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Para ayudar a que los elefantes y los seres humanos coexistan debes contemplar cómo piensan ambos.

—Joshua Plotnik, Hunter College

coexistan, debes contemplar cómo piensan los dos”, afirma.

En la provincia de Chiang Rai, en el extremo norte de Tailandia, en la frontera con Laos y Birmania, Plotnik y su equipo realizan su investigación de los elefantes silvestres con ayuda de Ja

Thong, una hembra cautiva de 31 años. Se acerca a tres cajas de acero amarradas a un árbol. Las cajas son una especie de acertijo que pone a prueba la capacidad de los elefantes para resolver un problema. Alcanzar los premios implica que empujen la puerta de una de las cajas, deslicen otra

en la segunda caja y jalen una cadena en la tercera. Ja Thong toca las cajas con su trompa y hocico. Cuando la puerta que debe empujar se abre, luego de unos minutos, parece que lo hizo de forma accidental. La puerta corrediza le toma unos minutos más, pero la más difícil es la cadena. Ja Thong parece desesperada, golpea la trompa en el piso y emite un sonido similar al de una llanta rebotando. Su cuidador la alienta, le grita instrucciones y casi 10 minutos después ya abrió las tres puertas. Cuando Ja Thong lo vuelve a intentar, es más rápida y resuelve los tres acertijos muy rápido.

Uno de los factores clave que determinan si un elefante resuelve los acertijos de las cajas es la persistencia, asegura Sarah Jacobson, doctorante en el laboratorio de Plotnik y que estudia la innovadora resolución de problemas entre los elefantes silvestres de Tailandia. Los resultados preliminares de Jacobson provienen de trampas de cámara que colocó en el santuario Salakpra Wildlife, en el oeste de Tailandia, y muestran que más de la mitad de los elefantes silvestres que se acercaron a la caja de acertijos decidió interactuar con ella. De estos, más de la mitad pudo abrir por lo menos una de las cajas y cerca de una décima parte abrió las tres. Esto muestra una variabilidad en la disposición de los elefantes a probar algo nuevo, así como su aptitud para sortear un desafío. En efecto, los elefantes tienen personalidades únicas que Plotnik y su equipo están estudiando con miras a disminuir el conflicto con los seres humanos. Algunos elefantes de Salakpra tiene la costumbre de salir del bosque para comer los cultivos de yuca. Por ejemplo, si identifican a un elefante especialmente creativo –como el de la oreja herida–, entonces tal vez sonidos o luces parpadeantes lo disuadan más que una reja. En un laboratorio amplio e iluminado en el Instituto de Ciencias de India, en Bengaluru, la bióloga Sanjeeta Sharma Pokharel me muestra viales de vidrio con lo que parece tierra seca. Resulta ser estiércol de elefante.

Tal vez no parezcan importantes, pero esas muestras fecales pueden revelar la cantidad de hormonas del estrés en un elefante en determinado momento. Investigaciones previas han demostrado que el estrés prolongado puede tener efectos negativos en la salud de los animales y su capacidad para reproducirse.

“Quería estudiar qué está pasando dentro del elefante”, explica Pokharel. Dedicó buena parte de su investigación durante el doctorado a permanecer oculta en matorrales cerca de elefantes o siguiéndolos por campos y sembradíos. Esto le permitió recolectar estiércol fresco de dos hábitats en el sur de India: zonas protegidas y Hassan, donde los elefantes viven entre cultivos humanos. Esperaba que los elefantes que se alimentan de cultivos mostraran niveles más altos de estrés por los riesgos que supone convivir con la gente. Sin embargo, para su sorpresa, descubrió lo opuesto: los elefantes que se alimentan de cultivos tienen menos niveles de estrés que aquellos que viven en bosques protegidos. El análisis de su estiércol demostró que una dieta de cultivos era más rica en proteínas. La hipótesis de Pokharel es que, tal vez, una dieta a base de cultivos de mejor calidad compense los riesgos que supone y, como lo indica su estudio, sea un paliativo frente al estrés.

En 2022, Pokharel y Nachiketha Sharma, ambos becarios de posdoctorado en la Universidad de Kioto, Japón, publicaron una investigación sobre la conducta de los elefantes asiáticos frente a elefantes muertos o moribundos. Analizaron videos de hembras adultas, que se cree que eran madres, cargando los cadáveres de crías —algo que nunca hacen con crías vivas— y de elefantes reunidos en torno a un cadáver, tocándose con las trompas en lo que parecía ser un gesto de consuelo. Pokharel y Sharma creen que los elefantes sí sienten dolor, pero se requiere más evidencia para afirmarlo con rigor científico. Cuando uno de los revisores de su artículo expresó que en una de sus ilustraciones los elefantes no está mal, si provoca empatía entre la gente”.

En Asia, los humanos y los elefantes tienen una relación milenaria. Sellos de la civilización de Harappa, de más de 4 000 años de antigüedad, representan a elefantes domesticados. Con la llegada de reinos y repúblicas en India durante el primer milenio a. C., el elefante se volvió un prominente animal de guerra —empleado como plataforma de batalla y para atacar a las tropas enemigas— y siguió así hasta hace unos cientos de años, asegura Raman Sukumar, director nacional de ciencias y profesor honorario en el Instituto de Ciencias de India. Cuando dejaron de emplearlos para la guerra, los animales aún eran necesarios para actividades como el transporte de bienes y la tala.

Sukumar especula que el cautiverio de los elefantes africanos no era proporcional en parte porque el norte de África, donde surgieron reinos, no tenía las poblaciones de elefantes que se requerían para sostener su uso bélico a largo plazo. El papel del elefante en la religión también lo ha hecho parte fundamental de las sociedades asiáticas. Los budistas creen que, en una ocasión, Buda reencarnó como elefante blanco con seis trompas y los hindúes veneran a una deidad con cabeza de elefante de nombre Ganesha. Muchos templos en el sur de India, Sri Lanka y zonas del sureste asiático tienen elefantes. Durante el festival de Dasara, una docena de elefantes decorados desfila por las calles de Mysuru, mientras que uno de ellos carga una efigie de la deidad hindú Chamundeshwari. En el festival de Esala Perahera en Kandy, Sri Lanka, cerca de 100 elefantes cubiertos con túnicas, ornamentos, e incluso luces eléctricas acompañan una réplica de un cofre dorado que contiene la reliquia sagrada de un diente de Buda. Esos eventos pueden ser traumáticos y estresantes para los animales, y muchos sufren años de abusos. Cuando no los obligan a actuar, es común que los encadenen en lugares pequeños.

Los budistas creen que Buda reencarnó como un elefante blanco con seis trompas y los hindúes veneran a una deidad con cabeza de elefante de nombre Ganesha.

“La coexistencia no implica tener a un elefante viviendo en tu jardín”, asegura Fernando. Se trata de una “separación en una escala más sutil”. Por eso, su organización aboga por el uso cuidadosamente planeado de dos tipos de rejas eléctricas alimentadas por paneles solares: la reja de la aldea y la reja estacional, ambas con una corriente pulsante que sacude a un elefante sin lastimarlo. La reja de una aldea protege un asentamiento humano y mantiene a los elefantes alejados de las casas y los jardines. Una reja estacional es temporal, se erige solo cuando se necesita proteger un cultivo de los elefantes, con lo cual la zona queda libre para que circulen en ella en otras temporadas. El Centro para la Conservación e Investigación brinda los materiales y la orientación para erigir las rejas, y espera que los pobladores pongan la mano de obra y contribuyan dándole mantenimiento. De esa forma, la

gente asume la propiedad de las rejas, dice Fernando.

No obstante, en una especie de carrera armamentista, los animales ponen a prueba sus límites de manera constante: utilizan las trompas para investigar las rejas eléctricas o empujan árboles sobre las rejas y después pasan por encima de las que cayeron. Fernando se percató de que las rejas deben levantarse cerca de la gente para que los elefantes no intenten desactivarlas.

Hace poco, Fernando visitó el poblado de Sathsurugama, en el sur de Sri Lanka, para inspeccionar la reja colgante que su organización ayudó a instalar en el perímetro de la aldea. Es relativamente avanzada y consiste en una cortina suelta que cuelga desde un alambre a cuatro metros de altura, lo que dificulta que los elefantes la derriben. Al principio, una aldea vecina se negó a instalar la reja, pues creía que no funcionaba, pero ahora que ya vieron que en Sathsurugama sí sirve, Fernando comenta que la aldea ha pedido una. Las rejas eléctricas son “un modelo que funciona” para abordar el conflicto, afirma Sumith Pilapitiya, director de un comité presidencial en Sri Lanka cuya labor es reducir los conflictos entre humanos y elefantes. Este año, el gobierno está incorporando el enfoque del enrejado que desarrolló el Centro para la Conservación e Investigación, en sus esfuerzos de mitigación en tres distritos de Sri Lanka con niveles altos de conflicto.

A unos 50 kilómetros de Bengaluru, cerca de un poblado de nombre Ramanagara, los elefantes se están desplazando en zonas dominadas por los seres humanos por elección propia, debido a que las prácticas mejoradas de riego están dando cosechas todo el año. Srinivasaiah y su equipo estudiaron esas manadas de machos y trabajan con el gobierno y las poblaciones para instalar enrejados eléctricos en la región antes de que lleguen más elefantes, “no para prevenir su presencia, sino para reforzar las capacidades de la gente”. Su programa Frontier Elephant también brinda apoyo para que las comunidades erijan rejas, con algunas diferencias. Cuando los científicos descubrieron que los elefantes ponen a prueba sus rejas, plantaron una franja estrecha de cultivos afuera de estas, es decir, una ofrenda de alimento gratuito. Y parece que funcionó. Srinivasaiah asegura hasta el momento no han roto ninguna reja.

El sistema de advertencia anticipada que se utiliza en Hassan también ha mostrado ser efectivo en otras ubicaciones, como Valparai, su lugar de origen. En esta meseta ondulada con plantíos de té de 220 kilómetros cuadrados en el estado sureño de Tamil Nadu, en India, viven y trabajan cerca de 70000 personas junto a los elefantes, 120 de los cuales pueden pasar por la zona, sobre todo durante los meses de invierno. En 2002, empresas encargadas de los plantíos, que cada año estaban perdiendo un promedio de tres trabajadores debido al conflicto con los elefantes, le pidieron a M. Ananda Kumar, hoy científico en jefe de la Fundación para la Conservación de la Naturaleza, que interviniera. Kumar y sus colegas desarrollaron un sistema comunitario en Valparai para monitorear los elefantes de la meseta y después enviar alertas a los trabajadores de los plantíos por mensajes de texto, voz y radiofaros operados a distancia. Aunque los animales siguen dañando la propiedad, las muertes humanas han disminuido a un promedio de una al año y en dos años no se ha registrado ninguna.

¿Cuál es el futuro del elefante asiático? Sukumar cree que una mezcla de factores climáticos y motivados por el hombre obligarán a la especie a trasladarse a zonas más aisladas. A largo plazo, asegura que esto podría implicar que los elefantes se hagan más pequeños, un fenómeno que ya ha ocurrido en las poblaciones de Borneo, donde son 30% más pequeños que sus parientes. Sukumar señala que ya se han extinguido las especies más grandes de elefantes que vivían en Asia hace milenios.

Por ahora, la reverencia que la gente les rinde a los elefantes modera de cierta forma la tensión entre ambos, destaca M.D. Madhusudan, investigador de conservación independiente y científico invitado en el Centro Nacional de Ciencias Biológicas, en Bengaluru.

“Incluso, cuando no hay espacio físico, hay un espacio cultural muy vasto”, asegura. Tengo uno en mente cerca de Mattala, en el sur de Sri Lanka, cuando una manada de unos 30 elefantes cruza una carretera. Primero, los elefantes hacen tiempo en los matorrales hasta que el tráfico está más tranquilo. Después, los pocos vehículos en la carretera esperan mientras los elefantes brincan con destreza las barricadas, mientras los más pequeños de la manada les siguen el paso con dificultad. Llegan al otro lado y siguen comiendo cuando un coche se detiene. Bajan la ventanilla y un niño pequeño asoma la cabeza, con el rostro iluminado de asombro y placer. Grita la palabra en sinhala para los elefantes: “Aliyo!”

Srinath Perur, escritor y traductor con sede en Bengaluru y Dharamshala, India. Brent Stirton cubre vida silvestre, salud global y medio ambiente.

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2023-05-01T07:00:00.0000000Z

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