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La historia de la diferencia humana

LA RAZA ES UN CONSTRUCTO SOCIAL, NO UN RASGO BIOLÓGICO. ESE ES EL CONSENSO CIENTÍFICO, ENTONCES, ¿POR QUÉ AÚN SE PONE EN DUDA?

POR ANGELA SAINI

Para terminar con el racismo, debemos decidir qué historias contaremos sobre lo que somos.

CCADA LUGAR TIENE sus propios mitos de creación. En Estados Unidos existe la doctrina del Destino Manifiesto, es decir, la predestinación de los migrantes europeos a colonizar el oeste de América. En China, los restos del Homo erectus, conocido como el hombre de Pekín, se emplean para sostener que existe un linaje chino intacto que se remonta a por lo menos 700000 años y sugerir que se trata de un ancestro directo que estaría entre los primeros del mundo en crear el fuego.

En India, los nacionalistas religiosos sugieren que las leyendas fantásticas que se describen en las épicas hindús no son alegorías, sino hechos. Un científico indio incluso ha declarado que el relato de una mujer que dio a luz a 100 hijos es la prueba de las aptitudes centenarias indias respecto a tecnologías reproductivas de vanguardia que apenas se redescubren.

Uno de los esfuerzos de Donald Trump antes de dejar la presidencia fue crear un panel consultivo nombrado Comisión de 1776 para fomentar la noción

de una “educación patriótica” en Estados Unidos. El reporte de la comisión minimizó la realidad de la discriminación y la explotación humana cuando se fundó la nación. Fue una crítica directa al trabajo de académicos y activistas que señalan la injusticia histórica para abordar la desigualdad de la actualidad.

El esfuerzo de Trump fue breve porque el presidente Joe Biden desintegró la comisión el día de su juramento. Sin embargo, no era el fin de las guerras culturales. Trump no fue el primer líder político que intentó adjudicarse el pasado en beneficio propio y tampoco será el último. Los museos o monumentos nacionales del planeta están llenos de vitrinas que muestran la mejor cara de los países y ofrecen narrativas de magnificencia, en ocasiones envueltas en nociones de superioridad étnica o racial. Para responder en estos tiempos, debemos decidir qué historias queremos contar de nosotros y quienes somos.

UNA DE LAS HERRAMIENTAS más usadas es la creencia en la diferencia biológica entre la población. En Alemania, los nazis buscaban definir un pueblo con el argumento del excepcionalismo racial. Esta tendencia no se limita a la historia: también se ha recurrido a la biología y la arqueología para enfatizar la diferencia de grupo y adoctrinar poblaciones con la ilusión de que son mejores que otros por naturaleza.

Con el tiempo, estas historias se han entretejido en la identidad de formas sutiles e insidiosas que determinan cómo entendemos quiénes somos. Incluso pueden distorsionar el pensamiento de los científicos modernos sobre la diferencia humana.

La historia de la raza es un recordatorio de que la ciencia no se limita a teorías e información: también trata con los hechos que forman parte de las historias que contamos sobre la variación humana. En Europa, durante la Ilustración, naturalistas y científicos decidieron que se podía dividir a los seres humanos en grupos distintos, tal como a otras especies animales, y después formularon las fronteras arbitrarias para estas categorías. Otorgaron significado al color de la piel, recurrieron a estereotipos culturales generalizados sobre el temperamento, la inteligencia y el comportamiento. Estas ideas pseudocientíficas dieron forma a la medicina occidental durante siglos. Constituyeron la base del programa eugenésico nazi para justificar el genocidio y el Holocausto.

Si bien desde hace por lo menos 70 años se ha sabido que la raza es un constructo social innegable y que las premisas de esos pensadores del siglo xviii son erróneas, muchos científicos creen que la raza es una realidad biológica. El relato está tan arraigado que incluso cuando se hizo evidente que somos una especie humana indivisible en el ámbito genético para muchos investigadores siguió siendo difícil ignorarlo.

A principios de 2020, las redes sociales especularon que las personas negras no podían contraer el virus y meses más tarde que eran más vulnerables a contagiarse. Los propios científicos desinformaron al teorizar en público si las diferencias raciales genéricas

podían haber influido en las tasas de mortalidad pese a que carecían de información que lo demostrara. Tristemente, ignoraron determinantes sociales de la salud como pobreza, geografía y profesión.

Eso fue hasta que ocurrió la muerte de George Floyd, en la primavera de 2020. De pronto, se percibió un cambio en la narrativa en torno a la raza y la salud.

Los hechos científicos no cambiaron: la raza seguía siendo un constructo social, pero ahora se había suscitado un diálogo global sobre el verdadero significado de la raza y que las consecuencias explícitas e implícitas del racismo tienen efectos viscerales en el cuerpo. Me di cuenta de que los médicos empezaron a pedir más investigación sobre estatus socioeconómico, alimentario, entornos tóxicos y prejuicios en el sistema de salud. Las facultades de medicina e instituciones científicas de todo el orbe me invitaron a dar conferencias sobre mi trabajo en torno a los prejuicios en la ciencia.

Estos acontecimientos demuestran que el entorno político tiene un peso enorme en las preguntas y las respuestas que plantean los científicos. Cuando el trasfondo de nuestra historia humana apunta a la diferencia natural entre grupos, es inevitable que los investigadores prioricen la genética y los factores innatos, pero cuando el trasfondo tiene más contexto histórico y demuestra que la raza es producto de factores sociales, entonces el enfoque cambia. Este cambio sutil contribuye a identificar el problema de manera correcta.

AÚN LIBRAMOS UNA BATALLA sobre la historia de la diferencia humana. Los grupos de extrema derecha y los nacionalistas étnicos escarban en las publicaciones científicas en busca de pedazos de evidencia para respaldar sus ideas de que las razas genéticamente más fuertes han decidido el curso de la historia y que la desigualdad de hoy día es un producto de estas diferencias innatas entre la población.

Hasta hace poco se retiraron dos ensayos de la revista Psychological Reports escritos por un controvertido psicólogo canadiense de los años noventa, pues los editores se dieron cuenta de que la obra era “poco ética, de fundamentos científicos dudosos y basada en ideas e intenciones racistas”. Esta y otras revistas analizan publicaciones con deficiencias similares. Pero cuando los errores son así de atroces, uno se pregunta por qué los editores tardaron tanto. Del mismo modo, debemos preguntarnos cómo se publicaron en primer lugar. Quizá se reduzca a las historias que algunos científicos quieren creer, incluso pese a la evidencia innegable.

Es común entre académicos sostener que se guían por la información, no por la política, aunque es interesante apuntar lo mucho que la política ha moldeado el pensamiento científico en torno a la diferencia humana. Por ejemplo, no es coincidencia que la eugenesia como disciplina seria se deterioró tras la Segunda Guerra Mundial debido a los esfuerzos de antirracistas en la ciencia y la antropología.

A partir de los años setenta se empezaron a desacreditar las falsedades más flagrantes respecto a las mentes y los cuerpos de las mujeres gracias a la oleada de estudios feministas.

Desde luego, siempre habrá quienes quieran conservar las historias de antaño. En un mundo donde el populismo y el nacionalismo étnico están en ascenso, es de esperarse. En momentos convulsos, nuestras historias de creación, nuestras formas tradicionales de ver el planeta, nos pueden confortar. Para quienes sienten que tienen más que perder ante la igualdad de raza, clase y género –cuyas vidas han estado protegidas por la injusticia social y no lo contrario– no hay incentivo para cambiar la narrativa.

Los científicos deben cuidar qué narrativa dominante respaldan. ¿Aquella que enfatiza la unidad esencial de nuestra especie? ¿La que nos recuerda que genéticamente somos más parecidos que cualquier otra especie de primates y que la diferencia individual tiene mayor peso que cualquier diferencia de grupo? ¿O acaso aquella que busca en los márgenes de nuestros genomas para encontrar diferencias estadísticas entre poblaciones y justificar a quienes buscan dividirnos de otra forma? Los hechos son los mismos, lo importante es la historia que nos contamos.

ES PRECISO QUE LOS CIENTÍFICOS TENGAN CUIDADO SOBRE QUÉ NARRATIVA DOMINANTE RESPALDAN.

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2021-09-01T07:00:00.0000000Z

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