Televisa Kiosco Digital

Fascinación por los pueblos no contactados

PESE A QUE LOS ISLEÑOS DE SENTINEL DEL NORTE VIVEN COMO CAZADORESRECOLECTORES Y ELUDEN EL CONTACTO CON GENTE DE FUERA, NO LES DEJAN EN PAZ

POR ADAM GOODHEART

EN NOVIEMBRE DE 2018, un joven misionero estadounidense nadó desde su bote pesquero hacia una playa remota en el océano Índico, donde isleños indígenas que empuñaban arcos y flechas lo asesinaron. Las noticias de ese encuentro letal en la isla Sentinel del Norte, un pequeño territorio en el archipiélago de las islas Andamán, fascinó al mundo entero. La mayoría desconocía que existía un lugar así en nuestra era: una isla cuyos habitantes, cazadores-recolectores, siguen viviendo en total aislamiento. Confiado, el evangelista John Allen Chau, de 26 años, quería evangelizar a los pueblos nativos de un territorio que, creía, podría ser “el último bastión de Satanás”. Sin embargo, su breve visita le otorgó otra clase de gloria, muy propia del siglo XXI: a los pocos días, la existencia de los isleños se hizo viral sin que ellos tuvieran idea.

En los cinco años desde la muerte de Chau, los sentineleses, como los forasteros llaman a los

miembros de esta tribu, han adquirido un séquito global de culto. Basta escribir “isla Sentinel del Norte” en cualquier buscador para pasar semanas leyendo artículos, entradas en blogs, subreddits y publicaciones en las redes sociales, al igual que escuchando podcasts. Se puede hacer zoom a las imágenes de la isla que han tomado satélites, helicópteros y aviones de pasajeros. Los sentineleses tienen una entrada en Wikipedia de 4000 palabras y varias cuentas falsas en redes sociales (“North Sentinel Island Tourism Office & Coast Guard”, “North Sentinel Island High School Marching Band”). Figuran en cientos de videos de YouTube, con un total de más de cien millones de vistas.

Muchos fans de los isleños los consideran héroes románticos porque rechazan a ultranza el mundo interconectado; se trata de los practicantes más comprometidos del planeta con el detox digital. De algún modo, un par de decenas de miembros desnudos de una tribu, empuñando arcos y flechas, parecen más poderosos –y más humanos– que los miles de millones de terrícolas con sus smartphones.

De muchas maneras, Sentinel del Norte aún es terra incognita. Ningún visitante ha trazado un mapa del interior de la isla, cubierto por una densa selva (más o menos del tamaño de Manhattan), ni ha conversado con sus residentes. Nadie sabe la densidad de población de este lugar, que se estima entre 50 y 200. Nadie, salvo los sentineleses, sabe qué idioma hablan, con qué leyes se rigen, qué dios adoran ni cómo se llama la tribu en su propia lengua. Desde embarcaciones o aeronaves que pasan por ahí es posible verlos pescando con arpón en las aguas poco profundas, navegando en sus canoas por la laguna y apuntando las flechas con las que cazan a su presa. De acuerdo con Survival International, una organización que defiende los derechos de los pueblos indígenas alrededor del mundo, más de cien tribus viven en aislamiento desde la selva del Amazonas hasta el océano Índico e Indonesia. Es probable que los sentineleses sean el pueblo más aislado del mundo, solos en una isla pequeña y remota.

En 1975, National Geographic publicó fotografías dramáticas de los sentineleses mientras lanzaban flechas a una expedición marítima que buscaba “hacer contacto amistoso”, compuesta por antropólogos y cineastas indios. Esas imágenes –que se publicaron con el titular “Las flechas dicen más que las palabras: los últimos isleños de Andamán”– ayudaron a definir a los sentineleses como hostiles y anacrónicos para un público global.

No es atinado decir que los isleños viven apartados de la modernidad: habitan el presente, como todos nosotros. Tampoco carecen de tecnología: un arco sentinelés es una herramienta potente y de hechura hermosa que empuñan con habilidad exquisita, y confeccionan las puntas de las flechas con metal, el cual posiblemente han rescatado de un naufragio cercano. En todo caso, buena parte de los últimos 10000 años de historia de la humanidad han pasado inadvertidos para

DE MUCHAS MANERAS, SENTINEL DEL NORTE AÚN ES TERRA INCOGNITA. NINGÚN VISITANTE HA TRAZADO UN MAPA DEL INTERIOR DE LA ISLA, CUBIERTO POR UNA DENSA SELVA, NI HA CONVERSADO CON SUS RESIDENTES

Sentinel del Norte, en las bodegas de carga de las galeras y las cabinas presurizadas de los aviones de pasajeros. La isla ha eludido casi por completo todos los aparatos e inventos que han conectado a las tribus en cada continente: la palabra escrita, el motor a vapor, los smartphones. Y sin importar lo mucho que sus habitantes hayan deducido del mundo exterior –seguramente, muchísimo– a partir de los contactos pasajeros, no hay forma de que sepan que su hogar es uno de los últimos lugares de su clase en este planeta.

NO PARECE HABER una explicación sencilla sobre cómo es que los sentineleses, entre todas las comunidades

humanas de la Tierra, han conseguido mantenerse aislados por tanto tiempo. Ahora y entonces, en el curso de los últimos siglos –primero cuando los británicos expandieron su imperio hasta las islas de Andamán en la década de 1850 y, más tarde, cuando India se hizo con el control del archipiélago–, varios fuereños han intentado establecer contacto con los pobladores de Sentinel del Norte. Entre 1967 y principios de este siglo, antropólogos del gobierno indio han podido acercarse a la playa en barca, dos veces en 1991, e incluso se aproximaron lo suficiente para pasarles a los isleños cocos y plátanos con el oleaje. Con más frecuencia, los sentineleses se desvanecen en la selva cuando los intrusos se acercan demasiado o responden como lo hicieron con Chau: primero con gestos y exclamaciones que claramente son una señal de advertencia y después, cuando eso falla, con ráfagas de flechas.

Quizá sea menos misterioso por qué la tribu ha mantenido sus defensas con esa tenacidad. El archipiélago de Andamán incluye cientos de islas, algunas fueron hogar de comunidades indígenas pujantes que posiblemente compartían rasgos lingüísticos y culturales con los sentineleses. En el siglo XIX, los británicos hicieron incursiones en las islas y fundaron una colonia penal en una de las más grandes para albergar a decenas de miles de prisioneros de una rebelión fallida en 1857 en la India británica. Las consecuencias fueron espantosas: la enfermedad y la violencia desoló a los isleños; en su intento por “evangelizarlos” y “civilizarlos”, los europeos erradicaron sus culturas antiguas.

Si bien los sentineleses carecen de embarcaciones en buen estado para viajar más allá de su laguna, sin duda los habrán visitado isleños vecinos que les pudieron haber advertido sobre el funesto destino en manos de los colonizadores. Y por lo menos en una ocasión, Sentinel del Norte experimentó una invasión. En 1880, un oficial colonial y antropólogo autodidacta, Maurice Vidal Portman, los visitó “con la intención de entablar amistad con los habitantes”, como lo describió alegremente más tarde. Más bien, arribó con un grupo numeroso y armado de hombres con los que recorrió la isla durante dos semanas; logró capturar y secuestrar a cuatro niños pequeños y a una pareja de ancianos, a quienes llevó a la principal colonia penal británica.

Los seis enfermaron enseguida y la pareja de ancianos murió. Regresaron a los niños enfermos a su isla, cargados de regalos. Uno solo se puede imaginar los microbios desconocidos que llevaron consigo. Por lo tanto, los sentineleses tienen motivos de sobra para responder como lo hicieron en 2004, cuando un helicóptero de la guardia costera india sobrevoló la isla para confirmar que los habitantes habían sobrevivido al tsunami en el océano Índico. Un hombre salió corriendo de la selva y le disparó una flecha al helicóptero. Los oficiales de la guardia costera regresaron con una fotografía impresionante: una figura que atraviesa la playa corriendo, de piernas ágiles como un bailarín, empuña su arco hacia los intrusos en el cielo. No son visibles los rasgos del hombre, pero su silueta borrosa, en contraste con la arena blanca, tiene la atemporalidad de una pintura paleolítica en una cueva y la inmediatez de una señal de alto. Pese a la reticencia de los sentineleses por todos conocida, han comunicado un mensaje fuerte y claro: déjenos en paz.

Al viajar a las islas Andamán, uno de los descubrimientos más peculiares a propósito de los sentineleses es que, de hecho, no están tan aislados, al menos en un sentido geográfico. Solo 32 kilómetros de mar los separan de playas donde turistas practican esnórquel plácidamente.

En mi primera visita al archipiélago, hace 25 años, decidí viajar, de forma insensata e ilegal, a la costa de Sentinel del Norte. (Las aguas que la rodean son una zona prohibida que vigila regularmente la guardia costera india). Contraté a pescadores locales en la isla de Andamán del Sur —que tenía entonces una población de 200 000 habitantes, casi todos migrantes provenientes de la India continental— para cruzar el canal en su pequeña lancha con motor bajo el cobijo de la oscuridad. Llegamos al amanecer al arrecife de

EN EL SIGLO XIX, LOS BRITÁNICOS

HICIERON INCURSIONES EN LAS ISLAS

Y FUNDARON UNA COLONIA PENAL.

LA ENFERMEDAD Y LA VIOLENCIA

DESOLÓ A LOS ISLEÑOS

Sentinel del Norte, donde vimos a tres sentineleses de pie debajo de las copas de los árboles y observamos mientras dos de ellos navegaban en su canoa alrededor de la laguna. Yo estaba tomando fotos y notas, hasta que mi guía me señaló una nubes negras y una tromba marina que venía en nuestra dirección. Después de cinco horas aterradoras llegamos a Andamán del Sur, luego de que casi nos ahogamos por el repentino monzón. De todas formas, regresamos de nuestra aventura a tiempo para almorzar.

HACE POCO VIAJÉ a las Andamán (no a Sentinel del Norte) en un avión de Air India para 200 pasajeros lleno de turistas, en uno de los 10 vuelos diarios desde el continente. Los turistas llegan a un resort y spa de playa que tiene 72 búngalos de lujo –la mayoría con alberca privada–, supuestamente inspirados en las chozas de los indígenas andamaneses. Aunque los sentineleses no pueden ver estas chozas desde sus propios asentamientos, es probable que alcancen a ver el esmog gris-amarillento que se cierne sobre Port Blair, la capital administrativa de las islas. Sin duda, los sentineleses, cazadores-recolectores muy observadores, han visto el mundo exterior con la misma atención que el mundo exterior los ha observado a ellos; quizá todavía más, pues nuestros barcos y máquinas voladoras se han vuelto elementos familiares de su entorno.

El antropólogo indio Vishvajit Pandya, quien realizó varias excursiones en bote a principios de siglo para observar a los sentineleses desde una distancia segura, me contó que en una ocasión vio a uno de los isleños utilizar una lona de plástico azul, que quizá se había caído de un barco, como techo para su choza. La realidad es que los otros 8000 millones de habitantes humanos del planeta estamos invadiendo implacablemente a los sentineleses, con la misma imprudencia e insistencia que los colonizadores imperialistas. El cambio climático, la pesca indiscriminada, la contaminación y los desechos plásticos seguirán como parte de una campaña de desolación contra la vegetación y los animales que los sentineleses necesitan para sobrevivir.

Sin embargo, el misterio de la pequeña isla –y su enorme huella digital– no parece disminuir. Por lo menos por ahora, el aislamiento de Sentinel del Norte tiene un objetivo urgente no solo para los isleños, sino para los demás. La lejanía perfecta del lugar, libre del espacio y el tiempo ordinarios, es nuestra propia fantasía reconfortante: mientras los sentineleses persistan, podemos creer que nuestro propio planeta se conserva, al menos mínimamente, intacto. ◻

Este ensayo del historiador Adam Goodheart es un fragmento de su nuevo libro The Last Island: Discovery, Defiance, and the Most Elusive Tribe on Earth. Goodheart fue consultor y participa en la película The Mission, de National Geographic. Es director del Centro Starr para el Estudio de la Experiencia Americana en la Universidad de Washington en Chestertown, Maryland.

EXPLORA

es-mx

2023-11-01T07:00:00.0000000Z

2023-11-01T07:00:00.0000000Z

https://editorialtelevisa.pressreader.com/article/281582360302182

Editorial Televisa