EL GRAN DESAFÍO DE LA HUMANIDAD

Por Sarai J. Rangel y Luis Miguel Ariza

2023-03-01T08:00:00.0000000Z

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Editorial Televisa

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EN PORTADA

Hace tres años el Sars-cov-2 comenzó una de las mayores crisis sanitarias modernas: la pandemia por COVID-19 que costó la vida a unas 17 millones de personas en todo el planeta. Ahora, el reto es estar preparados antes de que el siguiente virus con potencial pandémico aparezca. ¿Estaremos listos? Parte 1 Un mundo en alerta El 28 de febrero de 2020 se confirmó el primer caso de infección por coronavirus en México. Se trató de un joven de 35 años que poco antes había visitado Italia; al mismo tiempo, otras dos posibles infecciones esperaban la confirmación de covid en el país. Con esto, el brote que iniciara en diciembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan, nos alcanzaba. En menos de un mes la Organización Mundial de la Salud (OMS) había declarado emergencia internacional, luego de que la enfermedad se extendiera a 18 países en cinco regiones, la mayoría sin experiencia para enfrentar una crisis sanitaria de tal magnitud. Había que frenarla. Más de 300 proyectos en todo el mundo dedicaron sus esfuerzos y recursos a conseguir una vacuna contra este nuevo mal, pero las proyecciones no eran alentadoras: Anthony Fauci, entonces asesor médico de la Casa Blanca, llegó a referir un mínimo de 18 meses para su desarrollo; 24 meses, dijo el inmunólogo italiano Sergio Abrignani: menos de ese tiempo “me suena a ciencia ficción”. Y es que en circunstancias normales, el desarrollo de una vacuna desde su concepción hasta su salida al mercado es un proceso de al menos 10 años. No obstante, lo que incluso para los expertos parecía imposible, ocurrió: en diciembre de 2020 el Reino Unido aprobó el uso de emergencia del vial desarrollado por Biontech-pfizer para COVID-19. A esta seguirían varias vacunas más. Para noviembre de 2021, el coordinador de respuesta a la pandemia de Estados Unidos, Ashish K. Jha, reportaba a través de un tweet que 50% de la humanidad tenía al menos una dosis: “Ahora, hay más humanos que han recibido una vacuna que los que no. Progreso”. A tres años de que todo iniciara, es innegable el papel de las inmunizaciones para reducir la propagación y gravedad del COVID-19. La asombrosa velocidad con que se consiguieron poco tuvo que ver con la suerte. La verdad es que antes de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas, otra epidemia catastrófica y atroz, pero que por la distancia pasó casi desapercibida para muchos en América, dejó en claro la importancia de estar preparados. Nos referimos al brote de ébola que azotó África Occidental entre 2013 y 2016 (Ver Parte II: “En busca del paciente cero”). El ébola evidenció las grandes carencias de nuestra civilización para hacer frente a una pandemia. Tristemente, fue el costo que la humanidad pagó para prestar atención a lo que después se demostró, vendría. La lección del ébola Hacía un año que el mayor brote de ébola registrado en la historia asolaba a Guinea, Sierra Leona y Liberia. Jeremy Farrar, entonces director de Wellcome Trust, una organización benéfica encargada de financiar proyectos científicos en materia de salud, criticaba en un artículo de 2015 lo absurdo de que todavía no existiera una vacuna para contener el letal virus, siendo que en 2009 había al menos siete prometedores viales en etapa experimental. Uno, desarrollado por la Agencia de Salud Pública de Canadá, había sido candidato a ensayos de Fase 1 y pruebas en humanos, pero la falta de recursos e interés lo dejó en el olvido. Así que cuando el infierno se desató en enero de 2014, no hubo armas para detenerlo. “Colectivamente, no hemos querido o no hemos podido invertir en el costoso y complejo proceso de desarrollo que sería necesario para establecer la seguridad y la inmunogenicidad, como mínimo”, escribió. Era una cruda verdad: ese mismo año la OMS aprobó la vacuna de los canadienses –RVSV-ZEBOV– en calidad de emergencia durante el brote. Los resultados fueron alentadores, pero sólo existían pocas dosis; ni había planes para realizar más ensayos clínicos ni de producción en masa, por lo que fue de poca ayuda. De hecho, sería hasta 2019 que esta se convirtiera en la primera de uso médico contra el ébola. “Si bien estos resultados convincentes llegan demasiado tarde para aquellos que perdieron la vida durante la epidemia de ébola en África Occidental, muestran que cuando el próximo brote de ébola llegue no estaremos indefensos”, dijo en su momento la subdirectora general de salud de la OMS, Marie Paule Kieny. Para Farrar y sus colegas, Stanley A. Plotkin (codescubridor de la vacuna contra la rubeola), y Adel Mahmoud (quien desarrolló la vacuna contra el VPH y el rotavirus), no bastaba con “no estar indefensos” contra el ébola: “Hay muchos objetivos de enfermedades infecciosas para los que las vacunas son muy necesarios y viables, pero que no se están desarrollando debido a la falta de priorización gubernamental o a la falta de incentivos, porque se considera que el mercado es demasiado pequeño para justificar la inversión de capital, permitir los costos de desarrollo y recompensar el riesgo de inversión”, escribían. Las enfermedades a las que se referían eran el chikungunya, el coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-COV), el virus del síndrome respiratorio agudo severo (SARS), el virus del Nilo Occidental y el virus de Lyme, por nombrar algunos. Como explicaban en su artículo, la mayoría de las empresas de biotecnología o laboratorios gubernamentales o universitarios interesados en el descubrimiento y desarrollo de vacunas, suelen carecer de los cuantiosos recursos para llevar las inmunizaciones hasta las etapas finales de investigación, tal como le había ocurrido a RVSV-ZEBOV. De ahí que Farrar y compañía propusieran crear un fondo mundial para el desarrollo y distribución de vacunas, el cual se hizo realidad en 2017 en la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI, por sus siglas en inglés). Una especie de póliza de seguro para la humanidad cuyo objetivo es reducir el tiempo de producción de vacunas contra nuevas infecciones e infecciones reemergentes. Sólo tres años después, en 2020, este “seguro contra epidemias” sería puesto a prueba. “La CEPI jugó un papel muy importante en la obtención de la vacuna contra el SARS-COV-2”, explica en entrevista la bacterióloga y parasitóloga mexicana Esther Orozco. “Cuando la OMS declaró la presencia de la COVID-19 como pandemia, la

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