La evolución de los animales vampiro

Los hay entre los insectos, en el mundo acuático y entre las aves: son seres hematófagos. Estos animales beben la sangre de sus huéspedes para alimentarse. Una costumbre que proviene del origen de los tiempos.

Por Ángel Luis León Panal

2023-03-01T08:00:00.0000000Z

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Editorial Televisa

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HEMATOFAGIA

Ser un vampiro en el reino animal no es fácil. Su alimento, ese líquido rojo que llamamos sangre, se halla en el interior de otros animales. Por tanto, el primer reto al que se enfrentan los hematófagos consiste en encontrar el huésped adecuado. En segundo lugar, tienen que acceder al torrente sanguíneo de sus víctimas, el cual fluye bajo una capa de piel, pelos, plumas o escamas. Obviamente, dicha búsqueda debe realizarse con la mayor cautela posible para así evitar cualquier acción defensiva. Todo ello con el único fin de degustar un buen trago de sangre. Pero aquí no acaban los problemas. La digestión de la sangre tampoco es un proceso sencillo. Su componente mayoritario es agua, mientras que el segundo ingrediente más importante son proteínas. Gran parte de esta fracción proteica corresponde a la hemoglobina, molécula encargada del transporte de oxígeno, la cual contiene hierro. De esta forma, tras digerir la hemoglobina, el metabolismo de un vampiro se enfrenta a la tarea de gestionar una excesiva concentración de hierro. La sangre también presenta un elevado nivel de sal y, por el contrario, en ella escasean vitaminas, lípidos y glucosa. A lo largo y ancho de la Tierra se han descrito aproximadamente dos millones de especies, de entre las cuales alrededor de 30 mil se alimentan precisamente de sangre. Los animales hematófagos han solventado los escollos mencionados anteriormente, desde la localización de una víctima hasta la excreción de los elementos indeseados, gracias a un extraordinario repertorio de adaptaciones. Una increíble biodiversidad vampírica que fue forjada por la omnipresente evolución. Gracias a los análisis genéticos, sabemos que el linaje de los murciélagos vampiro surgió hace unos 26 millones de años. Las especies que existen actualmente, todas nativas de América en un rango que va desde México hasta Argentina y Chile, son tres: el murciélago vampiro común (Desmodus rotundus), el vampiro de alas blancas (Diaemus youngi) y el vampiro de patas peludas (Diphylla ecaudata). Las dos últimas se alimentan en su mayoría de sangre de aves, mientras que la primera prefiere mamíferos, en especial grandes herbívoros y, en raras ocasiones, personas. En el origen de la vena Los antepasados de dichas especies fueron murciélagos insectívoros y es probable que su alimentación incluyera parásitos, por ejemplo garrapatas hinchadas de sangre, las cuales hallarían tras subirse al lomo de una criatura prehistórica. En cualquier caso, tras evolucionar hacia la dieta hematófaga, los murciélagos vampiro se han convertido en una increíble caja de curiosidades biológicas. Al amparo de la oscuridad, estos pequeños animales surcan el cielo nocturno buscando a sus víctimas gracias a la muy conocida ecolocalización de los murciélagos. Aunque ellos también cuentan con otro sentido extra que les ayuda durante la cacería. Se trata de una serie de nervios faciales, situados en la nariz, que actúan como receptores que perciben lo infrarrojo. En efecto, tienen incorporado un detector de calor para localizar a sus presas. Otro rasgo interesante de los murciélagos vampiro es su locomoción. Cuando encuentran una fuente de alimento, bajan al suelo, desde donde se aproximan dando pequeños saltitos. Podemos decir que, a lo largo de su camino, dicho linaje perdió habilidades para moverse en tierra, pero luego volvió a desarrollarlas. Así de laberíntica llega a resultar la evolución. El acceso a la sangre está garantizado gracias a unos afilados dientes, los cuales cortan la piel de sus víctimas sin provocar dolor. Acto seguido, la saliva de estos quirópteros actúa sobre la herida para que el flujo de alimento no se detenga. La proteína que evita la coagulación, uno de esos ases en la manga de los vampiros, ha recibido el nombre bastante apropiado de draculina. Ahora prestemos atención al estómago y el resto del sistema digestivo de nuestros protagonistas. Dichos órganos presentan adaptaciones cuyo cometido es gestionar las grandes cantidades de sangre que consumen en cada cena. El estómago se hincha igual que un globo, actuando como un lugar de almacenamiento, mientras los intestinos ponen en marcha la maquinaria necesaria para excretar el exceso de agua. Sin embargo, al especializarse en un menú tan poco energético, los murciélagos vampiro no sobreviven mucho tiempo sin comer. Apenas dos o tres días. Esta presión selectiva podría haber catapultado sus increíbles hábitos sociales, los cuales están siendo analizados en detalle por la lupa científica. Si alguno de estos pequeños fracasa a la hora de encontrar comida, acudirá a miembros de su grupo que sí lo hayan logrado, quienes se prestan a regurgitar algo de sangre para alimentarlo. Este comportamiento está cimentado por el acicalamiento mientras descansan en la colonia, los lazos de parentesco y la premisa del “me ayudas porque yo te ayudo”, ya que la reciprocidad ocurre entre ejemplares que se han socorrido en el pasado. Dichos vínculos sociales van más allá de la colonia. Recientemente se ha descubierto que los vampiros comunes cazan junto con sus compañeros de confianza. En esos momentos usan distintos tipos de sonidos para compartir información sobre, por ejemplo, dónde hay una oportunidad para comer. Pequeños chupasangre Mosquitos, moscas negras, moscas tsé-tsé, tábanos, piojos, ladillas, pulgas, chinches... Resulta imposible leer la lista de insectos que se alimentan de sangre y no sentir la necesidad de rascarse. Entre estos animales, los linajes hematófagos han surgido al menos unas seis veces. Cada una de estas ramas evolutivas cuenta, por ejemplo, con sus propias herramientas para atravesar pieles ajenas y sustraer sangre. Una de las pruebas más antiguas de este estilo de vida la hallamos entre los fósiles de “protomosquitos”, artrópodos que vivieron durante el Triásico hace unos 220 millones de años. Los mosquitos son, quizá, los vampiros de seis patas más conocidos. Se han identificado alrededor de 3,500 especies, aunque sólo unos cientos de ellas se alimentan de nuestra sangre. Ocurre, además, que sólo pican las hembras. Esto se debe a que dichos insectos necesitan la sangre por motivos reproductivos, ya que les proporciona las proteínas suficientes para el desarrollo de sus huevos. Existen otros artrópodos vampiro fuera del grupo de los insectos. Las garrapatas, que representan a los ácaros de mayor tamaño, son imbatibles a la hora de sobrevivir mucho tiempo sin probar ni una gota de sangre. Esta increíble

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