerzo para darle carrera.

–Me muero de hambre –dijo.

–¿Por qué no pruebas esta papa rellena? –sugirió su madre, alcanzándole la caja y un tenedor.

–¡Qué rico está! –exclamó mientras comía–, ¿dónde la compraste?, nosotros no tenemos esto en la cafetería.

–Lo trajo de muestra una linda muchacha, no sabes qué ojos azules tenía –comentó admirada–. Si hasta parecía una Barbie, toda rubia y delgada. Fue muy gentil y se le veía con mucha clase.

Eduardo revisó la caja y miró el teléfono.

–Dile a Esperanza que llame y negocie el precio por cien unidades para comenzar, veamos qué rotación tiene entre los comensales.

Cuando Irina recibió la noticia tuvo que aparentar calma, y sólo cuando cortó la llamada abrazó con emoción a María.

–¡La hicimos, nana! –gritó feliz–, ahora a trabajar que debemos entregar el pedido mañana. Tendrás que darme tu receta, porque no pienso dejar toda la carga para ti.

Se fue de compras y esa noche avanzaron con la mitad del encargo, y para el día siguiente ya tenía la orden completa lista para entregar.

–Estaré a la espera para volver a surtirlos –le dijo a Esperanza, la encargada de la cafetería, y cuando ya salía de la oficina tropezó con Eduardo–. Disculpe... –exclamó.

Eduardo la miró y por un segundo retrocedió a esa mañana cuando ella se burló de él frente a todos sus compañeros del salón:

–¿Es verdad que te gusto? –le preguntó Irina, mirándolo con desdén.

–Sí –respondió decidido a ser consecuente por hablar de más con sus amigos.

–¿Acaso piensas que yo podría fijarme en ti? –agregó despectiva. –Me imagino que no, tú sólo te fijas en los chicos de la “clase A” –respondió Eduardo con sarcasmo. –Es verdad, y tú estás muy lejos de serlo. Irina también recordó ese momento y no supo qué hacer, desde ese día él dejó de asistir a los cursos que llevaban juntos, y más tarde ella se fue de la universidad.

–¿Qué haces tú aquí? –le preguntó él sin ocultar su enojo guardado durante años.

–Ella es la señorita Stepánovich –intervino Esperanza–, acaba de traer el pedido de las papas rellenas que tanto le gustaron.

–Eso se cancela –agregó, antes de cerrar abruptamente la puerta de su oficina.

Irina respiraba con fuerza tratando de no rendirse a su angustia. Ese pedido había sido su esperanza y en un segundo él había terminado con todo, así como ella acabó con sus ilusiones de la peor manera.

María la escuchaba llorar sin saber lo que había pasado, apenas la vio aparecer se encerró en su habitación a desahogarse.

–¿Y ahora? –se preguntó, pero el sonido de la puerta la distrajo de sus pensamientos.

–¿Dónde está? –preguntó Eduardo. María sólo atinó a señalar hacia la puerta. Él entró a su habitación y se conmovió al verla frágil y vulnerable, hecha un bollo sobre la cama.

¿Ella era la altanera señorita Stepánovich? ¿La que siempre tuvo la nariz levantada?

–¿Qué haces aquí? ¿Cómo supiste dónde encontrarme? –preguntó Irina, levantándose de un salto.

–Llamé a tu número y me contestó una señora, creo que es la que me recibió. Ella fue muy amable y me compartió esta dirección.

–¿Vienes a seguir vengándote por lo que te hice hace años, Eduardo?

–Mi madre tiene razón, no actué con profesionalismo, vine a recoger el pedido. Luego me mandas la factura, por favor.

–¿La factura? –repitió, mientras se trataba de limpiarse las lágrimas.

Eduardo miró la habitación y recordó la mansión en donde ella vivía.

–¿Qué pasó? –preguntó curioso. –Mi padre murió de un infarto, luego me enteré de que tenía muchas deudas y los bancos me dejaron en la calle.

–Lo siento –dijo apenado.

–Las cosas han cambiado, ahora tú estás arriba y mi posición es otra.

–No lo veo así. Pero lávate la cara que vamos a salir. De prisa, no te tardes.

–¿Adónde?

–A que te registres como una empresa unipersonal. Es sencillo, si no lo haces no podrás dar factura y nadie trabajará contigo.

–¿Por qué me ayudas, Eduardo? –preguntó Irina con un poco de desconfianza.

–Porque veo que estás luchando, y no debe ser fácil después de la vida que has llevado –dijo escueto. Pasaron el resto de la tarde en la administración tributaria, hablando lo necesario, mientras ella ponía atención a todas las obligaciones que de ahora en adelante tendría como empresaria.

–No sabía que tenía que hacer todo eso –le dijo, cuando regresaron a su departamento–. Gracias. –No lo hice como un favor...

–¿Ahora me pasarás la cuenta por esta ayuda?

–exclamó un poco malhumorada.

–Digamos que favor con favor se paga, y necesito tu ayuda. Hay alguien que me gusta y quiero conquistarla.

–¿Y dónde entro yo?

–Ella es muy fina y de buen gusto, y ahora tengo dinero para comprarme buena ropa, pero no sé combinar los colores.

–¿Y qué quieres?

–Que me acompañes de compras, quiero que me ayudes a escoger mi look.

Y cuando estuvo a solas reconoció que Eduardo siempre fue atractivo, y luego de aquel incidente lo extrañó en el salón, eran sus ojos los que seguían sus movimientos, y supo que siempre le gustó saberse observada por él.

En los días siguientes tuvo que contratar a una muchacha para que las ayudara con los pedidos que empezaban a llegar con más frecuencia.

–Nunca imaginé que mis papas rellenas serían un éxito –comentó María.

–Es que nadie las prepara como tú. ¿Y cómo me veo? –preguntó Irina, volteando hacia ella con un atractivo atuendo.

–Linda, como siempre, además me gusta que salgas con el joven Eduardo.

–No se trata de una cita, nana, sólo le devolveré A el favor que me hizo. las cinco de la tarde Eduardo pasó a recogerla e Irina no pudo evitar sentirse un poco incómoda con la situación.

–Relájate –le dijo– prometo que sólo compramos algunas cosas y luego te dejo.

–¿Hoy saldrás con esa muchacha?

–No...

–Sé natural, ella puede ser muy fina, pero recuerda que no deja de ser mujer.

–¿Y a ustedes qué les gusta? –preguntó sonriendo. –Que nos miren como si fuésemos únicas. Nos hablen como si nos acariciaran. Que cada momento sea especial –comentó de manera pausada.

–¿Alguien alguna vez te hizo sentir así? –preguntó con aparente indiferencia, pero esperando con ansias su respuesta.

–Nadie... –respondió sorprendida, y se miraron hasta que el claxon de un auto los hizo reaccionar.

Caminaron por el centro comercial guardando cierta distancia, pero empezaron las compras y se contagiaron de alegría. Escogían las camisas o pantalones en medio de sonrisas o muecas que decían “no... eso no va”, y a la vista de cualquiera eran una pareja que disfrutaba e irradiaba frescura.

–Creo que ya tengo todo para empezar a conquistarla –comentó Eduardo ilusionado, observando las bolsas que cargaba.

–No necesitas buena ropa para eso –respondió Irina muy segura.

–Hace unos años no pensabas igual.

–Hace unos años era una tonta, frívola y engreída. Y perdón que te diga esto, pero si la mujer que te gusta es así, no vale la pena. Eres atractivo, con personalidad y además se nota que eres un buen tipo.

Se miraron largo rato hasta que él se atrevió a romper el silencio.

–Es hora de regresar.

Irina asintió con tristeza, le había gustado compartir a su lado y conocerlo un poco más. No sólo era alguien correcto, sino un hombre maravilloso que un día despreció y que ahora empezaba a valorar. l día siguiente se levantó temprano para hervir las papas e ir adelantando el trabajo. Apenas había dormido pensando en cómo sería la mujer que le gustaba a Eduardo, pero se hizo el propósito de no seguir pensando en él y de concentrarse en sus pendientes.

–Debo ir al mercado –dijo María.

–Tú tranquila que yo avanzo con todo.

Se hizo un moño y fue prensando las papas, luego las amasó mientras las sazonaba con sal.

–¿Puedo pasar? –dijo Eduardo, sorprendiéndola en medio de su faena.

–Por supuesto.

–Jamás deben dejar la puerta abierta, es muy peligroso –comentó.

–María salió hace un momento. Y como reflejo buscó un paño limpio para limpiar sus manos, pero Eduardo la detuvo con delicadeza y sin quitarle la mirada metió uno a uno sus dedos a la boca, ante la sorpresa de Irina.

ANo era un gesto cualquiera, y los dos lo sabían. Él no saboreaba la papa que se había adherido a la piel, Eduardo despertaba en ella emociones que agitaron su respiración.

–¡Tiene sabor a ti...! –murmuró, mirándola a profundidad–, deliciosa, tentadora, exquisita, con un gusto a... De pronto calló y ella supo lo que vendría. Eduardo la besó con deseo, dejando sobre sus labios el anhelo que ella siempre había despertado en él.

–Perdón, Irina... debes pensar que me extralimité –dijo angustiado.

–Sólo pienso que me gustó, y que la mujer que quieres conquistar es afortunada.

–Eres tú... –confesó, consciente de que ella podía rechazarlo una vez más–. Nunca logré olvidarte...

–No me diste la opción de pedirte disculpas, de pronto desapareciste de la universidad.

–Dejé ese semestre, no podía volver a verte después de lo que pasó.

–Lo siento mucho –dijo, bajando los ojos–. En realidad, no quise lastimarte. Eduardo levantó con ternura la barbilla de Irina y la miró con intensidad. –Dime algo... ¿crees que ahora tengo una oportunidad contigo? –Siempre la tuviste, pero no quise aceptarlo –respondió emocionada–. En todo momento me afectaba tu presencia; sabía que me mirabas y sólo me movía pensando en ti. Luego desapareciste y sentí mucho tu ausencia.

–Volvimos a encontrarnos y ahora será diferente. ¿Quieres que lo intentemos? –preguntó Eduardo.

–Sí, y deseo demostrarte que ahora soy una mujer diferente –respondió ilusionada.

–Me gustabas antes y ahora me alocas –murmuró cerca de su boca. e besaron con ansias, sin saber que María los observaba desde la puerta, por fin, feliz de verlos juntos. Enseguida salió de puntas y los dejó a solas para que siguieran demostrándose el amor que apenas asomaba y que ahora empezaban a disfrutar con gran intensidad.

S

VANIDADES

es-mx

2023-12-01T08:00:00.0000000Z

2023-12-01T08:00:00.0000000Z

https://editorialtelevisa.pressreader.com/article/283012584494928

Editorial Televisa