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Agua hirviendo, vapor humeante…

Los onsen están entrelazados en el tejido de la sociedad de Ōita, una región japonesa en la que el agua hirviente que brota del suelo se aprovecha en estanques de todas formas y tamaños, y las montañas que la proporcionan son veneradas y respetadas.

Por Charlotte Wigram-Evans Trailfinders ofrece un viaje autoguiado de siete días por Kyushu, que incluye visitas a los onsen y los “Infiernos de Beppu”, en la región de Ōita, desde 38000 pesos por persona, dos por recorrido (trailfinders.com discover-oit

El vapor se eleva lento desde el monte Garan; emerge de los resquicios de su ladera, como si una bestia que escupe fuego acechara justo debajo de la tierra. Es temprano y nuestra única compañía en este camino erosionado ha sido una pareja de ruiseñores japoneses de plumaje gris, el color de la lluvia.

“Anuncian la llegada de la primavera –explica Yume, mi guía–. Escucha su canto, es icónico”. Entreno mi oído para el sonido y, como si fuera consciente de que hay público, una cacofonía de gorjeos irrumpe desde un cedro cercano. Yume se ríe y aplaude: “El sonido llena de alegría a todos –comenta–. Pero ven, no estamos aquí por los pájaros”.

De hecho, nos dirigimos al onsen Tsukahara, uno de los más famosos de Ōita (para una región conocida como la capital de las aguas termales de Japón, eso dice mucho). Situada en el noreste de la isla de Kyūshū, Ōita está salpicada de volcanes activos. Las grietas bajo estas montañas forman canales de magma hirviente que calientan el agua subterránea a más de 1 000 ºC antes de lanzarla hacia arriba para que brote desde la superficie de la Tierra.

“Tenemos el mayor número de fuentes termales de todo Japón –revela Yume con orgullo–, y esta es la que tiene el mayor contenido mineral de todas”. Olemos la poza antes de llegar a ella: un intenso aroma a huevo podrido que, me aseguran, solo demuestra los poderes curativos del agua. Se dice que los minerales de los onsen pueden aliviar problemas de salud tan variados como el asma y la artritis; están tan concentrados en este manantial en particular que está prohibido bañarse durante más de 20 minutos. Luego de un rato, la piel empieza a hormiguear. Me seco con la toalla, admiro la sencilla piscina de piedra y me pregunto en voz alta cuándo aprendió el hombre a aprovechar estas erupciones de agua y vapor al rojo vivo.

“Nadie lo sabe con exactitud –responde Yume–, pero los registros muestran que la idea de bañarse puede haber sido introducida por monjes budistas en China en el siglo xvii, y no tardó en convertirse en una parte importante de la vida local”.

Situada en la base de la montaña, Beppu es un excelente ejemplo de hasta qué punto las aguas termales se han entretejido en las costumbres de la sociedad. La ciudad de tejados inclinados y vapores ondulantes alberga onsen por todas partes, desde baños de pies ocultos bajo las mesas de los restaurantes hasta estanques privados en los jardines de los hoteles. Las aguas residuales que corren por las tuberías subterráneas están tan calientes que los peces tropicales se han instalado en ellas; mascotas no deseadas que prosperaron después de ser liberadas, según cuentan.

En el arbolado distrito de Kannawa, Asako nos recibe en la entrada de Futabaso, su casa de campo tradicional japonesa donde los huéspedes que ocupan las 10 habitaciones suelen permanecer durante muchos meses: toman onsen diarios para ayudarse con diversas dolencias y disfrutan de la excelente cocina.

El pozo enorme que domina el patio central bombea agua rica en minerales a varias pozas pequeñas. Un anciano con un

yukata (bata) perfectamente planchado nos saluda al pasar; se dirige a su riguroso baño vespertino.

Asako trabaja aquí desde hace 50 años y la posada tiene el doble; los muebles desgastados y las paredes agrietadas solo añaden encanto. El hervir huevos (en el agua del

onsen, naturalmente) y pelar plátanos para el postre de la noche (“el agua los hace más dulces”) nos habla un poco de ella.

“Creo en el poder de las montañas –dice–. Por eso mi trabajo siempre ha girado en torno a los onsen; son un recordatorio de lo que la madre naturaleza proporciona”.

Asako practica el shugendō, una mezcla de sintoísmo y budismo, fe en la que el culto a las montañas es fundamental. Ya sea por motivos religiosos o de otro tipo, este poder es tangible en Ōita, una energía pulsante que surge de las profundidades de la superficie de la Tierra y se hace evidente en las aguas termales repartidas por la región.

“Son una fuerza ancestral que va más allá de cualquiera de nosotros y debe ser respetada”, continúa Asako mientras señala la cadena de picos que apenas se ve a través de sus pantallas de papel de arroz. Entre ellos, por encima del ajetreo de la existencia humana, el monte Garan humea de manera melancólica, tal como lo ha hecho durante siglos, ajeno a la gente que se encuentra en sus caminos, al cambio de las estaciones o al canto del ruiseñor por la primavera.

Trailfinders ofrece un viaje autoguiado de siete días por Kyushu, que incluye visitas a los onsen y los “Infiernos de Beppu”, en la región de Ōita, desde 38000 pesos por persona, dos por recorrido (trailfinders.com discover-oita.com).

JAPÓN

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2021-09-13T07:00:00.0000000Z

2021-09-13T07:00:00.0000000Z

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