¿Tsunamis en el ártico?
Así es como calentamiento global puede favorecer estos fenómenos devastadores que pueden alcanzarnos en menos de una hora.
Por Sergio Parra
2023-04-01T07:00:00.0000000Z
2023-04-01T07:00:00.0000000Z
Editorial Televisa

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CAMBIO CLIMÁTICO
Conocido por muchos como “la Perla del Ártico”, el vasto archipiélago noruego de Svalbard (“costa fría”, en noruego antiguo) es un conjunto de islas remotas en el océano Glacial Ártico, al norte del continente europeo. Frío y ventoso durante todo el año, la temperatura media anual es de alrededor de -8 °C, si bien en invierno el mercurio puede desplomarse hasta los -30 °C. Por eso, aquí el mar está congelado cinco meses al año. Su capital, Longyearbyen, es de hecho el sitio habitado más próximo al Polo Norte geográfico. Los aproximadamente 2,000 ciudadanos de este pequeño pueblo minero con profunda tradición ballenera sólo contemplan la luz del Sol durante cuatro meses al año. El resto del tiempo se caracteriza por una oscuridad perpetua, y en el firmamento apenas se atisban estrellas y espectaculares auroras boreales. Debido a sus bajas temperaturas, muchos estacionamientos comerciales para coches disponen de un enchufe que mantiene caliente el motor para evitar que se congele y que no vuelva a encenderse más. Si se abandona la capital, entonces es obligatorio ir pertrechado con un rifle, porque aquí también habita una comunidad de 3,000 osos polares de dos metros y medio de altura y unos 800 kilogramos. Es el único lugar de Europa donde pueden observarse ejemplares de osos polares en libertad, así que ir armado es necesario si se lleva a cabo una travesía con esquís o trineos de arrastre. El termómetro del calentamiento El 60% de Svalbard está cubierta por glaciares y extensiones nevadas. Sin embargo, entre 1970 y 2020, la temperatura media en Svalbard aumentó 4 °C. El 25 de julio de 2020, se midió una nueva temperatura récord de 21.7 °C, que también es la temperatura más alta jamás registrada en la parte europea del Ártico. Se espera asimismo un aumento de temperatura de entre 7 y 10 °C para finales del siglo XXI. La razón es que en este rincón del mundo el ritmo del calentamiento es hasta seis veces más pronunciado que en la media del resto de la Tierra. En parte porque la pérdida de miles de kilómetros cuadrados de hielo, en los que anteriormente se reflejaba la radiación solar, facilita la aparición de masas de agua oscuras que absorben la radiación, elevando todavía más la temperatura en un ciclo de retroalimentación imparable. Estos datos son preocupantes porque, si bien Svalbard queda lejos de todo, en realidad es una especie de zona cero del calentamiento global. Lo que aquí está ocurriendo puede tener profundas resonancias en todo el planeta. No solamente porque el clima es un todo interconectado, sino por la eventual formación de tsunamis que podrían arrasar las costas de otros países. El origen de este riesgo se encuentra en el relieve submarino del archipiélago. Este lugar es menos conocido que la topografía de Marte, por ello recalan hasta aquí diversas expediciones para explorarlo y cartografiarlo. Para realizar esta tarea, el sistema más usado recuerda al de las ecografías: se lanzan ondas sonoras que rebotan en el fondo marino a fin de reflejar en la pantalla los diversos estratos glaciares. Los surcos y los estratos de sedimentos son como un viejo archivo del clima, una biblioteca de hielo, de modo que su conocimiento quizá pueda ayudar a entender mejor el cambio climático actual. Pero el estudio de las entrañas del archipiélago también sirve para estudiar y pronosticar futuros y devastadores tsunamis. ¿Cómo se forman? En todo el mundo, los tsunamis son causados principalmente por grandes terremotos en las inmediaciones de los límites de las placas tectónicas, como el del océano Índico de 2004 y el tsunami de 2011 en la costa de Japón. Aunque de forma más infrecuente, los tsunamis también pueden originarse a partir de grandes deslizamientos de tierra submarinos, como los deslizamientos de Storegga, en el mar de Noruega. Este evento, ocurrido hace 8,200 años frente a la costa de Noruega, generó olas de tres a seis metros a lo largo de la parte norte de la costa del Reino Unido. Incluso se ha sugerido que esta catástrofe fue la responsable de la destrucción de la conexión de tierra que entonces unía Gran Bretaña, Dinamarca y los Países Bajos, separando para siempre las culturas de Gran Bretaña y las del continente europeo. Los deslizamientos de tierra submarinos pueden ser mucho más grandes (dos órdenes de magnitud) que los de la tierra. Además, mientras que los tsunamis tectónicos suelen tener periodos de decenas de minutos y alcances máximos que se extienden hasta unos 30 metros, el tsunami de deslizamiento de tierra mejor estudiado, que ocurrió en 1958 en la bahía de Lituya, en Alaska, tuvo un periodo de aproximadamente 76 segundos y un alcance máximo de 524 metros. Es decir, que los tsunamis provocados por el impacto de deslizamientos de tierra pueden tener periodos mucho más cortos y carreras más largas. Por esa razón, el tsunami de 150 metros originado por un enorme deslizamiento de tierra en el fiordo de Taan, Alaska, triplicó la altura de los tsunamis más altos provocados por terremotos que arrasaron Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia en 2004; también fue casi cuatro veces más alta que el que afectó a Japón en 2011, dañando gravemente la planta nuclear de Fukushima. Fue el 17 de octubre de 2015 cuando esta ola tan alta como un edificio de 55 pisos (193 metros) se estrelló contra un fiordo en Alaska, despojando las laderas de las montañas de árboles y tierra y arrastrando rocas del tamaño de furgonetas. Está considerada como la cuarta mayor ola registrada desde el pasado siglo. De este modo, aunque más infrecuentes, esta clase de tsunamis son más devastadores. De hecho, según un estudio publicado en la revista Nature Scientific Reports en septiembre de 2018, de los catorce tsunamis del siglo XX que tuvieron una altura máxima de más de 50 metros, sólo uno había sido causado por un terremoto (el tsunami del océano Índico de 2004). Diez habían sido causados por deslizamientos de tierra. No obstante, uno de los factores que pueden hacer más frecuentes estos deslizamientos es el cambio climático, porque el calentamiento global está propiciando el retroceso y adelgazamiento de los glaciares en todo el mundo, lo que puede dejar más expuestas algunas laderas inestables. De esta manera, la eliminación del hielo glacial que soporta pendientes empinadas, combinada con el deshielo del permafrost (suelo perpetuamente congelado) en las regiones alpinas, aumenta la probabilidad de deslizamientos de tierra. Un ejemplo de este proceso es particularmente significativo en Groenlandia, donde el retroceso de los glaciares y el deshielo del permafrost ha provocado que muchas laderas de las montañas se desestabilicen. Hasta el punto de que, en noviembre de 2000, un deslizamiento de tierra de la montaña Paatuut desencadenó un tsunami que arrasó la ciudad de Qullissat (isla Disko, oeste de Groenlandia) y desestabilizó las costas a lo largo del estrecho de Vaigat, incluso hasta una distancia de 150 kilómetros respecto del lugar del deslizamiento de tierra. Liberación de hidratos de metano Otro tercer factor relacionado con los anteriores que también puede desencadenar un tsunami es el aumento de la temperatura del mar, que afecta a los hidratos de metano, es decir, una sustancia sólida con aspecto de hielo que atrapa en su interior las moléculas de metano. Los hidratos de metano se forman a partir del metano originado por la descomposición anaeróbica que algunas bacterias realizan sobre la materia orgánica. Como el metano es inflamable, si se le acercara una llama, este ardería. Además, sólo un metro cúbico de hidrato de metano contiene aproximadamente 164 metros cúbicos de gas metano. La mayoría se concentra en las zonas del permafrost de las regiones árticas y en los fondos oceánicos, a profundidades mayores de 500 metros. En tanto, inmensas reservas de este gas helado se mantienen estables cerca de las costas de Noruega y en prácticamente todas las plataformas continentales. Sin embargo, también debido a los efectos del calentamiento global del planeta, el gas helado puede empezar a sublimarse y a expandirse, desencadenando inmensos movimientos de tierra de centenares de metros de grosor y una longitud de varios kilómetros, nuevos deslizamientos o megadeslizamientos que finalmente pueden originar catastróficos tsunamis. Es decir, que muchos deslizamientos en realidad son retroalimentados por los hidratos de metano, convirtiéndolos en deslizamientos mucho más peligrosos. Algunos de los anteriormente mencionados, como el de Storegga, ocurrido en el mar de Noruega, probablemente fue el caso de un deslizamiento magnificado por la presencia de hidratos de metano. Además de todo ello, la liberación de estas grandes cantidades de metano también aumenta la probabilidad de más liberación de este gas en lo sucesivo. Esto ocurre porque el metano es un gas invernadero muy potente y, por lo tanto, uno de los más influyentes en el calentamiento global. A corto plazo, el metano es hasta 84 veces más efectivo que el dióxido de carbono (CO₂) en absorber radiación y atraparla en la atmósfera terrestre. De hecho, este ciclo de retroalimentación es lo que probablemente desencadenó la mayor extinción masiva del Pérmico-triásico, una extinción que tuvo lugar hace aproximadamente 250 millones de años y acabó con el 81% de las especies marinas y el 70% de las especies de vertebrados terrestres. No en vano, esta extinción es conocida informalmente como “la Gran Mortandad”. Estudio del proceso De todos modos, estos procesos aún continúan siendo en parte desconocidos y se requiere de mucha más investigación para esclarecerlos por completo. Una de las últimas iniciativas al respecto es un reciente estudio en el que ha participado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España, que ha examinado la rotura y la dinámica de desplazamiento del antiguo deslizamiento Storfjorden LS-1, localizado al suroeste de las islas Svalbard, entre 420 metros y 1,900 metros de profundidad. Habida cuenta de que analizar los riesgos geológicos de los deslizamientos submarinos no es una tarea fácil, dado el complicado acceso a las profundidades del entorno marino, lo que se ha hecho en este estudio ha sido un modelado numérico. El proceso consiste básicamente en definir un modelo del deslizamiento, hallar un conjunto de ecuaciones que lo representen y, finalmente, encontrar las condiciones en las cuales la resolución del modelo sea capaz de explicar las observaciones. Así pues, gracias a este modelado conocido como LML-HYSEA (Landslide Multilayer Hyperbolic Systems and Efficient Algorithms), el estudio ha logrado comprender mejor la dinámica del riesgo geológico de deslizamientos de tierra submarinos y el potencial tsunamigénico del talud continental superior de Storfjorden. También ha permitido identificar las áreas con un impacto costero máximo y más rápido. Según los cálculos, las olas podrían medir más de cuatro metros y alcanzar la costa en cincuenta minutos. Por consiguiente, los resultados de este estudio, publicado en Natural Hazards and Earth System Sciences en noviembre de 2022, brindan información a las autoridades y organismos competentes para desarrollar planes de mitigación, con el fin de gestionar el impacto de los tsunamis, sobre todo en lo tocante a estrategias de alerta temprana. Como señala María Teresa Pedrosa, geóloga marina y primera autora del estudio, “el actual aumento de las temperaturas establece las condiciones perfectas para generar deslizamientos con impacto de tsunami en un futuro cercano. Estos eventos pueden representar un peligro no sólo para las infraestructuras de explotación de hidrocarburos y energías renovables, sino también para las poblaciones costeras del noroeste de Europa”. Precisamente el archipiélago de Svalbard es una de las regiones que se está calentando más rápidamente. Pero las plataformas continentales estrechas, con escarpes de deslizamientos muy cercanos a la costa, también son especialmente vulnerables, explica la investigadora. Este tipo de estudios de riesgo geológico resultarán cruciales en los próximos años, en los que posiblemente nos enfrentemos a devastadores tsunamis con una mayor regularidad.
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