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UNA NOCHE DE TRABAJO

En respuesta al deseo de los viajeros de participar en la conservación, la Fundación Naankuse, al este de Windhoek, abrió sus programas de formación de guardabosques a cualquiera que esté dispuesto a participar en patrullajes e intrépidos turnos nocturnos en la selva. Por Hannah Summers

Olvídate de las tiendas de campaña y las antorchas. Esto es acampar diferente. A mi alrededor, mi boma –un anillo de arbustos espinosos de un metro de altura– me protege de cualquier depredador. Sobre mí, un cielo estrellado amenaza con distraerme de mi trabajo. Se podría pensar que aquí, en 89 kilómetros cuadrados de matorral namibio, estaría al acecho de la megafauna: leopardos que recorren la reserva o elefantes que podrían pisotear sin piedad mi campamento improvisado. Pero estoy aquí con un objetivo diferente, en un puesto nocturno como Rhino Ranger, con una tarea: proteger de los cazadores furtivos a la población mundial de rinocerontes, que se agota con rapidez.

Aunque existen academias de guardabosques en todo el mundo para quienes buscan una carrera en la conservación, esta es la primera vez que se ofrece un programa de este tipo a los viajeros, que pueden incorporarse en periodos de una semana a un mes para asumir una función vital de protección de la vida silvestre y trabajar junto a algunas de las personas más inspiradoras del planeta.

¿Su oficina? La Reserva Zannier, una enorme extensión de terreno gestionada por la Fundación Naankuse que rescata y rehabilita animales en peligro. Una pareja de elefantes rescatados de ser vendidos a un circo y cientos de babuinos son algunos de los afortunados huéspedes.

Los otros residentes son pocos rinocerontes –una fracción de los 27 000 que quedan en la naturaleza– en riesgo por los cazadores furtivos. En 2019, solo en Namibia murieron 41 rinocerontes negros adaptados al desierto. El objetivo de los cazadores es el cuerno de este animal, considerado una cura milagrosa por miles de consumidores en China. Un cuerno puede pesar hasta ocho kilogramos y cada kilogramo está valuado en una cifra que oscila entre 555 000 y 2 000 000 de pesos. Unas cuentas sencillas demuestran por qué los animales son tan demandados.

Aunque las donaciones para la lucha contra la caza furtiva son importantes, hay otra clave del éxito. “Botas sobre el terreno –dice Iván, el director de la reserva–. Más ojos, más oídos. Más elementos disuasorios”. Y es ahí donde los visitantes pueden ayudar. En los próximos días apoyaré a mis compañeros H y J a patrullar el monte y buscar señales de cazadores. “El papel de un guardabosques no es enfrentarse a ellos, sino informar –dice Iván–. Somos conservacionistas: el objetivo es emboscar y atraparlos, no matar a nadie”.

Los cazadores de rinocerontes no son oportunistas. De hecho, realizan una operación altamente cualificada y planificada que se asemeja al tráfico de personas y drogas. Por ello, H y J llevan una vida secreta en la que solo sus familiares conocen su trabajo. Si se revela su identidad, se convierten en un objetivo inmediato: los cazadores han chantajeado a los guardas forestales y secuestrado a sus familias para obtener información sobre los rinocerontes.

Sin embargo, los días se sienten extrañamente relajados. Es una tarea controlada y calculada. En uniformes, pasamos las mañanas patrullando en fila india. H y J van armados con rifles –ocupan el frente y la retaguardia–, mientras yo recorro el terreno en busca de signos de actividad humana: una colilla, una huella o un depósito de armas.

Tras cada rondín, comemos nuestras raciones y nos comunicamos por radio; informamos cualquier observación sospechosa y la ubicación de los animales. La experiencia es en parte una patrulla y un emocionante safari a pie. Cada día –de hecho, cada hora– encontramos memorables cuadros de vida silvestre: un leopardo que dormita bajo el sol, una jirafa que se eleva sobre los arbustos, una cobra cerca de nuestro campamento.

Y el rinoceronte. Vemos una madre y su cría a 15 metros de distancia. “Respeta a los animales y ellos te respetarán –susurra H–. No muestres miedo, porque ellos también lo tendrán”. Nos miran y pasar sin inmutarse.

Esa noche, en el boma, pienso en el rinoceronte y en mis amigos guardabosques. Su trabajo no ofrece gloria; ni siquiera puedo compartir sus nombres. Recuerdo a H sonreír al observar al rinoceronte en la charca. “El trabajo es peligroso –me dice–, pero debo ayudar a estos animales increíbles”. Me alegro de haber desempeñado un pequeño rol.

CÓMO HACERLO: el programa Rhino Rangers de la Fundación Naankuse cuesta desde 2 500 pesos por persona cada noche (naankusefoundation.com ).

NAMIBIA

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2022-03-01T08:00:00.0000000Z

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