Los 10
Las peleas y discusiones –o simplemente bromas– entre personajes famosos no son sólo cosa de Twitter: se han dado desde hace siglos. Como muestra, una decena de ellas en orden cronológico, desde las más salvajes hasta las más sofisticadas.
Por Nacho Otero
2023-03-01T08:00:00.0000000Z
2023-03-01T08:00:00.0000000Z
Editorial Televisa

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LOS DIEZ
Diez grandes duelos de ingenio entre celebridades históricas. Leonardo da Vinci (1452-1519) y Michelangelo Buonarroti (1475-1564) Aunque es muy probable que en realidad se profesaran mutuamente admiración y respeto, sus personas tan dispares –Leonardo, cortés y hasta cortesano, disperso, elegante, dado a la ironía, pintor por encima de todo; Miguel Ángel, hosco, pendenciero, independiente, tenaz, desaseado, escultor sobre todas las cosas–, su rivalidad y sus envidias los llevaron, al parecer, a tener varios encontronazos callejeros en Florencia. El más gracioso y memorable fue como sigue: se cruzaron en una plaza y Miguel Ángel, en tono despectivo, llamó a Leonardo “viejo” (Da Vinci le llevaba 23 años), ante lo cual este agarró una barra de hierro que allí había, la dobló, se la arrojó a Buonarroti y le espetó: “Enderézala, joven”. Toda una lección de ingenio. Giovanni Baglione (1566-1643) y Michelangelo da Caravaggio (1571-1610) En el violento ambiente de la Roma de inicios del siglo XVII, las rivalidades y los actos traicioneros entre artistas estaban a la orden del día, pero es posible que ninguno odiara tanto a otro como el mediocre Baglione al excepcional Caravaggio (en el retrato), al que, por otra parte, imitaba sin poderlo remediar. La disputa entre ambos se inició cuando, en 1602, circularon unos poemas que hablaban de un tal “Giovanni Coglione” (Giovanni Imbécil), al que acusaban de plagio y de cuyo arte se burlaban. Baglione demandó por difamación a Caravaggio, quien, pese a negar las acusaciones, aprovechó su turno de defensa para insistir en que Baglione era un pintor terrible. Fue declarado culpable y condenado a dos semanas de prisión. En venganza, Baglione escribió una biografía de su enemigo en la que, veladamente, lanzaba una (entonces) grave acusación contra él: la de ser homosexual. Francisco de Quevedo (1580-1645) y Juan Ruiz de Alarcón (1581-1639) Otro ambiente pendenciero se respiraba en la España literaria del siglo XVII. Los principales autores del Siglo de Oro español se llevaban entre sí en general mal y, algunos, fatal, y no se reprimían de mostrarlo. Sin duda, el más grosero de todos –al tiempo que genial– fue Quevedo (en el retrato), que tuvo duelos verbales con muchos contemporáneos: con Góngora, los más famosos. No obstante, ninguno fue tan sangrante como los largos versos que le dedicó a Juan Ruiz de Alarcón llamándole “Corcovilla” –tenía joroba en la espalda y el pecho–. Ejemplo: “¿Quién parece con sotana / empanada de ternera? / ¿Quién, si dos palmos creciera, / pudiera llegar a rana? / Corcovilla”. Este no se cortó y le respondió aludiendo a su cojera: “¿Quién contra todos escribe / escribiendo con los pies?”. Lord Byron (1788-1824) y John Keats (1795-1821) Los dos fueron renombrados poetas románticos, los dos murieron muy jóvenes –Byron (en el cuadro) a los 35 años, Keats con sólo 26– y se supone que eran amigos… pero, con amigos así, ¿quién necesita enemigos? Lo cierto es que, cuando no estaban cara a cara, no paraban de ponerse a caldo: en cartas a terceros, en conversaciones, en escritos... Keats, humilde, envidiaba/detestaba el éxito, la riqueza y el esnobismo de Byron (“Me comparas con Lord Byron, pero somos muy distintos: él describe lo que ve, yo lo que imagino, que es mucho más difícil”; “con dos metros de alto y siendo lord, ¡cualquiera tiene éxito!”); Byron, aristócrata, llamaba a Keats despectivamente “el poeta cockney”, “el sucio canalla”, “suburbial”, etc. Hans Lassen Martensen (1808-1884) y Søren Kierkegaard (1813-1855) Kierkegaard (arriba, dibujo), filósofo y teólogo danés, es considerado en la actualidad el padre del existencialismo: su filosofía se centra en la condición de la existencia humana, en el individuo y la subjetividad, en la libertad y la responsabilidad, en la desesperación y la angustia..., temas que retomarían Heidegger, Sartre y los restantes existencialistas del siglo XX. Pero estos asuntos no sólo conformaron su pensamiento, sino que estaban muy presentes en su vida cotidiana: no cabe duda de que fue un hombre muy atormentado y extremo (por ejemplo, en una polémica con la revista satírica danesa El Corsario, les pidió que lo ridiculizaran y, durante meses, se burlaron de su aspecto, su voz, sus costumbres, provocando que fuera acosado y casi agredido por las calles). En la segunda etapa de su vida, empezó a abjurar del cristianismo como religión organizada y de su hipocresía, lo que le llevó a un enfrentamiento brutal con el profesor luterano Hans Lassen Martensen, que lo tachó de “monstruo anticristiano”. Samuel Wilberforce (1805-1873) y Thomas Henry Huxley (1825-1895) Fue uno de los combates verbales más escandalosos de la Inglaterra victoriana; tanto, que dio lugar a caricaturas como la de abajo. El contexto: el debate provocado por la publicación de El origen de las especies (1859), de Darwin, y su teoría de la evolución. Huxley, afamado científico y amigo y defensor de Darwin, se prestó a discutir en la Universidad de Oxford, en 1860, con el obispo Wilberforce, contrario a la teoría. La tensión fue subiendo hasta que el prelado, en tono de burla, preguntó a Huxley si descendía del mono por parte de padre o de madre. “Prefiero descender del mono a descender de alguien que ridiculiza una discusión científica seria”, le contestó. George Bernard Shaw (1856-1950) y Winston Churchill (1874-1965) No se puede decir que el dramaturgo, crítico y polemista irlandés, autor de clásicos como Pigmalión, Hombre y superhombre o Santa Juana, y el dos veces primer ministro británico, fueran íntimos amigos, pero se conocían y respetaban y tenían en común bastantes cosas: el gusto por el sarcasmo y la ironía, la pasión por la política... y el Premio Nobel de Literatura (Shaw lo recibió en 1925, Churchill –en la foto de abajo– en 1953, ya muerto el primero). Sus trayectorias se cruzaron en unas cuantas ocasiones, y los dos eran amantes de nunca desperdiciar la oportunidad de vencer en un concurso de ingenio. De modo que cuando el primero, con motivo de la presentación de una nueva obra suya en sociedad, le envió a Churchill el siguiente mensaje: “Me complazco en invitar al señor primer ministro a mi nuevo estreno, puede usted traer consigo a un amigo... si tiene alguno”, el segundo no dudó en responder: “Lamentándolo mucho, no podré asistir al estreno, iré a ver la obra en el segundo pase... si sigue en cartelera”. Difícil doblegar al vencedor de la batalla de Inglaterra. Joan Crawford (1908-1977) y Bette Davis (1908-1989) La enemistad –o, al menos, mutuo desagrado– entre estas dos icónicas actrices de Hollywood es tan legendaria que hasta ha servido de argumento a una serie de televisión (Feud). Pertenecientes por contrato a estudios muy distintos –Crawford, a la glamorosa Metro; Davis, a la Warner, especializada en cine negro y melodramas–, pasaron toda la vida dedicándose invectivas y burlas, aunque apenas se conocían (al parecer, el origen podría ser el actor Franchot Tone, del que ambas estuvieron enamoradas). La cosa estalló definitivamente cuando rodaron juntas, ya en el declive de sus carreras, el film de horror y humor macabro ¿Qué pasó con Baby Jane? (1962, Robert Aldrich). Parece que la mayoría de las anécdotas que circulan son apócrifas, pero hay que concederle a Davis la mejor (y más salvaje) frase: “No mearía encima de Crawford para apagarla si la viera en llamas”. William Faulkner (1897-1962) y Ernest Hemingway (1899-1961) Otro intercambio de golpes dialécticos famoso fue el que se dio entre estos dos gigantes de la prosa narrativa estadounidense del siglo XX. Si bien en un principio parecieron apreciarse, pronto quedó de manifiesto que el intrincado, oscuro, complejo, poético, sureño William Faulkner (Premio Nobel en 1949) y el intenso, ameno, diáfano, aventurero, cuasiperiodístico Ernest Hemingway (Premio Nobel en 1954; en la imagen) estaban hechos de pastas muy distintas... y no se llevaban bien. Así, si en una entrevista alguien los comparaba o preguntaba al uno por el otro, no desaprovechaban la ocasión de marcar distancias. La burla más famosa vino cuando el autor de El ruido y la furia y Santuario dijo de Hemingway con sarcasmo: “Nunca ha usado una palabra que pueda enviar a un lector al diccionario”. La respuesta del autor de Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas y El viejo y el mar no se hizo esperar: “Pobre Faulkner, cree que las grandes emociones vienen de las grandes palabras”. Truman Capote (1924-1984) y Gore Vidal (1925-2012) De dos reinas de la pantalla a dos majestades de la literatura: excesivos, provocadores, grandes conversadores y aún mejores escritores, ambos abiertamente homosexuales, Capote y Vidal empezaron siendo muy buenos amigos. Aunque de procedencias muy distintas –el primero, un sureño de familia desestructurada y pobre; el segundo, perteneciente a uno de los clanes patricios de Washington–, tenían casi la misma edad, debutaron a la vez y se la pasaban muy bien juntos. Pero algo sucedió que rompió su amistad –hay distintas versiones– y, desde entonces, su relación consistió en atacarse sin tregua y con muy mala vibra en periódicos, programas de televisión, juzgados... Una famosa frase de Vidal: “Entré en Studio 54 y me senté en lo que creí que era un puf... y resultó ser Truman (Capote era de muy corta estatura)”.
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