Anticitera Mecanismo de La primera computadora de la historia
No lo hicieron los extraterrestres ni cayó a las aguas en una época posterior a la del naufragio de un barco en la isla de Anticitera, en el siglo I a. C. Aunque parezca mentira, la llamada primera “computadora” de la historia, compendio de los saberes as
Por Alberto de Frutos
2023-03-01T08:00:00.0000000Z
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Editorial Televisa

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ARQUEOLOGÍA
Elias Stadiatis, buscador de esponjas, tras descender 45 metros con su escafandra de cobre y su incómodo traje de lona, subió a la superficie y describió a su capitán, Dimitrios Kondos, la escena que acababa de contemplar. ¿Cadáveres en descomposición y caballos putrefactos? Escéptico, su superior bajó a las profundidades y, al volver a la superficie, no pudo sino confirmar su testimonio. Una tormenta había detenido a los buzos en la isla griega de Anticitera, al noroeste de Creta, sin saber que justo en ese lugar, unos 2,000 años atrás, durante el siglo I a. C., había tenido lugar un naufragio. Pero el negocio de las esponjas no podía esperar, así que los hombres siguieron rumbo a los caladeros del norte de África y, ya de vuelta, realizaron otra inmersión en la zona, antes de dar parte a las autoridades. A finales de 1900, el Ministerio de Educación y la Armada helena acometieron la exploración del pecio y recuperaron diversas esculturas de mármol y bronce, sondas de plomo, piezas de vidrio, una lira y, ya en 1901, los primeros fragmentos de lo que hoy se conoce como el mecanismo de Anticitera: la primera “computadora analógica” de la historia. Como la tumba de Tutankamón A más de uno la comparación le resultará exagerada, pero, cuando vemos la complejidad y los usos que llegó a tener ese artefacto, sentimos el mismo asombro que los investigadores que se han aproximado a su enigma: “venerable progenitor del presente hardware”, en palabras del científico británico Derek John de Solla Price, quien no dudó en equiparar su hallazgo al de la tumba de Tutankamón. Si queremos verlo con nuestros propios ojos, sólo tenemos que ir al Museo Arqueológico Nacional de Atenas, donde figura con el número de inventario 15,087. Es lo que hizo, una mañana de junio de 1980, el genial divulgador y Premio Nobel de Física, Richard Feynman. Acababa de llegar a la capital griega desde Nueva York, el vuelo se le había hecho muy pesado y, además, le dolían los pies. Cada sala parecía amplificar el eco de sus bostezos (había visto montones de obras como esas en otros museos), hasta que se topó con “una especie de máquina con trenes de engranajes, muy parecida al interior de un moderno reloj-despertador”. Escribió a su familia: “Me pregunto si no será una falsificación”. Del tamaño de una caja de zapatos (y a resguardo, en su momento, de una de madera), el artilugio ha llegado hasta nuestros días muy disperso, en forma de 82 fragmentos (siete relativamente grandes, y el resto, muy pequeños), entre ellos decenas de ruedas dentadas de bronce, corroídas por el mar y el tiempo. Tal vez la nave que lo transportaba se dirigiera a Roma con un botín destinado a enaltecer un desfile triunfal, pero no hay forma de saberlo. Más de cien años después, las excavaciones en el área siguen su curso: en la última, entre mayo y junio de 2022, se ha localizado parte del equipamiento del barco, que se someterá a un examen de rayos X… Hasta el comandante Jacques Cousteau exploró el fondo marino con su mítico Calypso en 1976. Hoy se cree que el mecanismo de Anticitera se concibió entre los años 200 y 100 a. C. Por Cicerón, sospechamos que no fue el único de su tipología, aunque, desde luego, es el único que conocemos. En De re publica, el orador se refiere a un ingenioso artilugio hecho por Arquímedes que representaba los movimientos de las cinco estrellas errantes (los planetas entonces conocidos, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), del Sol y la Luna, y, antes que él, Tales de Mileto y Eudoxo de Cnido habrían diseñado esferas similares. “Casi con seguridad hubo más. Claudio Ptolomeo escribe una obra, las Hipótesis de los planetas, en el siglo II d. C., para los que hacen este tipo de aparatos, por lo que seguro hubo otros. Además, cuando uno estudia con detalle el mecanismo de Anticitera, se da cuenta de que no es la primera versión, tiene mil detalles que muestran que es el fruto maduro de una larga evolución, no el primero que se intentó. Es más como el iphone X que como esos primeros celulares que eran del tamaño de un ladrillo, y del peso de cuatro”, bromea el doctor en Filosofía Christián C. Carman, experto en astronomía antigua. Grecia y la astronomía Lo que ha atrapado a los especialistas es la complejidad del mecanismo, con unos engranajes diferenciales que no volveremos a encontrar hasta bien entrada la Edad Media. Algunos soñadores lo han vinculado, incluso, con civilizaciones alienígenas (he ahí al imaginativo Erich von Däniken en La odisea de los dioses) o han apostado porque fue arrojado al mar en una época muy posterior a la del naufragio. Pero no hay que recurrir a la ciencia ficción para llenar las lagunas de nuestro conocimiento, sino, más bien, revisar las convicciones que tenemos sobre la ciencia astronómica griega en la era pre-ptolemaica, con gigantes como Gémino de Rodas, autor de Introducción a los fenómenos; Hiparco de Nicea, padre del primer catálogo de estrellas, o Apolonio de Perga, el gran geómetra. Sin duda, su saber se benefició del legado de los babilónicos, reinterpretado por Tales de Mileto entre los siglos VII y VI a. C. Aquellos habían examinado ya el movimiento de los planetas y, para sus predicciones, se basaban en los ciclos sinódicos, esto es, en el lapso que tarda un planeta, visto desde la Tierra, en reaparecer en la misma posición respecto al Sol. En el mecanismo de Anticitera, la inspiración es obvia, ya que los ciclos mensuales de la primera “computadora”, compuestos por 235 meses lunares o 19 años solares, se basan en los calendarios lunisolares mesopotámicos, que medían los días en función de la lunación (el periodo entre dos lunas nuevas consecutivas), y los años, en función del ciclo solar. Tras la vitrina del museo, los principales fragmentos nos interpelan. El más importante es el A, que mide 18 por 15 cm, pesa 369 gramos y presenta más de una veintena de engranajes. Al igual que sus hermanos “menores”, muestra una serie de inscripciones que han tenido entretenidos a filólogos y paleógrafos durante décadas, a la manera de un abstruso manual de instrucciones. En 2016, Agamemnon Tselikas, quien fuera director del Archivo Histórico y Paleográfico de la Fundación Educativa del Banco Nacional (Grecia), presentó los resultados de una investigación para la que se llegaron a realizar hasta 20 cortes tomográficos por cada una de las letras. Su equipo identificó nada menos que 3,400 caracteres y concluyó que el aparato, que en origen se tomó por un simple astrolabio, se había fabricado “para explicar el universo, según el conocimiento astronómico de la época”. Un modelo del cosmos Coincidente con esa visión, miembros del University College de Londres (UCL) publicaron en 2021 el último artículo de envergadura sobre la pieza, “A Model of the Cosmos in the Ancient Greek Antikythera Mechanism” (en la revista Nature), en el que exponían que el artilugio combinaba “ciclos de la astronomía babilónica, las matemáticas de la Academia de Platón y las antiguas teorías astronómicas griegas”. Ahora bien, ¿cómo fusionar tantos saberes en un espacio tan reducido? A nuestros ojos, el mayor desafío radica en las piezas que faltan, aproximadamente dos tercios del total (entre ellas, tal vez, un planetario completo), por lo que es inevitable que nos movamos en el siempre resbaladizo terreno de las hipótesis. Una manivela sería el botón de encendido de la computadora, a la que, como un asistente de voz (pero sin voz), le preguntaríamos por las posiciones de los astros, los futuros eclipses o la celebración de los Juegos Nemeos o Ístmicos, en verano y primavera, respectivamente. Un poco como la computadora HAL 9000 de 2001: Odisea del espacio, ¿verdad? A partir de la tesis del citado Derek John de Solla Price (Gears from the Greeks. The Antikythera mechanism: a calendar computer from ca. 80 B.C., 1974), se calculó el periodo de rotación de los engranajes epicicloidales y su significación para la astronomía. Por definición, el epiciclo es el círculo que un planeta describe alrededor de un centro que se mueve en otro círculo alrededor de la Tierra. Hoy sabemos, naturalmente, que ese modelo geométrico partía de una teoría errónea, el geocentrismo, que Copérnico dejaría atrás en el siglo XVI con su “revolución” heliocéntrica. Pues bien: aun con esos cimientos tan frágiles, los cálculos del mecanismo eran casi perfectos, hasta el punto de que incluso la aguja de la Luna se adaptaba al movimiento irregular del satélite, que a veces acelera y otras desacelera, con un margen de error mínimo. “El mecanismo nos invita a reescribir lo que creíamos saber de astronomía de esa época”, sentencia Carman para Muy Interesante. Años después que Price, el ingeniero Michael T. Wright reconstruyó el artilugio para fijar con mayor precisión sus claves. En su taller, una especie de máquina del tiempo de H. G. Wells, invitaba a sus visitantes a girar la manivela al costado de la caja, y estos se quedaban boquiabiertos siguiendo la revolución completa de la Luna y el avance del Sol por la esfera. En opinión de Wright, el mecanismo sería, ante todo, un planetario que reflejaba los epiciclos de Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, así como la velocidad variable del Sol. Otros pusieron su granito de arena y se aventuraron a revivir el artefacto con los medios actuales, como el ingeniero de software Andy Carol, quien, en 2010, se sirvió de unas piezas de Lego para ponerlo en marcha. En la actualidad, las universidades de Sonora (México) y Atenas, junto con una empresa mexicana de relojes, están montando un reloj astronómico monumental, ¡de cuatro metros de altura!, basado en el mecanismo de Anticitera. Cajón de sastre En resumidas cuentas, este intrigante cajón de sastre servía lo mismo para calcular las fases lunares que para predecir eclipses (de acuerdo con el llamado ciclo de saros, estos tendrían lugar en un periodo de 223 lunas, 18 años), fijar la celebración de los Juegos Panhelénicos o señalar los días del calendario egipcio, que a los griegos les resultaba muy cómodo porque todos sus meses tenían 30 días. Su manejo no era fácil: engranajes por aquí, manivelas por allá, deslizaderas, guías en espiral, agujas y pivotes… ¿Quién estaba al mando? Un ingenio de este tipo, tan sofisticado y a la última, podía ser “destripado” por maestros y discípulos de alguna escuela de astronomía, como la que Hiparco de Nicea había fundado en Rodas. Es más que probable que se empleara en la cartografía y la navegación, para ubicar las estrellas y determinar la latitud de los barcos. Desde su hallazgo en 1901, con los estudios precursores de Valerios Stais, hasta los trabajos del Antikythera Mechanism Research Project, el secreto mejor guardado de los griegos ya no resulta tan inescrutable, pero, desde luego, sigue siendo fascinante. Y es que, quitando la programación, este sofisticado artefacto lo podía hacer todo, o todo lo que los antiguos griegos juzgaban importante: interpretar las leyes del cielo y ensamblar el universo conocido en lo que hoy nos parecen unas rocas sin valor, pero que, en realidad, constituyó el artilugio más desconcertante y complejo que alumbró la Antigüedad.
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