Hay más en este estado que Las Rocallosas

Dunas inquietas, sidra artesanal y sitios arqueológicos a lo largo de la Ruta Federal 160, el camino que prueba que el ombligo de las Rocosas no es el único atractivo de Colorado.

Colorado es sinónimo de montañas. Gracias a la cordillera de las Rocosas, este rincón de Estados Unidos seduce a viajeros de varias partes del mundo. Centros de esquí que marcan tendencia, hoteles históricos que inspiran novelas como El resplandor y postales vanidosas en las que conviven alces y álamos con hojas doradas explican la devoción por este estado.

El imaginario colectivo no se equivoca, pero se queda corto. Más allá de la cordillera estrella del Tío Sam, Colorado existe. Y no solo existe, sino que esconde paisajes que hacen quedar mal a Bob Ross: refugios de vida silvestre donde reina el silencio y parques nacionales en los que no hace falta batallar por un lugar de estacionamiento.

Entre mayo y octubre, cuando los termómetros se muestran benevolentes, el sur de Colorado hace de las suyas. Con uno que otro desvío, recorrer los 315 kilómetros que separan a Cortez de Alamosa suelen ser suficientes para encontrar campos custodiados por grullas, dunas que sirven como toboganes improvisados y cañones repletos de historia. Sin hordas de gente y con montañas, sí, pero sobre todo de fondo.

Sitios arqueológicos discretos

Canyons of the Ancients no es uno más en la lista de monumentos nacionales de Estados Unidos. En buena medida, porque se trata de varios sitios arqueológicos englobados en una zona que rebasa los 700 kilómetros cuadrados. La lista de vestigios anasazi que se pueden visitar, a menudo sin mucha compañía, incluye Hand Painted Pueblo, Lowry Pueblo y Sand Canyon Pueblo. Ubicado cerca de Cortez, el centro de visitantes de Canyons of the Ancients presume un museo, dos sitios adicionales y vistas de postal de la presa McPhee.

Historia y naturaleza de la mano

En el camino hacia Durango, un pueblo con pinta de western, Mesa Verde llama la atención por su importancia cultural. Con más de 5 000 vestigios de la cultura anasazi y el título del sitio arqueológico más grande de Estados Unidos, este parque nacional hace justicia a su fama. Dicho lo anterior, Mesa Verde cobija también cañones que roban el aliento y senderos donde cada tanto se ven coyotes, venados y búhos. Cerca, en el pueblo de Mancos, Fenceline les hace un homenaje a las aves de Colorado con etiquetas de sidra artesanal tan bonitas como deliciosas.

Gruidos en el altiplano

Cruzar el puerto de montaña de Wolf Creek no es cualquier cosa, pero la hazaña se recompensa con parajes que no saben del turismo en masa. Al otro lado de las Rocosas, al este de la divisoria continental, el valle de San Luis revela un desierto altiplánico acostumbrado al silencio. Ahí, cerca del pueblo de Alamosa, se encuentra el refugio de vida silvestre Monte Vista. Entre humedales hechizos y campos agrícolas, el lugar alberga más de 200 especies de aves. En primavera y otoño, decenas de miles de grullas hacen de Monte Vista su hogar temporal.

Arena de altura

También en el valle de San Luis se encuentra Great Sand Dunes, el más joven de los parques nacionales en Colorado. Protegido primero con el título de monumento nacional, este parque se vale de menos de 20 % de su territorio para hacerse notar. Aun con la presencia de las montañas de la sierra Sangre de Cristo, en Great Sand Dunes es la arena y no la grandeza de las Rocosas lo que monopoliza la atención. Con alturas que rebasan los 200 metros, las dunas más altas de Norteamérica seducen a los ojos y las tablas de sandboard por igual.

Marck Guttman es fotógrafo, escritor y partidario devoto del turismo sostenible. Dirige el blog Don Viajes y ha publicado más 800 historias en medios como Esquire y National Geographic Traveler. Las montañas son su lugar feliz y el pan dulce su primer amor.