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EL TREN DEL DESIERTO

Viaje a lo más profundo de la Tierra de los Reyes por la aventurera ruta de pasajeros desde la “Ciudad Azul” de Jodhpur hasta la menos visitada Jaisalmer, con sus edificios dorados en medio de la belleza devastadora del desierto

Nuestro tren apenas ha comenzado a frenar en la estación cuando oigo el familiar sonido de los pies en sandalias que golpean el suelo, seguido de los gritos exaltados de los vendedores que pasan sus cestas. Los que se bajaron se dirigen hacia la salida mientras los demás nos reunimos en las puertas del tren para una pelea con los pasajeros que intentan subir. Han pasado 13 años desde que conocí las peculiaridades de los ferrocarriles indios y me siento como en casa. He llegado a Jodhpur desde Jaipur para embarcarme en una aventura en el tren del desierto hacia Jaisalmer, al oeste de Rajastán, no lejos de la frontera con Pakistán, pero tengo algo de tiempo libre antes de mi conexión, así que salgo a explorar la ciudad de paredes azules.

En mi última visita a Jodhpur compré bolsitas de pimienta, junto con piedras de sal parecidas al cuarzo, y me senté en el patio del haveli de estilo medieval del hotel Khaas Bagh para comer un sedoso curry laal maans de cordero, fumé cigarrillos beedi de canela y apenas vi algo de la ciudad más allá del impresionante fuerte de Mehrangarh, del siglo XV, cuya imponente mole de arenisca roja se eleva sobre la ciudad. Así que esta vez me adentro en Jodhpur con un guía, Mahaveer Singh, quien llega con boina y chaleco, ataviado con unos pantalones de montar negros abombados, ajustados hasta la rodilla. Esperaba el tintineo de las campanas de los templos y el revuelo de las motonetas, pero no oigo más que palomas gordas que gorjean en los arcos mientras recorremos las casas añil de la ciudad vieja, con sus contraventanas de un verde menta, entre las callejuelas de cuatro personas de ancho. Mahaveer avanza por un pasaje de casas más brillantes que el cielo y se detiene brevemente para frotar con los dedos la pintura color cobalto. “El mal olor del índigo mantiene alejados a los mosquitos”, dice y nos cuenta que el pigmento índigo lo produce una planta herbácea. Sin embargo, todo lo que puedo oler es el aroma del pan paratha frito.

Clavadas en las paredes de arenisca hay botellas de Coca-Cola cortadas por la mitad para hacer macetas, pintadas y llenas de claveles rosas, junto a nichos que albergan deidades envueltas en seda que un transeúnte se detiene a limpiar. Habitadas en su mayoría por miembros de la casta brahmánica, hay un fuerte sentido de comunidad, con las ventanas y puertas abiertas, y los residentes en cuclillas. “En las ciudades antiguas, los ancianos juegan a las cartas y chismorrean; conocen a todo el mundo y se sienten seguros, así que no quieren mudarse a otro sitio – me explica Mahaveer–. Sus hijos se casan y se van a las grandes ciudades, pero ellos se quedan”. Y añade: “Yo nací en los alrededores de Jodhpur, nunca salí de Jodhpur, nunca tuve ganas de irme de Jodhpur..., pero sé que Jaisalmer es precioso”.

En este momento, yo tampoco tengo muchas ganas de irme de Jodhpur; apenas he empezado a escarbar bajo su fachada, pero mi tren sale dentro de una hora, así que pasamos por el mercado de Sardar para comprar algo de fruta y comida para el viaje. En un extremo se forman filas para comprar makhaniya lassi (una bebida aromática de yogur hecha con azafrán y agua de rosas) en el Hotel Shri Mishrilal, donde los carritos trituran caña de azúcar para hacer jugo, mientras que, en el otro extremo, Ghanshyam Gawlani, el “hombre omelette”, fríe sándwiches de omelette de queso cremoso masala, cuadrados crujientes que rezuman queso Amul caliente. Tras envolver dos más para el tren, me dirijo de nuevo a la estación de Jodhpur Junction, donde aún no ha llegado el tren especial de pasajeros Jodhpur-Jaisalmer. Los viajeros están encaramados en cajas o tumbados en el andén, usando bolsas como almohadas y viendo telenovelas en sus teléfonos. Los indicadores digitales de los vagones no funcionan, así que merodeo entre la multitud, la mayoría de la cual no viaja, pero se ha reunido ahí para charlar y disfrutar ese calificativo tan indio que es el de “pasar el tiempo”. Entonces aparece una locomotora de color crema y el andén se

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2023-09-01T07:00:00.0000000Z

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