A 8,000 metros bajo el mar
La fosa tectónica de Atacama recorre casi 6,000 kilómetros de la costa sudamericana, abarcando una superficie del fondo oceánico mayor que la de la península ibérica.
2023-04-01T07:00:00.0000000Z
2023-04-01T07:00:00.0000000Z
Editorial Televisa

https://editorialtelevisa.pressreader.com/article/282243784828667
INVESTIGACIÓN
La fosa tectónica de Atacama recorre casi 6,000 kilómetros de la costa sudamericana, abarcando una superficie del fondo oceánico mayor que la de la península ibérica. les permite alimentarse del metano, sulfuros y minerales que existen en el fondo. Para casi todas las demás criaturas, no obstante, la comida viene de arriba. Llueve como copos en una noche de invierno, en forma de partículas orgánicas, cadáveres de organismos gelatinosos, peces, la ocasional ballena, bolas de heces y hasta desperdicios de madera y plantas terrestres. Sí, según un estudio de 2012, un anfípodo hadal de las Marianas mostró tener una enzima capaz de digerir trozos de madera hundida. Es decir, allí abajo no se desaprovecha nada y se agradece todo. Y es que la comida hadal tiene que viajar distancias formidables, y en su camino es constantemente interceptada por los organismos de las capas superiores, por lo que sólo el 1% consigue llegar hasta abajo. Según Jamieson, la trinchera que más partículas de alimento recibe es la de Atacama, porque en la superficie del mar frente a Chile y Perú hay mucha productividad, y quizá también por las mareas. Otro investigador la describió como “un centro de depósitos de materia orgánica”, ya que el alimento se tiende a acumular en el eje de la fosa por su geometría, aunque por la misma razón hay menos acumulación en las laderas pronunciadas. No deja de ser irónico que los sedimentos de las fosas tengan más materia orgánica que las planicies abisales que están por encima de los 6,000 metros. Otro rey de las adaptaciones a este curioso universo es el anfípodo comensal. Los crustáceos de esta especie se pueden alimentar con criaturas que tienen mucho músculo, y son capaces de consumir bastante comida en poco tiempo porque sus bocas tienen mandíbulas y molares que forman un embudo directo hasta el estómago. Al mismo tiempo, cuando llegan días de escasez, pueden dejar de comer durante largos periodos. Quizá por la oscuridad de su entorno, la evolución ha creado sistemas para detectar la comida a través de señales químicas, y es posible que algunas especies produzcan ruidos para atraer a otras hacia el alimento. En otras palabras, no parecen sufrir mucha hambre. Los estudios hadales se están multiplicando, pero, aun así, no se acercan en cantidad, ni de lejos, a los que se hacen, por ejemplo, en una barrera coralina. Como consecuencia, existen muchas preguntas alrededor de las fosas abisales, tales como ¿por qué dos fosas que están aisladas por miles de kilómetros albergan las mismas especies, que no obstante no existen en las áreas entre las trincheras? O ¿cómo es que cada fosa aparentemente tiene sus propios ecosistemas, y hay criaturas parecidas pero diferentes, adaptadas al entorno en cada una de ellas? Tampoco se sabe qué ocurre con todas las criaturas que habitan en el fondo y con las laderas de estas grietas cada vez que hay un poderoso terremoto que lo pone todo patas arriba. Y aunque los científicos entienden algo acerca de los animales del abismo, ignoran qué hay y qué sucede en la columna de agua que abarca una fosa. Por ejemplo, ¿cómo se adapta a los cambios de presión un animal que migra verticalmente? En el borde Al analizar las trampas que regresan a la superficie, los investigadores han ido descubriendo que los anfípodos, por ejemplo, son muy resistentes, hasta tal punto que algunos regresan a la vida cuando se les somete nuevamente a presiones hadales. Según Jamieson, eso quiere decir que algunas especies de anfípodos son capaces de hacer una migración vertical de miles de metros y tolerar cambios entre una y 526 atmósferas. Otro estudio demostró que someter la bacteria Escherichia coli a presiones elevadas inducía en ella 55 proteínas diferentes, entre las que había 11 contra el choque de calor y cuatro contra el frío. En opinión de Jamieson, “esto puede ser un intento para contrarrestar los efectos perturbadores de la alta presión en la integridad de la membrana celular y la estabilidad de las macromoléculas”. Al mismo tiempo, lo que pasa con las fosas oceánicas es que todo lo que les cae desde arriba se detiene allí: es decir no hay más hacia donde caer. Y si esto es bueno cuando se trata del alimento, es malo cuando se trata de todo lo demás: en las diferentes fosas se han hallado desde una gabardina hasta una lata de cerveza, una pata de pollo, cable de fibra óptica, una botella y varias bolsas de plástico. Según Debris Database, en las fosas hadales hay más proporción de desperdicios plásticos que en profundidades menores; y se trata de plástico de un solo uso. Por su parte, Alan Jamieson halló microplásticos en los intestinos de un anfípodo. Los profundos bolsillos del lecho oceánico podrán estar geográficamente lejos de la superficie, pero en realidad están a la vuelta de la esquina, ligados al resto del mar a través del flujo vertical de alimento. De esta forma, variaciones en esta inyección de materia orgánica achacables al cambio climático y a los productos químicos usados en la fertilización alterarían la estructura, función y biodiversidad de los ecosistemas que se han encontrado al interior de estas zonas. También se habla de cómo el calentamiento de las capas superiores del mar ocasionado por el aumento de temperaturas en todo el mundo afecta a las fosas. Se predice, por ejemplo, que intensificará la estratificación y reducirá la mezcla vertical del agua, alterando todo lo que llega al fondo de las trincheras, desde la calidad de la comida hasta todo lo demás, incluyendo la química del agua. Es interesante pensar en el perfecto paralelismo que supone que, como en la mitología griega, en la que el dios del inframundo Hades no dejaba salir a nadie de su dominio, en la zona hadal las especies que viven en las trincheras están confinadas a ellas, sin poder salir de allí. Y así como Hades se ponía furioso cuando alguien trataba de escapar, el castigo real para esas criaturas es el efecto devastador de la descompresión. Al cabo de unas tres horas escudriñando las regiones más profundas del Pacífico oriental, los tripulantes del sumergible Limiting Factor inician el ascenso hacia la superficie, viendo desvanecerse las rocas severas del fondo de la trinchera de Atacama. En efecto, como quizá predijo el filósofo Friedrich Nietzsche, el abismo les había devuelto la mirada.
es-mx