Fábulas prehispánicas

De boca en boca, generación tras generación, nuestros antepasados nos han hecho llegar fantásticas historias donde los animales nos brindan lecciones de sobrevivencia.

Por Luis Felipe Brice

2023-04-01T07:00:00.0000000Z

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Editorial Televisa

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MITOS Y LEYENDAS

Como parte de la vasta tradición oral del México antiguo tenemos las fábulas, breves relatos protagonizados por animales a quienes se les atribuyen comportamientos humanos. Más allá de su carácter literario y recreativo, estas narraciones de un tiempo y lugar en el pasado cobran vigencia en el presente como lecciones universales de vida. Lo mismo un conejo, un ocelote o un venado que un ave o una luciérnaga, figuran como personajes centrales de dichas historias, heredadas de nuestros ancestros prehispánicos. A continuación reproducimos algunas. El conejo en la Luna Un buen día, el dios Quetzalcóatl decidió visitar el mundo para conocerlo de cerca y vivirlo. Pero como no podía presentarse con su fisonomía de serpiente emplumada, se transformó en mortal. Así emprendió un paseo por la Tierra, asombrándose con las maravillas de la flora y la fauna que veía en medio de hermosos paisajes. Tras su largo recorrido, al caer la noche, bajo la Luna y las estrellas, el dios mexica se sentó a la orilla del camino, exhausto y hambriento, como lo haría cualquier ser humano. De pronto se acercó a él un conejo que, al notar su necesidad de alimento, le ofreció una porción de la hierba del campo que él mismo comía. Quetzalcóatl le agradeció el gesto, diciéndole que no podía alimentarse de aquello, por lo que el pequeño mamífero se ofreció él mismo como su cena, para evitar que muriera de inanición. Conmovido por tal muestra de generosidad, la poderosa deidad decidió recompensar al conejo. Lo tomó entre sus manos, elevándolo hasta la Luna, en cuya superficie quedó plasmada su silueta para la eternidad. Las manchas del ocelote En tiempos remotos, cuando hombres y mujeres aún no poblaban la Tierra, el ocelote se distinguía por su piel suave y fina del color del Sol, sin mancha alguna. Asimismo, se caracterizaba por ser un felino pacífico que se alimentaba de frutos y raíces, no de otros animales. Por las noches saciaba su sed en un lago, al lado del cual se sentaba para contemplar en el firmamento a los astros, entre ellos Citlalpol, el Lucero de la Mañana (el planeta Venus) y su amada Metztli, la Luna de la mitología mexica. Durante una de aquellas sesiones nocturnas, el ocelote descubrió un nuevo cuerpo celeste que le causó gran disgusto. Se trataba de Citlalin Popoca, la rutilante Estrella que Humea (un cometa) que —a ojos del felino— era una presumida intrusa que opacaba la belleza de su adorada Luna. Ante el furibundo rechazo del ocelote hacia quien consideraba una advenediza, Citlalpol intentó convencerlo de que aquella era una presencia pasajera que pronto se marcharía. Sin embargo, el felino le hizo saber abiertamente su repudio a Citlalin Popoca, y esta, en represalia, lanzó piedras de fuego que quemaron la piel del ocelote, dejándola cubierta de manchas negras por siempre. La luz de la luciérnaga En las antiguas tierras del Mayab (hoy península de Yucatán), habitaba un curandero a quien los pobladores de la región acudían para sanar de cualquier enfermedad. Para restituirles la salud, el curalotodo sacaba de su bolsillo una piedra verde que sostenía entre sus manos, mientras susurraba una oración. Una tarde, aquel hombre salió de paseo y durante el trayecto perdió la milagrosa piedra. Empeñado en recuperarla, solicitó la ayuda de varios animales: el venado, el conejo, el zopilote y el cocay (la luciérnaga maya), prometiendo una recompensa a quien la encontrara. Por su persistencia y honestidad, el único capaz de hallar la piedra y devolvérsela a su dueño fue el pequeño cocay, que como retribución obtuvo la luz propia que emite para distintos fines, entre ellos guiar su camino por las noches. El ave que salvó el maíz Una mañana, durante un recorrido por los campos del Mayab, Chaac, observó que los cultivos estaban en pésimas condiciones, lo cual anticipaba malas cosechas. Preocupado por esta situación, el dios maya de la lluvia decidió tomar una medida drástica, pero efectiva: quemar los sembradíos para que la tierra recuperara su fertilidad. Pero antes de hacerlo, convocó a las aves para pedirles que recolectaran semillas de todas las plantas, a fin de sembrarlas tras la quema de los campos. Entre aquellas aves, destacaba el dziú, un pájaro de plumas multicolores, y el toh, un pájaro negro con larga cola. Ambos pretendían rescatar la semilla más importante: el maíz. El toh emprendió el vuelo inmediatamente a toda velocidad, pretendiendo encontrar la semilla antes que el dziú; sin embargo, el agotamiento lo obligó a tomar un descanso que le restó tiempo para alcanzar su objetivo, antes de que el fuego consumiera los sembradíos. En cambio, el dziú decidió emprender la búsqueda sin prisa, pero sin pausa, consiguiendo así salvar al maíz y logrando con ello el reconocimiento de Chaac y del resto de las aves. El zopilote y las ardillas Dos niños nacidos en el seno de una familia tzeltal, en lo que hoy en día son los Altos de Chiapas, quedaron al cuidado de su padre, quien había hecho huir a la madre debido a sus maltratos. Desde luego, el trato del progenitor hacia los pequeños no fue mejor, llegando incluso a hacerlos padecer hambre. En esta lamentable situación, una tarde, estando sentados en el patio de su casa, los infantes vieron volar a un zopilote. Lo llamaron y le hicieron ver las condiciones de abandono en las cuales se encontraban. El ave de rapiña les dijo que él sabía dónde estaba su madre y prometió llevarlos allá, siempre y cuando le consiguieran ratones para alimentarse. Los niños atraparon roedores para cumplir la exigencia del zopilote y, una vez satisfecho, este los llevó sobre sus alas hasta donde se hallaba su progenitora. Sin embargo, esta los rechazó, obligándolos a marcharse al monte, donde para conseguir alimento y sobrevivir fueron transformándose en ardillas. El venado que nos dio el peyote Hubo un tiempo en que el pueblo wixárika (huichol), debido a una larga sequía, padeció una racha de hambruna y enfermedad que amenazaba su sobrevivencia. Tras reunirse para discutir qué hacer, los ancianos de la comunidad decidieron enviar en búsqueda de alimento a cuatro jóvenes, cada uno de los cuales representaba un elemento: agua, tierra, aire y fuego. Armados con arcos y flechas, los elegidos caminaron por el desierto durante muchos días antes de encontrar una presa de caza. Se trataba de un gran venado que, aparentemente, emprendió la huida sin dejarse atrapar por los cazadores, pero que procuraba permitirles descansar, antes de incitarlos a continuar persiguiéndolo. Fue así como los guio hasta el lugar donde abundaba el peyote, planta sagrada con la cual regresaron a su comunidad, salvándola del hambre y la enfermedad.

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