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GAUDÍ, EL MAESTRO

Uno de los arquitectos más innovadores; te platicamos su vida.

POR MÓNICA ISABEL PÉREZ

El pequeño Antoni veía a su padre hacer calderas. Las láminas de cobre se transformaban en recipientes gigantes en sus manos, a los cuales daba nueva vida y forma. Una labor que también había realizado su abuelo materno. Y, antes, otros de sus antepasados dedicados al trabajo artesanal. Así que creció él conociendo el poder transformador de la imaginación, que convierte cualquier material en objetos bellos y funcionales. Un proceso mágico, como plasmó en su arquitectura.

Era un niño retraído que enfermaba con facilidad, pero le animaba diseñar escenografías para las obras de teatro de su escuela primaria y, desde ahí, se notó la vena artística que definiría su vida. Asimismo, fue el menor de cinco hermanos, de los cuales dos no llegaron a ser adultos. Fue trágico que más tarde fallecieran también su hermano Francesc, a los 25 años, y su hermana Rosa, a los 35. Solamente Antoni llevó en vida el apellido Gaudí al siglo XX y, aunque no tuvo descendencia, gracias a su obra lo ha perpetrado para siempre.

GENIALIDAD O LOCURA

Nadie sabía catalogar a Antoni Gaudí. Era un estudiante que trabajaba con arquitectos reconocidos, pero que no sobresalía en sus calificaciones. En las clases parecía pensar en otras cosas, como en sus actividades extraescolares. Hay que decir que no trabajaba por gusto o por ganas de obtener experiencia, sino por necesidad. Ayudaba a trazar

planos técnicos a Joan Martorell o a Josep Fontserè para mantener sus estudios en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Cuando se graduó, en 1878, el director Elies Rogent (a quien se le debe el diseño de la Universidad de Barcelona, entre otros inmuebles de dicha ciudad) dijo sobre Gaudí que sólo el tiempo diría si le estaba dando el título a un genio o a un loco.

El mundo coincide en que fue lo primero. Aunque nadie descarta lo segundo. Porque si algo hizo Gaudí fueron locuras. Le obsesionaban las estructuras de la naturaleza y consideraba primordial que la arquitectura las imitara. Por eso sus construcciones están llenas de formas sinuosas, texturas y recovecos. Muchos investigadores han estudiado su obra, columna vertebral de la identidad de Barcelona gracias a la Casa Milà, el Park Güell y el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, que aún sigue en construcción, y se han encontrado con que, además de la inspiración orgánica, hay una potente influencia mística-simbólica. El diario El País dedicó un texto a estas obsesiones de Gaudí. En el análisis se lee que han sido reconocidas estrellas de cinco puntas invertidas, escalas 1/666 en sus planos, signos del zodiaco y muchos más elementos que se relacionan con la astrología, la masonería y, en algunos casos, con el satanismo. No se estudia esto desde un punto de vista sensacionalista. Se sabe que Gaudí fue un católico devoto, pero que tuvo un periodo de interés en el ocultismo. También es conocido que frecuentaba las logias masónicas de Barcelona, aunque esto era común en el círculo creativo de la época, y queda en misterio qué era lo que quería comunicar al integrar todos esos elementos en sus edificios. Parecería que existe un mensaje cifrado que une a todos sus trabajos, pero que nadie ha podido leer hasta ahora.

LA GRAN INCÓGNITA

Gaudí es una figura enigmática no sólo por las influencias místicas que colocó en su obra y por su peculiar manera de entender la naturaleza y la arquitectura. Es literalmente un misterio, ya que en la época de su nacimiento los registros no eran estrictos. El suyo está fechado el 25 de junio de 1852, pero se debate si fue en Reus o en Riudoms, municipios de Tarragona, España. El único documento oficial que hay es su fe de bautismo, que fue emitida en una iglesia

“La originalidad es aquello que vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones”.

de Reus, aunque el arquitecto decía que era de Riudoms. Haciendo caso al registro eclesiástico, es común que se refieran a él como “el arquitecto de Reus”, aunque él siempre demostró una gran pasión por la región en la que se encuentran los dos lugares que se disputan su origen: Cataluña.

Su imagen también era un enigma, su retrato más famoso lo muestra anciano, con el pelo blanco. Para colmo es una fotografía en blanco y negro que da pocas pistas de su apariencia. O eso hasta 2019, cuando el investigador Xavier Jové encontró la que se considera la imagen más vieja de Gaudí en un mercado de antigüedades. Se trata de un retrato coloreado que muestra a un joven de perfil. Tiene pelo y barba abundante de tono rojizo. Se ha dicho que era rubio, pelirrojo, moreno cobrizo, que sus ojos eran verdes o violeta… Jové dijo a El Periódico de Barcelona que los ojos del arquitecto eran “como su obra, gaudianos”. Como sea, los análisis han puesto fecha a esa fotografía: 1878, su año de graduación. Y por entonces Gaudí eran un joven con aires de dandy que acostumbraba las tertulias intelectuales y que tenía una gran vida social, algo que cambió de manera radical con el paso de los años.

EL HOMBRE QUE RECONOCIÓ AL GENIO

Siendo recién graduado, Antoni participó en la Exposición Universal de París de 1878, donde Alexander Graham Bell exhibió el teléfono, se gozó de luz emitida por bombillas eléctricas y se expuso la cabeza de la Estatua de la Libertad en el Campo Marte antes de que el gobierno francés la obsequiara a Estados Unidos. Entre todas esas novedades, el novel arquitecto presentó una vitrina hecha para una guantería que destacaba por su diseño modernista. Esto impactó a Eusebio Güell y Bacigalupi, conde de Güell, empresario que vio en esa muestra del trabajo de Gaudí un talento inusitado. En cuanto tuvo oportunidad le ofreció trabajo y de esa unión nació un importante mecenazgo y una larga amistad. Gaudí hizo bodegas para Güell,

pabellones, un palacio y una de sus obras más célebres: el Park Güell, inaugurado en 1926.

Para ese proyecto, Güell le dio al arquitecto libertad creativa. De ahí que sea uno de sus trabajos más representativos. Están presentes las formas orgánicas de la naturaleza, su obsesión por la geometría y la idea de elevar la vivienda a una experiencia artística de gran belleza. Güell y Gaudí compartían ideología política, espiritual y también una gran curiosidad por varias disciplinas. Güell estudiaba lo mismo pintura que química y biología, así que comprendía bien las intenciones naturalistas de Gaudí. Juntos idearon una ciudad-jardín con una vista privilegiada a Barcelona. Planeaban vender ahí 60 viviendas, pero era tan caro y la ubicación se consideraba tan lejos de la ciudad que lo único que obtuvieron fue un fracaso comercial. En una de las casas que sí se habitaron vivió el abogado Martín Trias i Domènech, en otra Gaudí entre 1906 y 1925 y Eusebio Güell vivió ahí hasta el día de su muerte en julio de 1918. Hoy, según datos de la oficina de turismo de Barcelona, el Park Güell es el segundo lugar más visitado por los turistas que viajan a dicha ciudad, siendo superado sólo por el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia.

UN CORAZÓN ROTO

En 1883, con su carrera en plenitud, Gaudí recibió una oferta imposible de rechazar: terminar el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, una construcción que había comenzado un año antes y que había estado a cargo del arquitecto Francisco de Paula del Villar y Lozano, quien la había imaginado como una iglesia de estilo neogótico. Gaudí, quien había sido su ayudante, asistió como invitado a la ceremonia de colocación de la primera piedra sin imaginar que, poco tiempo después, del Villar renunciaría y Josep Maria Bocabella, quien había ideado la construcción y buscado el financiamiento, lo llamaría para darle el liderazgo del proyecto. Gaudí tenía 31 años y, aunque para ese momento no había hecho las grandes obras con las que se le recuerda, se tomó el atrevimiento de cambiar todo lo que su antecesor había planeado. Lo único que no modificó fueron los cimientos, pero lo demás fue una reestructuración tan compleja que la Sagrada Familia aún no ha podido terminarse. Cuando por fin esté lista, será la iglesia cristiana más alta del mundo.

Gaudí era tan religioso que desde joven se sometía a largos ayunos que ponían en peligro su salud. Para él, este trabajo era un honor como arquitecto y como creyente, así que le entregó su vida. Parte de esta inmersión, dicen, se debe a que había tenido una rotura irreparable en el corazón. A dos años de haber iniciado sus trabajos en el templo conoció a la bordadora Pepeta Moreu, una joven rubia y desfachatada que estaba a cargo de coser el estandarte de la Cooperativa Obrera Mataronense, que incluía una figura de la fábrica. Para Pepeta estaba siendo un trabajo insoportable por la cantidad de detalle que requería, así que le escribió una carta de queja al arquitecto del edificio que trataba de retratar su bordado. Ese resultó ser Gaudí, quien se enamoró de ella en cuanto la vio. Era una época dorada para él. El reconocimiento estaba al alza, tenía un mecenas, grandes proyectos y un estilo innegable. Su deseo era compartirlo todo con una mujer curiosa. Y así era Pepeta, una rebelde de los cánones sociales. Se había casado a corta edad con un exsoldado que la abandonó embarazada y trató de mantenerse a sí misma y a su hija tocando el piano en un bar. Al enterarse, su familia decidió apoyarla y así volvió al hogar donde la conoció Gaudí, quien la visitó por cuatro años tratando de cautivarla. Pero Pepeta no era fácil de conquistar. Ella, que decía lo que pensaba, estaba enamorada de otro hombre y opinaba que Gaudí era desaliñado y tenía el bigote “lleno de mocos”. Cuando el arquitecto le pidió matrimonio lo rechazó y él jamás volvió a pisar aquella casa. Tampoco volvió a enamorarse. Aunque intentó casarse con otra mujer que rompió el compromiso para volverse religiosa. Dejó su imagen de dandy, que se volvió cada día más descuidada. Se refugió en el misticismo y en la religión, se volvió hermético y se volcó en su trabajo. Muchos dicen que si Pepeta no lo hubiera rechazado no existiría la Sagrada Familia. Sobre eso, el historiador Agustí Soler registra esta historia de su

“El arquitecto es el hombre sintético, el que es capaz de ver las cosas en conjunto antes de que estén hechas”.

bisabuela en el libro Pepeta Moreu. El gran amor impossible de Gaudí (Ed. Duxelm). Gaudí trabajó sin pausa en la Sagrada Familia hasta su muerte a los 73 años. Los últimos años fue un ermitaño que se dedicó por entero a su obra. Se cuenta que decía a sus colaboradores: “Mis grandes amigos están muertos; no tengo familia, ni clientes ni fortuna ni nada, así puedo entregarme al templo”. Dejó su residencia en el Park Güell (hoy la Casa Museo Gaudí) y se mudó al taller de la iglesia. La construcción era tan cara que llegó a pedir limosna para continuar con su trabajo. Su imagen se degradó al punto en que era confundido con un indigente, y eso provocó el acto clasista que influyó en su muerte.

Una mañana, Gaudí se dirigía a rezar a la iglesia de San Felipe Neri cuando fue atropellado por un tranvía. Quedó inconsciente y, debido a su aspecto de mendigo, nadie le prestó atención. Cuando por fin lo llevaron al hospital y fue identificado, era demasiado tarde. El arquitecto fue declarado muerto el 10 de junio de 1926. Estaba solo, no tenía recursos y no vio terminada su obra máxima. ¿Loco o genio? Gaudí, tanto por su vida como por su trabajo, no puede ser etiquetado con facilidad. Pero quien ha tenido el placer de poner pie en alguno de sus inmuebles puede ver cómo, a través de su desapego personal, consiguió heredar al mundo un resplandor irremplazable.

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2021-06-14T07:00:00.0000000Z

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