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EL EXPRESO DE MANDOVI

Después de salir de Mumbai, el Expreso de Mandovi ofrece una vista de la mayor ciudad de India en todo su esplendor y durante 12 horas se dirige hacia el sur por la costa, hacia el idilio tropical de Goa

Con la misma alegría que el día de mi boda, miro el plato de pollo al curry que sale de la cocina y enrollo mis mangas con impaciencia. Es pollo masala, para ser precisos, una porción de pierna bañada en una rica salsa salpicada de cilantro con tiras de cebolla cruda, cuartos de limón y chiles verdes al lado. Hace más de 10 años que vengo a Olympia Coffee House, en el barrio de Colaba en Bombay, aunque este lugar tan querido existe desde 1918. La verdad es que, con el desfase horario y en busca del desayuno, vine a por su curry kheema pav, pero se había agotado a las 10 de la mañana. Sin embargo, mi plato es un excelente consuelo. Limpio los restos con un roti mantequilloso, con los dedos manchados de cúrcuma y adoloridos, pago la cuenta de apenas 2.60 dólares y salgo a la calzada de Colaba, en dirección a una tienda de ropa Fabindia para comprar pantalones dhoti para el viaje en tren a Goa.

Bombay para algunos, Mumbai para otros, las siete islas selváticas que forman la ciudad son como mil ciudades condensadas en una. Los banianos extienden sus raíces alrededor de edificios art déco y el musgo crece en las paredes de los multicinemas, mientras que los arraigados y los desarraigados conviven en un estado de yin y yang. Hogar del jazz en vivo, festivales literarios, antros, clubes de playa, casas de moda, aldeas pesqueras, dhobi wallahs (lavanderos), dabba wallahs (repartidores de almuerzos), mansiones y barrios bajos, la curiosa y cosmopolita ciudad se apoderó de mí cuando sentí su calor en la piel por primera vez, y nunca he encontrado motivo para dejarla ir. Mi estancia en Bombay es fugaz, así que priorizo mis actividades favoritas: tras el curry y las compras de ropa, voy a comer cangrejo al ajillo a Trishna, paseo por las galerías de arte de Kala Ghoda y disfruto un rollito de pollo en Bademiya, detrás del famoso hotel Taj Mahal Palace. Después, una buena noche de sueño en el hotel Abode, uno de los pocos de estilo boutique en Colaba, antes de tomar el Expreso de Mandovi a las siete de la mañana hacia Goa, un estado famoso por su costa dorada.

Quizá resulte extraño llegar a una ciudad con el único propósito de abandonarla, pero tomar el Expreso de Mandovi por la costa es una aventura en sí mismo; la encarnación de los ferrocarriles indios, con su comida, sus personajes, sus paisajes y su historia. El ferrocarril de Konkan, que se extiende a lo largo de 740 kilómetros desde Bombay hasta Mangalore, es el único tramo de la red ferroviaria de India construido íntegramente por ingenieros indios, que concibieron y completaron un plan que aterrorizaba a los británicos. Tras vadear 1 500 ríos, horadar montañas, soportar corrimientos de tierra y esquivar serpientes y tigres, construyeron 2 000 puentes y 92 túneles para crear una línea que recorre el paisaje más espectacular. Por encima de todo, cuenta con el vagón despensa más elogiado de la red, con paletas de pollo, crujientes pakoras y biryani de pollo que atraen a los aficionados al ferrocarril desde Calcuta hasta Nellore.

El tren sale de la terminal de Chhatrapati Shivaji Maharaj en Bombay -más catedral gótica que nudo ferroviario- y ya está en el andén cuando miro los números de los vagones y subo a la clase dormitorio. Una ráfaga de lluvia desprende un aroma a tierra y flores mientras veo a los viajeros llegar a la estación en trenes locales, saltando por los laterales abiertos con sus mochilas al hombro. Con una sacudida, nuestro tren se desliza

fuera de la estación y una sonrisa se dibuja en mi cara mientras me acomodo para el viaje de 12 horas. No se puede ocultar la verdad a los pasajeros de un tren indio mientras este atraviesa Bombay y deja al descubierto sus entrañas y sus glorias. De los rascacielos cuelgan antenas y aparatos de aire acondicionado, negros y manchados como si hubieran sido dañados por el fuego, y veo más banderas indias que nunca, señal del creciente nacionalismo en el país. Búfalos con rayas en el centro descansan bajo la sombra de árboles pluviales y manchas de loto rosa aparecen en el barro. Parece más limpio que en mi última visita.

Y entonces la ciudad desaparece, abandonada como un grillete mientras el tren avanza a galope a través del campo, con el viento azotando las puertas abiertas de par en par. Me recuesto y tengo una sensación de libertad mientras atravesamos estaciones diminutas, con sus rótulos rojos y azules que pasan borrosamente. Ya hay una aglomeración de vendedores en los pasillos, pelando pepinos sazonados con chile y sal, y llevan bandejas de sándwiches de chuletas de verduras y vada pav, el tentempié por excelencia de Bombay: croquetas de patatas fritas machacadas con ajo, chile y cilantro, colocadas en un pan y espolvoreadas con especias en polvo. A menos de 1.30 dólares por dos, son un tentempié perfecto para media mañana. Al morder su sabor picante y crujiente, oigo cantos y palmas en el pasillo, acompañados del ruido sordo y metálico de una pandereta. En el momento justo, aparecen tres hijras, integrantes del tercer sexo de India, quienes ganan algo de dinero actuando, a menudo en los trenes. Echo un vistazo a sus alegres saris y joyas, y una me guiña un ojo y me saluda con la mano mientras coge con destreza un billete de otro pasajero y lo añade a la colección.

Frente a mí se sienta un hombrecillo con el pelo pintado de naranja y ganas de charlar. Subash Desai vive en las afueras de Bombay, donde trabaja en recursos humanos. Lleva más de 10 años tomando el tren para ir a Pernem, en el norte de Goa, donde su mujer tiene una casa. Le pregunto por qué no coge el tren Jan Shatabdi, más rápido, y me hace un gesto con la mano. "Lo he tomado un par de veces, pero es demasiado temprano por la mañana –dice–. Sale a las 5:45, llega a Goa a eso de las 15:00 y vuelve a Bombay por la noche. A algunos les parece bueno, pero es muy caro". Señala hacia arriba, donde duerme un compañero de viaje. "No hay literas, no se puede dormir, hay que sentarse erguido".

En ese momento llega nuestro almuerzo en envases de aluminio. Quito la tapa e inhalo el vapor del biryani de pollo recién hecho. "Además, la comida es muy buena [en este tren]", se ríe mientras cruza las piernas y come su arroz a cucharadas. Señala por la ventanilla, donde el paisaje se ha transformado en montañas boscosas, praderas de color verde limón y ríos que serpentean. "Este es el río Vashishti –señala–. Es uno de los más caudalosos de esta región, nace en los Ghats occidentales... También hay muchos cocodrilos". En todas las veces que he viajado por esta ruta, nunca se me había ocurrido que las tentadoras aguas pudieran ser trampas mortales donde los cocodrilos flotan como troncos.

Después de que el tren pasa por el pueblo de Anjani, hago una pausa en la puerta y observo cientos de libélulas que revolotean junto a las vías. En primer plano, las hojas de las palmeras están al alcance de la mano, en tanto que los arrozales anegados brillan bajo la luz y la espesa selva tropical se extiende por todas partes. Las cascadas se precipitan por los costados, lanzan salpicaduras a las puertas y los ríos se ensanchan en cada recodo mientras la selva se desliza por las orillas y se adentra en la corriente. A lo lejos, las montañas se ven azules, con sus cabezas rozando las nubes, y me sobrecoge lo que se ha tenido que soportar para construir esta vía férrea.

Por diversas razones, sufrimos un retraso de tres horas, algo habitual en esta ruta, en la cual el transporte de mercancías tiene prioridad y algún desprendimiento de tierra o inundación ralentiza el viaje. Hay una actitud de clara indiferencia ante el retraso, con pasajeros que se encogen de hombros, juegan a las cartas y reparten paquetes de frutos secos y masala. Empiezo a pensar en los próximos días en Goa, donde he reservado una excursión a pie por Fontainhas, en la ciudad de Panjim, el barrio latino de colores pastel de Goa. Fue aquí donde descubrí la Confeitaria 31 De Janeiro, una panadería diminuta que dirige una mujer llamada Gletta Mascarenhas. Con capacidad para menos de cinco personas en el mostrador y un horno de leña que arde en la parte de atrás, produce rollitos de cerdo goano dulces y picantes, empadinhas de camarón y crujientes hojaldres de champiñones, cada uno de ellos un bocado mágico. Mientras tanto, como nunca he estado en Chandor, una aldea antigua tierra adentro, he quedado en ir a ver sus iglesias portuguesas y sus casas patrimoniales con

un tipo parlanchín llamado Pankaj, que ha estado en WhatsApp toda la tarde, deseoso de enseñármelas. Y sin duda pasaré una o dos horas sintiendo la arena dorada entre los dedos de los pies en el pueblo costero de Majorda.

A medida que nos acercamos a Goa empiezan a surgir iglesias de entre la selva y el sonido de los grillos resuena en la oscuridad, que cayó tan rápido que no me di cuenta. Las señales de nuestra llegada se hacen más fuertes a medida que se cierran las maletas, se localizan los zapatos y se desenchufan los teléfonos de las paredes. En el exterior, las palmeras iluminadas a contraluz ondean con la brisa marina y observo cómo las familias de las casas de color rosado se preparan para dormir bajo el acogedor resplandor de los faroles. En Madgaon, mi parada, bajo las escaleras y me alejo para ver partir el tren. Mañana, en Mangalore, el destino final, los vendedores subirán a bordo, se beberá té, se repartirán cartas, se tocará música, se hablará de política, y un nuevo mundo girará entre esas paredes. Pero, por ahora, el Expreso de Mandovi cruje y prosigue su viaje por la costa.

Cómo hacerlo: la agencia de viajes a la medida Luxtripper ofrece un itinerario de 10 noches de Mumbai a Goa, incluidas cinco noches en el tren-cama de lujo Deccan Odyssey, desde 9 185 dólares por persona, con vuelos internacionales, excursiones de un día y traslados privados al aeropuerto. luxtripper.co.uk

Finnair vuela de Heathrow a Mumbai vía Helsinki, con tarifas desde 630 dólares. finnair.com

Más información: abodeboutiquehotels.com makeithappen.co.in

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Editorial Televisa