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ODA AL MODISTO

Misterioso, discreto y prudente, Cristóbal Balenciaga encarnó entre 1937 y 1968 el refinamiento parisino. Durante su vida, el diseñador de moda español fue objeto de la admiración de colegas y periodistas, así como de sus empleadas y clientas. Pero nadie

POR FLORENCIA SAÑUDO

La vida discreta de Balenciaga contrasta con la fama de sus diseños.

Si bien Cristóbal Balenciaga es venerado por fashionistas y expertos, su nombre no está asociado con una prenda icónica como el little black dress de Coco Chanel, tampoco a un momento crucial, por ejemplo, el New Look de Christian Dior, ni ligado con un fenómeno cultural, tomemos a colación el acontecido con Yves Saint Laurent en los 60 y 70. Pero sin grandes anuncios o campañas, sus renovadores aportes a la moda fueron esenciales para revolucionar la industria.

DE GETARIA A PARÍS

Cristóbal nació el 21 de enero de 1895 en Getaria, en el País Vasco español. Su padre, José Balenciaga Basurto, era pescador y Martina, su madre, costurera. Fue el menor de cinco hermanos, pero al fallecer su padre, víctima de un accidente cerebrovascular (cuando él tenía 11), su madre se hizo cargo de la familia cosiendo para clientas adineradas.

En Getaria, la reina María Cristina (madre del rey Alfonso XIII) y muchos nobles solían pasar la temporada estival. El pequeño Cristóbal los veía pasear enfundados en sus fabulosas ropas de París, entre ellos estaban Blanca Carrillo de Albornoz y Elio, marquesa de Casa Torre, quien solía encargarle ropa a Martina.

Cristóbal acompañaba a su madre en sus visitas al palacio Aldamar (hoy día Museo Balenciaga), residencia de Blanca Carrillo. Y un día, cuando la marquesa le preguntó qué quería ser de grande, él respondió: “Diseñaré hermosos vestidos como los que usted lleva”. Ella le preguntó qué sabía del arte de la confección. “Podría copiar su vestido si tuviera la tela de lino necesaria”, le contestó. Ante el aplomo del chico, la aristócrata aceptó el desafío y le envió su vestido y la tela. Cristóbal trabajó sin parar y, unos días después, le entregó el resultado.

Cuenta la leyenda que la aristócrata, encantada, le abrió las puertas de su guardarropa y allí descubrió las más

bellas telas que jamás había visto y decenas de modelos de los mejores costureros de la época. Pero sobre todo, ella se ofreció a financiar su aprendizaje en una sastrería de San Sebastián. A partir de entonces, esta familia y Balenciaga crearían un lazo tan estrecho que, años después, Fabiola, la nieta de la marquesa y futura reina de Bélgica, se casaría en un divino vestido diseñado con maestría por él.

En 1911, el joven debutó en el almacén Au Louvre de París, en San Sebastián, donde perfeccionó su corte y su francés. Y en la primavera de 1917, durante la Primera Guerra Mundial (época en la que la presencia de ricos industriales y aristócratas galos refugiados había creado un bullicioso mercado ahí), Balenciaga abrió su casa y presentó su primera colección. El éxito fue total.

Los años 20 resultaron para él un periodo prolífico, pues las damas de la corte empezaron a encargarle vestidos. Balenciaga contaba con la asistencia de Wladzio Jaworowski d’Attainville, quien desempeñó un papel importante en la dirección de la casa. “Wlady”, como le decía, también era su discreto amante. Su muerte, en 1948, fue un duro golpe para el diseñador quien, desesperado, pensó en abandonarlo todo.

En 1927, el dúo abría una segunda casa: Eisa Couture, con precios asequibles, así como dos sucursales de Balenciaga en Madrid y Barcelona, pero al estallar la Guerra Civil el modisto se estableció en París, donde, con la ayuda de un empresario local, abrió su boutique.

El 9 de agosto de 1937, la maison presentaba su primera colección en un ambiente de gran clase. Las modelos

“La alta costura es una gran orquesta que sólo Balenciaga sabe dirigir, los demás seguimos sus indicaciones”. Dior

lucían trajes de lana para el día, abrigos en línea redingote (chaqueta larga) y vestidos drapeados en colores neutros. Para la noche proponía toques en naranja o violeta, cintas de satén, encajes y fabulosos bordados con incrustaciones de nácar, oro y plata, inspirados en el Greco, Goya y Velázquez.

Sus diseños, a la vez asombrosos y austeros, maravillaron a la audiencia parisina. Su corte se hizo legendario. Nunca se había visto algo así y bastó ese desfile para que Balenciaga fuera elevado al rango de gran maestro.

CREADOR INAGOTABLE

La fama nunca lo atrajo. Detestaba la publicidad y decía que le resultaba imposible explicar su obra (sólo otorgó una entrevista en su vida, a su amiga Prudence Glynn, del diario británico The Times , en 1971). Lo cierto es que las mujeres lo adoraban y lucían sus modelos en cenas chic, bailes, carreras de caballos o estrenos de teatro, a los que él no asistía. Su única pasión era el trabajo, y a veces podía pasar días enteros enfocado en un único diseño que hacía y deshacía hasta perfeccionarlo.

Sus modelos no eran elegantes cisnes, sino mujeres de cierta edad, ni altas ni delgadas, para demostrar que su ropa ponía en valor al cuerpo, cualquiera que fuera su forma.

Balenciaga superó muchos obstáculos, durante la ocupación nazi resistió la escasez de material desarrollando aún más su imaginación y depurando su estilo. No obstante, al terminar la guerra, la moda parisina renació. En 1947 el New Look de Christian Dior hizo su entrada triunfal y muchos se sumaron a la tendencia, pero no así Balenciaga, quien continuó sin mirar lo que hacía el otro gran favorito de la confección francesa. “La alta costura es una gran orquesta que sólo él sabe dirigir, los demás seguimos sus indicaciones”, decía Dior, y Coco Chanel, avara en sus elogios, llegó a afirmar: “Es el único modisto entre nosotros”.

Pero para él la gran prueba fue la desaparición brutal de su compañero Wlady, víctima de cáncer de páncreas,

y nada pudo vencer su melancolía… sólo el trabajo. En consecuencia, los años 50 fueron los más importantes de su carrera. En un periodo de poco más de una década lanzaría la línea barril (1951), el vestido-túnica (1955), el vestido baby doll (1958), el estilo semiajustado (1960), el corte pavo real, más corto delante que atrás (1961), sin olvidar sus innovadoras mangas globo.

EL FIN DE LA ELEGANCIA

El éxito no lo mareaba, ni lo seducía el dinero. Por esta razón se negó a aceptar los jugosos contratos que le ofrecían para sacar provecho de su nombre en Estados Unidos. ¿La única concesión? La fragancia femenina Le Dix (1947) por la que pasó un mes en Nueva York para su promoción, pero indignado con las costumbres que consideraba intrusivas (una periodista le preguntó de qué color era su pijama) nunca más regresaría a ese país.

Cuando el diseñador decidió retirarse, la heredera Claudia Heard de Osborne confesó no saber qué haría con su tiempo, pues acudía a las pruebas con Balenciaga

cada día. Diana Vreeland contó en sus memorias que estaba con la condesa Mona von Bismarck cuando se enteró de la noticia. “Mona no salió de su habitación por tres días. Para ella fue como el fin de una etapa de su vida”. La duquesa de

Windsor, Grace Kelly, Jackie Kennedy y Helena Rubinstein fueron sus fieles clientas, así como las divas Ava Gardner, Ingrid Bergman, Greta Garbo, Marlene Dietrich y Lauren Bacall.

Sin embargo, en los años 60, algo sucedió. La propia Vreeland cayó fascinada por el movimiento que ella calificó como youthquake. Los nuevos ídolos se llamaban Yves Saint-Laurent, Pierre Cardin o Paco Rabanne, y sus desfiles se convirtieron en eventos sociales, mientras que los de Balenciaga seguían siendo como si se tratara de misas silenciosas.

Más aún, la alta costura ya no era la esencia de las firmas de moda, sino los accesorios, el pret-à-porter y los perfumes. Así en 1968, abatido por lo que él consideraba el fin de la alta costura, Balenciaga puso fin a su actividad.

Se retiró entonces a su casa en San Sebastián, con su último compañero, Ramón Esparza. Allí se dedicó a disfrutar, pintar, conversar y a comer en compañía de algunos de sus antiguos ayudantes. Sólo volvió a ser visto en público durante el funeral de Gabrielle Chanel en 1971, y salió de su ostracismo una vez más para diseñar el vestido de novia de Carmen Martínez-Bordiú, duquesa de Cádiz, la nieta del dictador Franco, cuya boda tuvo lugar el 8 de marzo de 1972.

La muerte le sobrevino días después, en Jávea (Alicante), donde había ido de vacaciones. No estaba enfermo ni se le conocía padecimiento grave, pero el 23 de marzo de 1972 sufrió un infarto al miocardio, seguido de un paro cardiaco. Fue trasladado de urgencia al Sanatorio de la Sagrada Familia de Valencia, donde falleció a los 77 años. Fue inhumado en Getaria, su pueblo natal. El Women’s Wear Daily, prestigioso diario de los profesionales de la moda, anunció solemne: “El rey ha muerto”. Nadie tubo dudas sobre a quién se refería.

SEPTIEMBRE 2021

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2021-09-13T07:00:00.0000000Z

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