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Mexico-Tenochtitlan Mexico-Tlatelolco

RENACEN DE LAS RUINAS

POR LYDIA LEIJA Y RODRIGO ORTEGA FOTOGRAFÍAS DE ANDRÉS SEMO ...................................

La reconstrucción de la centro de lo que ahora conocemos como la Ciudad de México permite desentrañar su pasado y entender su futuro.

“La reconstrucción emociona porque reivindica a Tenochtitlan. Ésta es la ciudad que vive en nuestros corazones y nos duele ver cómo se transformó en la ciudad de hoy.” -Andrés Semo THOMAS KOLE (RECONSTRUCCIÓN DIGITAL)

Xinechiximati, xinechtlachia. Tla xihualhuia, maye in mixtelolo noxiptlan maniz,m ay einmomaczoquitl in aohtic ye tanaz. Nican atezcapan, nican axico; ne nihuehuetla, ne huey in naltepeco, ye huehca poliuhqui in altepetl. Xinechelnamiqui, xinechnotzatiuh, macahmo notocayo motempan huetziz.

Tenochtitlan es una ciudad que muere todos los días. En la cuenca de México, lo sagrado no fue destruido, está enterrado. Ya sea en la traza de sus calzadas, en el habla de los mercados o en un centenario sistema de cultivo, la antigua urbe encuentra siempre grietas para salir a la superficie de lo que hoy es la Ciudad de México. Construida en un islote del lago de Texcoco, Tenochtitlan mantuvo una relación simbiótica con Tlatelolco, su hermana y ocasional enemiga. Si en la primera se asentaba el poder político y religioso, la otra albergaba el epicentro económico que alimentaba a ambas metrópolis. El paso del tiempo desdibujó los límites de las dos ciudades, fusionándolas en una sola población mexica. A pesar de ello, algunas de sus fronteras simbólicas sobreviven hasta nuestros días: los barrios comerciales permanecen donde estuvo Tlatelolco, mientras que el Palacio Nacional, la Catedral Metropolitana y el Zócalo se ubican en territorio tenochca. Entre los siglos XIV y XVI, el islote fue creciendo gracias a la implementación de chinampas, sistema agrícola con el que se construyen tramos de tierra fértil sobre el agua. Se diseñaron acequias, diques y esclusas que suavizaban la relación de la urbe con el agua.

MÉXICO EN UNA LAGUNA. En 1917, casi 400 años después de la llegada de los españoles, el escritor Alfonso Reyes dio rienda suelta a la imaginación y dejó plasmada en Visión de Anáhuac la primera gran reconstrucción de la capital mexica. “En mitad de la laguna salada se asienta la metrópoli, como una inmensa flor de piedra […] Tres sitios concentran la vida de la ciudad: en toda ciudad normal otro tanto sucede. Uno es la casa de los dioses, otro el mercado, y el tercero el palacio del emperador”.

Para su libro, Reyes se valió de los recursos de su época. Se sumergió en las cartas de Cortés, los testimonios de Bernal Díaz del Castillo y echó mano de la poca información que la arqueología podía ofrecer. Hoy, un siglo más tarde, las herramientas tecnológicas, las fuentes históricas y los nuevos hallazgos arqueológicos nos han permitido conocer a Tenochtitlan y Tlatelolco como nunca antes. Con estos ladrillos, en 2023 el artista digital Thomas Kole erigió de nueva cuenta una ciudad perdida hace medio milenio.

GENEALOGÍA DE UNA RECONSTRUCCIÓN. Desde el día de su caída, la capital mexica, sus modos de vida y su relación con el entorno natural fueron objeto de una campaña de desprestigio por parte de los conquistadores españoles. La interrupción aisló al pasado del futuro y trajo consigo el olvido y el desprecio. Sin embargo, la esencia de los viejos espacios se fue filtrando sigilosamente entre las paredes de los nuevos edificios. El ‘palacio del emperador’ (como llamó Reyes a las residencias de la nobleza) devino sede de la administración virreinal, los mercados siguieron convocando en las mismas plazas a públicos cada vez más diversos, y con las piedras de las casas de los dioses se levantaron los templos de la fe dominante.

Una gran catedral fue edificada justo enfrente del recinto sagrado más importante de Tenochtitlan.

Conóceme, contémplame. Ven: que tus ojos descansen sobre mi piel y tus manos apresen el lodo de mis canales. He aquí el lago, el remolino; soy la vieja tierra, soy la gran urbe, una ciudad perdida hace ya tiempo. Encuéntrame en la memoria, invócame, que no caiga de tus labios mi nombre.

El 13 de agosto de 1790, Coatlicue emergió de la tierra. Como reclamando un territorio arrebatado, el monolito de la deidad mexica de la tierra apareció en el sitio arqueológico del Templo Mayor casi tres siglos después de la caída de Tenochtitlan. Cuatro meses y cuatro días más tarde, la Piedra del Sol también salió a la superficie, invitando a la población novohispana de los albores de la guerra de Independencia a mirar su pasado desde un enfoque distinto.

A finales del virreinato, el inevitable descubrimiento de piezas arqueológicas como los monolitos de Coatlicue y la Piedra del Sol invitaron a la población novohispana de los albores de la guerra de Independencia a mirar el pasado desde un enfoque distinto. Latentes y vivas, las ruinas de la Ciudad de México comenzaron a ganar espacio entre la investigación y el arte.

Durante el siglo XX, con el afán de mirar a un pasado que se consideraba glorioso, las escuelas nacionalistas revistieron de mitos a Tenochtitlan-Tlatelolco. Una ciudad ficticia, idealizada, se plasmó en los murales de Diego Rivera; se forjó la idea de la raza de bronce, y en todas las escuelas se repitió la misma historia de nómadas, águilas y serpientes. Para 1964, el pintor Luis Covarrubias daba una amplia perspectiva de la isla en un mural del Museo Nacional de Antropología, recinto que también alberga una maqueta del mercado de Tlatelolco, elaborada por la escultora Carmen Carrillo de Antúnez, que cuenta con tres centenares de figuras humanas y varios miles de objetos en miniatura. Esfuerzos arqueológicos como el Proyecto de Arqueología Urbana y el Proyecto Templo Mayor nos ayudan a comprender mejor a Tenochtitlan.

TENOCHTITLAN 3D. Hoy, la mirada a lo largo del tiempo llega del otro lado del mundo. El artista holandés Thomas Kole ha traído de vuelta a la vida la ciudad que, como una oruga, ha quedado sepultada bajo la gruesa crisálida de sucesivas ciudades ancladas sobre ella. Su reconstrucción fue publicada libre de derechos en el sitio web Retrato de Tenochtitlan, en septiembre de este año. Este retrato tridimensional viene acompañado de retratos vivos de la Ciudad de México realizados por el ingeniero geomático y fotógrafo Andrés Semo.

La minuciosa coordinación entre las vistas aéreas, tomadas con dron, y la reconstrucción 3D de Tenochtitlan nos recuerda que ciertas cosas son más antiguas de lo que parece. “El fantasma de la ciudad todavía se encuentra allí –comenta Kole–. No existe una división real entre Ciudad de México y Tenochtitlan. Es como un degradado; es un proceso. Yo, por ejemplo, no vivo en la Ámsterdam del siglo XV, pero puedo ir al centro y ver edificios de esa época que siguen en pie. Es una pena que en la Ciudad de México no se haya preservado la antigua arquitectura.”

Los viejos canales por los que se transportaban los productos desde las chinampas ahora son ríos pavimentados que recorren una y otra vez los atareados camiones que buscan abastecer la gran ciudad. En los mercados se sigue vendiendo maíz, frijol, calabaza y chile. Las montañas y el sol son los mismos; lo que ha cambiado es la forma de vida y todo lo que esta conlleva.

Nican momatlama in acocillin, oncan motlacua michin tlapictli, motlehuatza atepocatl, tepetzcuintli huan canauhtli. Ompa chinampan izcalia toctli, cecen chantli mopia tochtli huan totollin. Mocuauhtequi, acaltica moyauh, mopepena xochitl yohualcuepon huan ompa tianquizco tlanamacah huan tlacohuah mexica tlatlaca. Aquí se pesca el camarón de agua dulce, por allá se come el pescado cocido en hoja de maíz y sobre las brasas se cuecen el renacuajo, el tepezcuintle y el pato. En las chinampas crecen los brotes, en cada casa se crían conejos y guajolotes. Se corta leña, se navega en canoas, se recoge la flor que abrió durante la noche y en el mercado venden y compran las gentes mexicas.

Sobre la cultura que construyó Tenochtitlan, Kole ahonda: “No hay mucho que discutir respecto a la élite mexica y cómo trataba a los pueblos que dominaba. No eran precisamente ‘los buenos’; sin embargo, esto no demerita la proeza de ingeniería que fue la ciudad. Algo que no capta la reconstrucción es la vida diaria: familias en las chinampas, personas cocinando, regateando en el mercado o transportando sus bienes a lo largo de los canales… Me gustaría invitar a otros artistas a que exploren estos aspectos de la cotidianidad de los mexicas y otros pueblos nahuas. Sería muy interesante fijarse en las cosas que no han sido retratadas antes porque nos ayudaría a tener una imagen más completa de la ciudad”.

Para el público mexicano, navegar por Retrato de Tenochtitlan ha sido una experiencia emotiva. Andrés Semo lo explica: “Si creces en la Ciudad de

México, desde los cuatro o cinco años escuchas sobre Tenochtitlan. Su imagen está en la conciencia colectiva. Pero cuando la ves como una ciudad viva, como un lugar real, es muy impresionante. Este lugar tenía la importancia de Roma o de Constantinopla. Solemos olvidarlo, pero la ciudad solo duró 80 años como sede de un imperio poderoso. La reconstrucción emociona porque reivindica a Tenochtitlan. Esta es la ciudad que vive en nuestros corazones y nos duele ver cómo se transformó en la ciudad de hoy.”

Asomarnos al pasado nos lleva a pensar en el presente. Al contemplar Tenochtitlan y Tlatelolco, identificamos aciertos y fallas en sus sistemas económico y político, pero sobre todo en su relación con la naturaleza. Al demostrarnos lo distinta que era la vida en la cuenca de México hace cinco siglos, Retrato de Tenochtitlan nos invita a

pensar en cómo podemos mejorar nuestro futuro como habitantes esta metrópoli.

RÉQUIEM POR UNA CIUDAD. Semo relata que, al intentar retratar la cuenca de México, se dio cuenta de que esta había dejado de ser “la región más transparente del aire” (nombre que le fue dado por Alfonso Reyes). Para poder tomar con dron las fotos que acompañarían la reconstrucción digital, en particular las del sur de la ciudad, tuvo que hacer varios intentos porque la capa de esmog era impenetrable. Este factor hace aún más dramática la comparación de la Tenochtitlan precontaminación con la actual “ciudad deshecha, gris, monstruosa”, como la describiera el poeta José Emilio Pacheco. “Cuando estaba buscando hacer las tomas aéreas desde el cerro de la Estrella, hubo días en que la contaminación no permitía ver ni siquiera a cinco kilómetros de distancia –confiesa Semo–. Es uno de los sitios desde los que se puede apreciar el nivel de destrucción de la cuenca”. Fueron necesarios 125 intentos fallidos para obtener la foto. “Una mañana pude ver los volcanes desde mi ventana. ‘Es hoy’, me dije. Los volcanes solo son visibles dos o tres días al año”. Kole añade: “Cuando mis colegas vieron las primeras imágenes, les sorprendió la mala calidad del aire. No sabían que habían sido tomadas en días despejados”.

La gran capital mexicana es una trampa. Una metrópoli levantada sobre el agua no tiene más destino que el agua misma. Una ciudad que lucha contra su propia naturaleza está condenada a desaparecer. El lago fue desecado y las zonas chinamperas relegadas a las periferias, los espacios verdes se extinguieron casi por completo. No se puede señalar un culpable: generaciones enteras han sido responsables de la catástrofe ecológica. El daño que comenzó hace 500 años continúa en el presente. Cada día que vivimos en la Ciudad de México participamos de la muerte de Tenochtitlan, de Tlatelolco, del gran lago que hoy habita solo en los libros de historia y de los múltiples asentamientos que se encontraban en sus márgenes. “Hace un siglo, Xochimilco se parecía bastante a como debió ser hace 500 años. Algunos de los cambios radicales de la zona son muy modernos”, aclara Thomas Kole.

Hemos desviado ríos que abastecían a otros pueblos y ciudades, hemos acabado con los mantos freáticos y hemos guiado nuestros desagües hacia los cuerpos de agua cercanos, todo para alimentar a la insaciable megalópoli. El clima se ha visto alterado, hoy las temperaturas son más elevadas que hace cien años; los terremotos tienen un efecto mayor sin la presencia de agua. La zona se ha vuelto árida.

“Debemos replantear nuestra relación medioambiental –concluye Andrés Semo–. La isla central de Tenochtitlan debió tener 2000 habitantes; hoy somos 15 millones”.

La ironía de una capital inundada, y a la vez carente de agua, demuestra que la naturaleza siempre encuentra su camino de regreso. Quizá en el futuro Tenochtitlan se transforme en una Atlántida mesoamericana, la ciudad que fue del agua y regresó a sus lacustres orígenes. ◻

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2023-11-01T07:00:00.0000000Z

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