Máxima contención
Por Óscar Herradón
2023-03-01T08:00:00.0000000Z
2023-03-01T08:00:00.0000000Z
Editorial Televisa

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VIROLOGÍA
La pandemia por el COVID-19 también visibilizó la importancia y el riesgo que implican los llamados laboratorios de máxima contención. Aquí se aplica el nivel más alto en bioseguridad, se trata con los patógenos más letales y un pequeño accidente o sabotaje puede provocar una catástrofe. ¿Qué ocultan estos centros de vanguardia? El COVID-19, la pandemia más mortífera en 100 años, un virus respiratorio letal que tomó desprevenidos a los gobiernos más avanzados del planeta, puso en jaque el bienestar global y demostró nuevamente lo vulnerable que es el ser humano. Que una enfermedad de supuesto origen zoonótico pudiera causar tal destrucción en un planeta con sistemas sanitarios y tratamientos de vanguardia, visibilizó los laboratorios de máxima contención y obligó a replantearse el peligro que supone la biotecnología y la necesidad de fortalecer la seguridad. Un informe reciente reveló que existen 59 laboratorios de alto riesgo, de nivel 4 de bioseguridad (BSL-4, por sus siglas en inglés), cuyas medidas de control podrían ser insuficientes y evidenció la posibilidad de un accidente o fuga de patógenos de consecuencias imprevisibles. En las próximas líneas realizamos un recorrido por los centros que a nivel global cobijan algunos de los virus y patógenos más letales, donde las condiciones de trabajo son realmente exigentes, claustrofóbicas y peligrosas, y en los que un pequeño fallo, por nimio que sea, puede ser fatal. Bienvenidos al cuarto nivel Las ubicaciones de los centros de contención de nivel 4, el más alto en su campo, son de entrada entornos de alta seguridad, donde los científicos deben utilizar trajes de protección en cámaras presurizadas e ingresar a través de esclusas. Las prácticas, equipos de seguridad, el diseño y la construcción de instalaciones en este nivel son aplicables al trabajo con agentes peligrosos o tóxicos que ponen en riesgo la vida, pueden transmitirse a través de aerosoles y para los cuales no existen vacunas o terapias disponibles. También se aplica a todas las manipulaciones de materiales de diagnóstico potencialmente infeccioso, cepas puras y animales infectados de forma natural o experimental, implicando un alto riesgo de exposición e infección para el personal de laboratorio, la comunidad y el medio ambiente. El citado informe sobre bioseguridad realizado en 2021, escrito por la doctora Filippa Lentzos, profesora de Ciencia y Seguridad Internacional del King's College en Londres, y el doctor Gregory D. Koblentz, profesor de Biodefensa en la Universidad George Mason (Fairfax, EUA), y titulado “Mapa de los laboratorios de máxima contención biológica a nivel mundial”, advierte de que los estándares internacionales son “lamentablemente inadecuados para custodiar adecuadamente la principal amenaza” que representan dichos laboratorios. Se deben aplicar altos niveles de protección, seguridad y respuesta: “Esto es especialmente importante para las comunidades locales, regionales y globales, si ocurriera una exposición o un escape accidental”. Y añade que: “No existen estándares internacionales para el trabajo seguro, protegido y responsable sobre patógenos en laboratorios de máxima contención”. El documento también avisa de la posibilidad de un robo de patógenos, que los virus podrían reutilizarse para causar daño de forma activa y que la existencia misma de dichos centros puede verse comprometida, pues los gobiernos temen que sus rivales desarrollen armas biológicas, algo que cobra nueva relevancia en la tensa situación geopolítica actual. Entramos de lleno en el delicado y peligroso campo de la guerra biológica y el bioterrorismo. De hecho, en octubre de 2021, la Asamblea Parlamentaria de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) aprobó un informe relativo a la “amenaza del bioterrorismo en la era poscovid”, donde advertía de que Occidente se “preparará” ante posibles “incidentes biológicos”, ante el desarrollo de sistemas capaces de “crear desde cero nuevos patógenos”. Paradójicamente, a pesar de la seguridad extrema, más de tres cuartas partes de los laboratorios BSL-4, unos 46, se encuentran en zonas urbanas, lo que implica que el impacto que tendría una posible fuga sería de consecuencias devastadoras. Totalmente aislados Uno de los laboratorios más peligrosos del mundo, de alta contención y el más moderno en su campo, se encuentra en el Instituto Friedrich-loeffler, situado al norte de Alemania. En su interior se experimenta con algunos de los virus más mortíferos. Se investigan principalmente las llamadas zoonosis, enfermedades infecciosas que pueden transmitirse de animales a humanos y viceversa. Sus residentes más célebres se guardan con celo en recónditas cámaras: microbios como los responsables de la peste, el ántrax, la rabia, el ébola, la encefalopatía espongiforme bovina, los virus Nipah y Lassa, la fiebre hemorrágica del Congo y, desde tiempos recientes, el SARS-COV-2. Funciona desde hace más de un siglo y se erige en una pequeña y remota isla bañada por las gélidas aguas del mar Báltico, Riems, prácticamente hermética al exterior. Las medidas para evitar una posible fuga son extremas y complejas. Las personas que trabajan ahí están sujetas a estrictos protocolos en el manejo de los agentes infecciosos, el material empleado y en el diseño de los experimentos, y deben cumplir con severos imperativos éticos. El acceso a las instalaciones es altamente restringido, y aquellos autorizados deben someterse a unas duchas desinfectantes al entrar y salir de la isla. La gran mayoría de medidas de seguridad, no obstante, son secretas y los empleados deben firmar cláusulas de confidencialidad y secreto profesional. Todo el laboratorio se halla protegido por un alto muro coronado por alambre de púas y la única entrada desde el continente es protegida por una represa que puede ser cerrada en el improbable caso de que se desate un brote. Su origen se remonta a 1910, cuando el bacteriólogo alemán Friedrich Loeffler, de la Universidad de Greifswald, buscó un lugar lo suficientemente apartado para continuar con seguridad sus investigaciones sobre la fiebre aftosa, por encargo del gobierno prusiano, ante la plaga que estaba asolando las granjas germanas y afectaba a vacas y cerdos. Durante el Tercer Reich, las instalaciones tomarían un cariz mucho más siniestro. Rebautizadas como Instituto de Investigación del Reich en la isla de Riems (Reichsforschungsanstalt Insel Riems), fueron el escenario de atroces experimentos orientados al desarrollo de armas biológicas comandados por Erich Traub, subordinado de Kurt Blome, jefe del programa de guerra biológica del Reich, que investigaba con diversos patógenos como la fiebre aftosa citada o la peste bovina. Tras la guerra, el laboratorio, bajo la órbita de la República Democrática Alemana, se dedicaría principalmente al desarrollo de vacunas, a la investigación o al avance en medidas profilácticas, objetivo que mantiene en la actualidad. También en Alemania, concretamente en Hamburgo, se encuentra el Instituto Bernhard Nocht de Medicina Tropical. Está dividido en tres secciones de investigación: la división de Biología Molecular e Inmunología, la división de Investigación Clínica y la división de Epidemiología y Diagnóstico; además, cuenta con el Centro Nacional de Referencia para Patógenos Tropicales. El enfoque científico actual se centra en la malaria, los virus de la fiebre hemorrágica, en la inmunología clínica, la epidemiología y los estudios de infecciones tropicales, así como en los mecanismos de transmisión viral por mosquitos. Cuenta con laboratorios del más elevado nivel de seguridad para el manejo de virus altamente patógenos e insectos infectados (BSL-4), así como un insectario BSL-3. También abarca el Centro Colaborador de la OMS para los arbovirus, que se transmiten al ser humano o a otros vertebrados por ciertas especies de artrópodos hematófagos, especialmente insectos (moscas y mosquitos) y arácnidos (garrapatas). Su origen se remonta a 1892, cuando una epidemia de cólera se cobró miles de víctimas. Con el apoyo del Gobierno Imperial, se creó el Instituto de Medicina Tropical para investigar enfermedades de barcos y zonas tropicales, y para formar médicos en embarcaciones y para las colonias. El 1 de octubre de 1900 se inauguró el Instituto de Enfermedades Navieras y Tropicales, con el médico portuario e higienista germano Bernhard Nocht como director de la clínica y 24 empleados en el antiguo edificio administrativo del hospital naval en Hamburgo. En 1945 el edificio fue bombardeado y luego reconstruido, y a partir de 2003 se construyó una nueva ala en el sitio de la antigua casa de animales, en funcionamiento desde enero de 2008. Los laboratorios de alta seguridad fueron completamente rediseñados y desde entonces se cuentan entre los más seguros del planeta. Gigante de Asia El laboratorio de alta seguridad más grande es precisamente el de la ciudad china de Wuhan, que captó la atención internacional tras el desencadenamiento del letal coronavirus. Tiene 3,000 metros cuadrados, aunque pronto será superado por la Instalación Nacional de Bio y Agrodefensa de la Universidad Estatal de Kansas, en Estados Unidos, que contará con 4,000 metros cuadrados en laboratorios BSL-4. El tamaño importa, y los estadounidenses no van a permitir ser los segundos en tema tan trascendental en estos tiempos. Administrado por la Academia China de las Ciencias, abrió en 2015 el primer laboratorio de nivel 4 en la China continental. Su origen se remonta a 1956 como el Laboratorio de Microbiología de Wuhan, y ha tenido distintos nombres. Desde el principio, la concepción del laboratorio de alta contención, que se remonta a 2003, ha estado rodeado de polémica. El instituto aglomera los siguientes centros de investigación: Centro de Enfermedades Infecciosas Emergentes; Centro de Recursos de Virus y Bioinformática; Centro de Microbiología Aplicada y Ambiental; Departamento de Bioquímica Analítica y Biotecnología, y el Departamento de Virología Molecular. Posee la colección más grande de cepas de virus de Asia, con 1,500 especímenes diferentes. No obstante, según informó The Washington Post, la embajada de Estados Unidos en Beijing alertó en 2018 a las autoridades estadounidenses, tras una visita a sus instalaciones, de que algunas medidas de seguridad eran insuficientes. En el Instituto de Virología de Wuhan los investigadores llevan mucho tiempo estudiando el coronavirus de murciélago. Una de sus principales científicas, Shi Zhengli (quien encabezó el estudio del anterior brote de SARS), se mostró preocupada, tras el estallido de la pandemia, ante la posibilidad de que pudiera haber una fuga y se pasó días revisando frenéticamente los registros del laboratorio. Sin embargo, afirmó que la secuenciación genética mostró que el nuevo SARS-COV-2 no coincidía con ninguno de los virus muestreados y estudiados por su equipo en el instituto. Aun así, y a pesar de que expertos estadounidenses declararon al citado diario que el Instituto de Virología de Wuhan no era el más adecuado para desarrollar armas biológicas, que estas habían caído en desuso en la mayoría de países por infructuosas y que no había pruebas de que el virus hubiese sido modificado genéticamente, la duda persiste, y el hecho de encontrarse en la zona cero de la pandemia fue muy tentador para los teóricos de las conspiraciones. Dudas persistentes La teoría conspirativa se sembró originalmente a través de un documental producido por The Epoch Times, un medio de comunicación inglés con sede en EUA y con vínculos con el credo religioso de Falun Gong, duramente castigado por el Partido Comunista Chino. En su versión más retorcida, la teoría apunta a un virus creado como arma bacteriológica, una teoría muy popular entre la derecha alternativa estadounidense. Según la misma, habría sido fabricado por científicos chinos, hipótesis que ha cobrado fuerza en Occidente. Según Pew Research, “casi tres de cada 10 estadounidenses creen que el COVID-19 fue creado en laboratorio”. Y más de un 23% piensa que fue intencionadamente (frente al 6% que apoya una creación accidental). Dicha teoría tuvo cobertura en distintos medios gracias al senador republicano por Arkansas, Tom Cotton, quien dio eco a las informaciones publicadas por el periódico conservador Washington Examiner, que apuntaba que el Instituto de Virología de Wuhan “está vinculado a un programa encubierto de armas biológicas de Beijing”. Y aunque la secuenciación genética demostró que el virus SARS-COV-2 tenía orígenes completamente naturales, al igual que un virus zoonótico que se origina en murciélagos, la sombra se cierne aún sobre el mismo. Contribuyó también el hecho de que en mayo de 2021 los servicios de inteligencia de la administración de Biden comenzaran a investigar el verdadero origen del coronavirus, sin descartar la posible fuga del Instituto de Virología de Wuhan, por orden expresa del actual presidente, tan sólo dos meses después de que el informe de expertos de la OMS concluyera tal escenario como “extremadamente improbable”. En medio de tal rompecabezas epidemiológico, China respondió que sí, que el virus había salido de un laboratorio… pero estadounidense, reavivando otra teoría conspirativa difundida en tiempos de Donald Trump por el responsable de Asuntos Exteriores de China, Zhao Lijian, quien señaló a través de Twitter que en realidad el COVID-19 fue llevado a su país por soldados estadounidenses aprovechando los Juegos Mundiales Militares celebrados en octubre de 2019 precisamente en Wuhan. Echaron más leña al fuego del posible origen estadounidense las declaraciones, en julio de 2022, del profesor y economista norteamericano Jeffrey Sachs. El director durante dos años de la Comisión sobre COVID-19 de la prestigiosa revista médica The Lancet, afirmó que mantiene muchas dudas sobre el verdadero origen del coronavirus, apuntando directamente a su país e insistiendo también en que el SARS-COV-2 no se originó en la naturaleza. “Es un error garrafal de la biotecnología, no un error de desbordamiento natural”. Noventa días después de la orden de Biden, el plazo que este puso para obtener respuestas, los servicios de inteligencia no llegaron a una conclusión clara sobre el origen del coronavirus, aunque descartan que fuera desarrollado como arma biológica; no sin insistir en que Beijing continúa obstaculizando la investigación global, por lo que la sospecha aún planea en el aire. Estas dudas fueron campo abonado para todo tipo de teorías de conspiración en tiempos de globalización tecnológica, hiperinformación y fake news, que han aumentado exponencialmente tras la invasión rusa de Ucrania y toda una campaña de desinformación orquestada por el Kremlin. Una escalada de tensión internacional que se ha visto agravada por los movimientos militares de China en Taiwán tras la visita de la congresista estadounidense Nancy Pelosi a la isla o el asesinato a manos de la CIA del ideólogo del 11-S, Aymán al Zawahiri, que podría reavivar los fantasmas del terrorismo islámico. Un escenario inquietante en tiempos pospandemia en los que un nuevo virus, la viruela del mono, desató todas las alertas sanitarias y en bioseguridad para evitar que suceda otra hecatombe cuando aún no nos hemos recuperado del azote del coronavirus.
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