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Desvelando maravillas ocultas D

LA FOTOGRAFÍA TIENE LA CAPACIDAD DE CAPTURAR HISTORIAS QUE EL OJO HUMANO NO DISTINGUE, Y ESTO NOS “ENSEÑA A VER EL MUNDO DE OTRA FORMA”

POR ANAND VARMA

DE NIÑO SOÑABA con ser biólogo marino y vivir junto al mar. A los 20, me presentaron al fotógrafo David Liittschwager, quien me contrató para ayudarlo con un encargo sobre la vida marina para la revista National Geographic.

Pasamos 10 días a bordo del Oscar Elton Sette, un crucero de investigación de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) que zarpó de la costa de Kona, en Hawái. El encargo de David consistía en documentar la biodiversidad de la superficie del océano. Mi labor era recolectar especímenes para que los fotografiara. Todas las noches, cuando el Sette había completado su misión científica, alumbraba la superficie con una lámpara flotante desde babor. Como palomillas atraídas a la luz, criaturas misteriosas emergían de las profundidades en busca de aquella luz. Relucientes crías de anguilas, diminutos cangrejos transparentes, calamares brillantes. Con cuidado, seleccionaba a un

embajador de cada especie, armaba peceras para ellos mientras esperaban a que David les tomara una foto glamurosa.

Esas noches a bordo del Sette me hicieron sentir que estaba en otro planeta. Al final de cada una me quedaba sentado, maravillado con mi deslumbrante selección. Nunca había imaginado que existieran esas criaturas tan bizarras en nuestros océanos. No despegaba la vista de las peceras, aquellos seres alienígenas acaparaban toda mi atención. Pero no asimilé la verdadera magia de lo que tenía enfrente hasta que vi las fotografías que David tomó de las criaturas que había estado reuniendo.

La mayor sorpresa fue su imagen de la cría de lenguado que se aprecia arriba. Había atrapado aquel pez por accidente, mientras buscaba un blanco más evidente. Después, cuando inspeccioné los contenidos de mi frasco, me di cuenta de sus diminutos globos oculares que me miraban. El único rasgo que pude distinguir fue el contorno de su cuerpo transparente, que sacudía ligeramente.

Sin embargo, la fotografía de David de este lenguado reveló un universo de detalles que mi mirada entusiasta no había notado. Su lente macro aumentó sus costillas articuladas con elegancia. La iluminación precisa destacaba el arcoíris oculto en la piel del lenguado.

Y el fondo negro eliminaba todas las distracciones para enfocarnos en su modesta belleza.

Años después del proyecto en Hawái me encontraba esnorqueleando de noche en un arrecife de poca profundidad en la Polinesia Francesa. De la oscuridad surgió otra cría de lenguado y se acomodó en mi visor. Dirigí mi linterna hacia el pececillo y vi los colores brillantes y los huesos delicados que la imagen de David me reveló. Antes de trabajar para David había creído que el objetivo de la fotografía se reducía a reproducir una observación para compartir la misma experiencia con los demás. Jamás se me había ocurrido que la fotografía podía expandir nuestra percepción visual y, con ello, enseñarnos a ver el mundo de otra forma. Tamaño. Tiempo. Luz. Enfoque. Son los rasgos de la fotografía de David que profundizaron mi comprensión del pequeño lenguado. Y son las herramientas que la fotografía nos brinda para escudriñar y revelar las maravillas invisibles del mundo.

Por ejemplo, el tamaño. Cuando los editores de National Geographic me pidieron fotografiar una historia de la abeja melífera, no me emocionó mucho el encargo. . Pero, como un joven fotógrafo inseguro, ¿cómo negarme? Así que fingí entusiasmo y acepté un trabajo que no tenía idea de cómo cumplirlo. Comencé averiguando cómo criar abejas en mi patio en Berkeley, California, esperando que, con tiempo suficiente para estudiarlas, descubriría una nueva forma de retratar sus vidas. Un día noté algo fuera de lugar: una joven abeja se quedó atrapada saliendo de la colmena. Con un truco que le aprendí a un entomólogo, me arranqué una pestaña y utilicé la punta delgada y flexible para quitarle un poquito de polvo de la cara. Después coloqué una luz detrás de la colmena para que brillara la cera alrededor de ella. La postura de la abeja me permitió acercar la cámara y capturar rasgos en su cabeza de los que no me había percatado, como sus antenas articuladas y su carita peluda. Le había dedicado un año a mi colmena, pero hasta ese momento nunca había visto una abeja de esa manera. Frente a frente, la intimidad

inspiró nuevas preguntas. ¿Cómo percibe esta criatura su entorno? ¿Cómo me ve? ¿Por qué tiene tanto pelo? Nos identificamos mejor con seres de nuestro tamaño o por lo menos con criaturas que podemos ver a simple vista. Cuando la fotografía aumenta un sujeto, puede romper esa barrera y nos prepara para adoptar perspectivas completamente nuevas.

EL TIEMPO TIENE UN POTENCIAL similar. En 2015 conocí al experto en murciélagos Rodrigo Medellín, en la península de Yucatán, México, donde su equipo había ubicado a una familia de falsos vampiros orejones, una de las especies más grandes de América. National Geographic quería que fotografiara a los murciélagos y Medellín me pidió que llevara un cercado para trabajar con ellos en cautiverio. Llevé una jaula plegable de bateo para beisbol y la coloqué al pie de mi cama en el hotel. Después metimos en ella a un murciélago.

Por la velocidad y el sigilo de los murciélagos es casi imposible rastrearlos con una cámara. No obstante,

Medellín utilizó una técnica muy astuta para lograr que el carnívoro cruzara la jaula volando: utilizó trocitos de pollo crudo como recompensa y eso me permitió predecir dónde estaría y cuándo. Coloqué la cámara para tomar una imagen en un tercio de segundo, a sabiendas de que solo registraría un rastro borroso del movimiento veloz del murciélago. Antes de que la cámara completara su exposición, activé brevemente un flash, con lo que logré una imagen nítida del murciélago superpuesta a su silueta impresionista. Con frecuencia suponemos que una fotografía puede capturar un solo momento, sin embargo, esa imagen ilustra dos intervalos distintos, uno demasiado rápido para percibirlo y otro demasiado lento. Nuestra percepción natural radica en un punto intermedio, una serie de momentos entretejidos en una película cuyo ritmo no podemos modificar. La fotografía nos brinda un medio único y flexible para explorar y retratar el paso del tiempo.

En cuanto a la luz, observa cómo la niebla transforma una señal de tránsito en la fotografía de larga exposición de Lucas Zimmermann, a la derecha. Cada foto es una colaboración con la luz. Los fotógrafos la ubican con ingenio o la manipulan para revelar patrones ocultos. Emplear las capacidades de las cámaras para detectar colores invisibles para el ojo humano amplía nuestra experiencia sensorial.

¿Y el enfoque? En términos generales, los fotógrafos dirigen nuestra atención mediante el enfoque, con habilidades técnicas y una composición meditada que nos invita a detenernos y contemplar las capas de complejidad y detalle en una escena que quizá se nos pudo haber escapado a simple vista. Cuando decidí dedicarme a la fotografía, creí que tendría que renunciar a mi sueño de la infancia de ser científico. Sin embargo, cuanto más tiempo trabajo en ambos campos, entiendo mejor cómo uno refuerza al otro. Es el principio de WonderLab, un centro de investigación que recién fundé (véase la barra lateral). Creo que una fotografía cautivadora tiene la capacidad de cambiarnos. Configura lo que vemos, desafía nuestros supuestos y desarrolla nuestra curiosidad. Nos motiva a aceptar nuevas ideas, extiende nuestro círculo de compasión. Una fotografía hermosa, desconcertante, es un punto maravilloso para empezar a darle sentido a la asombrosa complejidad que nos rodea.

UNA FOTOGRAFÍA CAUTIVADORA TIENE LA CAPACIDAD DE CAMBIARNOS. CONFIGURA LO QUE VEMOS, DESAFÍA NUESTROS SUPUESTOS Y DESARROLLA NUESTRA CURIOSIDAD

Anand Varma, de 368

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2023-12-01T08:00:00.0000000Z

2023-12-01T08:00:00.0000000Z

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