JAMES GREEN, EXDIRECTOR CIENTÍFICO DE LA NASA “La humanidad tendrá personas viviendo en la Luna y Marte”
Tras una carrera de 42 años en la NASA, este científico nos cuenta sobre su trayectoria y reflexiona sobre los retos que plantea el conocimiento del Universo.
Por Manuel Ruiz Rico
2023-03-01T08:00:00.0000000Z
2023-03-01T08:00:00.0000000Z
Editorial Televisa

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El penúltimo director científico de la agencia espacial estadounidense se jubiló a principios de 2022 tras cuatro décadas en la NASA, un periodo en el que ha vivido y protagonizado una “segunda revolución de la ciencia planetaria”. MUY conversa vía Zoom con Green desde su residencia en Maryland. En su despacho está rodeado de “juguetes espaciales”: un reloj dual de arena con regolito de la Luna y de Marte (el primero es más fino y avanza más rápido), o un trozo del meteorito de Cheliábinsk, que impactó en febrero de 2013, con una parte negra y otra gris; la parte negra es la llamada “costra de la fusión”, la parte donde la roca se fundió al tocar la atmósfera. “Un amigo ruso me lo envió”, dice. Sus años en la NASA contienen gran parte de la historia de la agencia. –Cuando se dio a conocer su jubilación en un comunicado, usted resumía así el trabajo de la NASA: “Siempre buscamos la manera de hacer lo imposible”. ¿Podría mencionar algún proyecto que a priori le pareciera imposible? –¡Claro! Uno de los recientes más “imposibles” que hemos hecho fue el aterrizaje en Marte de un rover de una tonelada métrica. ¡La entrada del rover en el planeta y el aterrizaje fueron increíbles! –El rover Curiosity en Marte es la joya que corona su carrera en la NASA, pero volvamos a los inicios. Allá por los años sesenta, cuando usted era un muchacho en Burlington, Iowa. ¿Fue una inspiración haber vivido los primeros éxitos de la NASA, como la carrera espacial o la llegada a la Luna en 1969? –¡Absolutamente! He estado en el sector espacial más de cuarenta y tantos años… así que ¡yo vi en la televisión el alunizaje del Apolo! Estaba en la preparatoria y fue espectacular. Pero a mí ya me gustaba mucho la ciencia antes de eso porque mi instituto tenía un gran telescopio. Se llamaba el Observatorio Witte, por John Witte, una persona muy conocida en Burlington, de donde yo vengo, a los pies del Misisipi, en el centro de Estados Unidos. Witte era el dueño de una farmacia y se hizo muy rico. Amaba la astronomía, así que iba comprando telescopios y una vez que se hartaba de uno, lo donaba a la escuela. –¿Era un telescopio muy potente? –Tenía un refractor Alvan Clark de 12 pulgadas [30 o 50 cm]. Había sido fabricado en torno a 1932 o 1934 y donado en los años 50. Yo empecé a usarlo un poco después, entre 1967 y 1969, mis años de escuela en Burlington. Tuve la oportunidad no sólo de observar, sino también de construir instrumentos para el telescopio, como un adaptador de cámara para hacer astrofotografías. Pero, por supuesto, otra inspiración para mí fue ¡Star Trek! Ciencia ficción e inspiración La serie empezó en 1966. Vi el primer episodio y partir de ahí ¡todos y cada uno de ellos! Fue muy diferente a cualquier otra cosa que se hubiera hecho antes en televisión. Así que ya tenía ciencia y ciencia ficción, y así es como me sumergí en esto. Quería dedicarme a hacer aquello que estaba viendo: modelos espaciales, viajes, astronautas, hacer el trabajo científico para hacer posible la exploración humana del espacio. Y en ello, la ciencia planetaria lideró el camino. –¿En qué sentido? –El ser humano llegó a la Luna en 1969, pero antes de eso se lanzaron más de 20 misiones al satélite, y eso fue porque la NASA tenía que averiguar qué tipo de entorno había allí. No sabíamos mucho sobre la Luna. De hecho, como ejemplo, del regolito lunar se pensaba que era tan grueso que los astronautas al alunizar introducirían el cuerpo en la superficie hasta el pecho y quedarían atrapados sin poder salir. Las sondas que se mandaron resolvieron eso, y fue crucial. Por ello, en cuanto Neil Armstrong salió del módulo espacial y pisó la Luna, la primera cosa que hizo fue girarse y mirar hacia las patas del módulo donde estaba Aldrin, ¡para comprobar que no se hundía! Resultó que las patas sólo penetraban en el regolito lunar en torno una pulgada (2.54 cm). Y partir de ahí, miró ya la escalera. Todo esto pasó siendo yo adolescente y por eso me fue tan fácil quedar prendado por la ciencia espacial. Entonces, terminé la preparatoria y en la Universidad de Iowa coincidí con James van Allen. Fue un hombre y un científico maravilloso. –Gracias a Van Allen, usted estuvo implicado en las sondas Voyager 1 y Voyager 2, que siguen funcionando y ya han salido del Sistema Solar. –Así es, analizamos alguna información de las sondas y escribimos un par de artículos científicos, junto con mi asesor, Don Gurnett. Él era de la primera generación de estudiantes de Van Allen, quien estaba implicado en todos los proyectos de su pequeño departamento; hablábamos mucho entre todos y Van Allen sabía qué estaba haciendo cada uno de nosotros. –¿Fue esa su vía de acceso a la NASA? –Sí, lo fue. Mi director de tesis doctoral me dijo: “Puedes ir a dar donde quieras una charla para contar qué estamos haciendo aquí”. Entonces, mientras hacía mi maestría en tres años y en otros tres acababa la tesis doctoral, fui a 18 conferencias. En cuanto terminé mi tesis recibí cinco ofertas de trabajo. Eso me ayudó mucho porque tuve varias opciones para elegir. Y así fue como decidí incorporarme al Centro Marshall de Vuelos Espaciales de la NASA en Huntsville, Alabama [este centro fue creado en 1960 bajo la presidencia de Dwight Eisenhower, recibió dicho nombre en homenaje al general de la Segunda Guerra Mundial George C. Marshall y su primer director fue, curiosamente, el exnazi Wernher von Braun, el ingeniero alemán responsable de los cohetes V-2 lanzados sobre Londres en dicha guerra]. –Eso fue en 1980. Usted estuvo implicado en la creación del primer Internet de la NASA y el llamado “tanque simulador de flotabilidad neutra”, donde los futuros astronautas ensayan en condiciones similares a las del espacio. ¿Llegó al Centro Marshall con la idea de ser astronauta? –En julio de 1979, defendí mi tesis y en febrero de 1980 me incorporé a la NASA. Acabé haciendo unas 150 sumersiones en el tanque, pero fue casi más por diversión, con eso tuve bastante, nunca quise ser astronauta. Yo estaba muy centrado en mi carrera científica: investigar, escribir artículos, analizar datos… Pero resultó que en la Universidad de Iowa yo había practicado buceo y llegué a ser el presidente del club de buceo de la universidad. Organizábamos inmersiones en ríos, lagos, pero todo por diversión. Y claro, cuando llegué al Centro Marshall, donde tenían ese enorme tanque, vi que había un programa sobre entrenamiento de astronautas, quise implicarme y tuve la oportunidad. Hicieron un examen, había que hacer una inmersión en el tanque y, claro, yo tenía mucha experiencia buceando. Además, nos presentamos 60 personas y tenían que seleccionar a 13, y acabé siendo uno de ellos. Pero nunca solicité ser astronauta, había tantas cosas sucediendo científicamente, que me daba por satisfecho con dedicarme a ellas. –¿Así es como llegó su experiencia en el proyecto Span? –¡Fue el primer Internet de la NASA! Lo hice yo y fue muy revolucionario. Una de las cosas que más me gustó de incorporarme al Centro Marshall es que allí te dejaban hacer cualquier cosa que tú necesitaras o pensaras que pudiera ayudar a la actividad del centro. Nosotros estábamos en Alabama, pero había laboratorios e investigadores a lo largo y ancho de Estados Unidos, entonces me pregunté: ¿cómo podemos conectarnos todos? Tuve la idea de usar para ello una red de computadoras. Todo el mundo tenía ya un cierto tipo de esas máquinas, nos decidimos por un protocolo, que no fue originalmente el TCP/IP, se llamó DDCNP, y comenzamos la red. Y para finales de 1980 ya estábamos haciendo emails, mensajes de teléfono, podíamos llevar una conversación con seis personas diferentes cada una en un sitio de Estados Unidos, como lo hace Messenger ahora, pero en 1980. –¿Cómo creció la red a partir de ese momento? -Para 1985 ya había conectados miles de computadoras en Estados Unidos, ese año nos enlazamos ya con la Agencia Espacial Europea y así fue como la NASA se conectó de manera transatlántica. En 1987, llegamos a Japón, y en 1992 alcanzamos Moscú y empezó la conexión con la Agencia Espacial de Rusia. A partir de ahí, entregué el testigo a otro grupo de trabajo. –Veo un elemento de conexión entre ese primer Internet, que es una herramienta para la ciencia abierta entre los científicos, principalmente, y el podcast que la NASA lanzó en noviembre de 2017, siendo usted su director científico, como parte de la estrategia para abrir la agencia espacial y sus hallazgos al público general. ¿Lo ve usted así también? -Lo hay. Fue divertido cómo empezó todo. En 2015, el equipo de comunicación de la NASA vino hasta mí y me dijo que querían empezar un podcast y me preguntaron: ¿Lo harías? ¡Por supuesto! ¡Cuenten conmigo! Y enseguida me preguntaron: pero ¿cómo lo llamarías? Y dije: Gravity Assist. Creo que es un buen nombre por dos motivos. Todas las personas en este mundo de la astronomía se dedican a esto porque algo pasó, en algún momento cambiaron de dirección y fueron propulsados hacia sus objetivos. Esto es exactamente lo que una nave hace para ganar energía y alcanzar el siguiente objeto en el espacio, ese efecto se llama gravity assist [procede de gravity assistance o asistencia gravitatoria; esta entra en juego cuando una nave o una sonda espacial alcanza un planeta y aprovecha su órbita para ser propulsada hacia delante e ir así sucesivamente viajando por el espacio; de no recibir este impulso, sería imposible haber alcanzado todos los planetas del Sistema Solar, como han hecho diferentes sondas de la NASA y otras agencias espaciales en las últimas décadas]. –En 1985 se incorpora al Centro Espacial Goddard, de Washington D.C., donde está la sede central de la NASA. Desde ese año hasta 2006, está implicado en proyectos como IMAGE, WIND y POLAR, centrados en conocer nuestro planeta. Es curioso cómo a menudo se piensa en la NASA como una agencia que mira hacia el espacio, hacia fuera del planeta; sin embargo, la Tierra está en el centro de muchos proyectos y misiones de la agencia. ¿Qué hemos aprendido de misiones como esas lanzadas y desarrolladas a finales del siglo XX y principios del siglo XXI? –Esas misiones fueron el inicio para entender lo que llamamos el clima espacial. En la Tierra tenemos un tiempo atmosférico, con viento, lluvias, tornados, huracanes… En el espacio, el Sol puede hacer muy difícil operar allí debido al clima que él produce. Hablamos de destellos o explosiones solares, corrientes de partículas de alta velocidad, fenómenos que de hecho pueden matar a los astronautas. Todas esas misiones y esas sondas se diseñaron para tratar de averiguar qué cosas podía hacer el Sol, la interacción entre el Sol, el viento solar y la Tierra. El campo magnético terrestre provee un amortiguador contra el impacto del viento solar y se reorganiza constantemente intentando captar el viento solar. Es una batalla constante, algunas veces pierde y da lugar a fenómenos climáticos espaciales extremos y ahí es cuando tenemos problemas con los satélites, interferencias de comunicación e incluso los aviones tienen que volar a otra altura para evitar estas zonas de radiaciones y que los pasajeros estén seguros. Aprendimos muchísimo de esas misiones, pero, sobre todo, que la Tierra no está aislada en el universo, todo está conectado. Uno mira al espacio y lo ve todo negro, pero lo que no observamos con nuestros ojos es lo que hay ahí y lo que hay son campos magnéticos, campos eléctricos, corrientes de alta velocidad, vientos solares a baja velocidad. Todo está interconectado. –¿Fue esta la base de la orientación actual de la NASA centrada específicamente en la investigación y lucha contra el cambio climático? –El cambio climático era un asunto en el que la NASA estaba ya entonces implicada. De hecho, lo que sabemos sobre la Tierra y el hecho de que podamos predecir cambios en el clima, en realidad comenzó con el trabajo de los científicos planetarios de la NASA en los años setenta y primeros de los ochenta, cuando estudiaban Venus. –¿Qué sucedió? –Cuando científicos planetarios como Jim Hansen y su grupo llegaron al Instituto Goddard de Estudios Espaciales, el GISS, se pusieron a mirar a Venus y se preguntaron por qué estaría tan caliente, por qué la presión es tan grande. Y descubrieron que se producía un efecto invernadero descontrolado. Entonces, tomaron sus investigaciones sobre la atmósfera de Venus y las aplicaron sobre la Tierra; crearon un modelo de estudio sobre la Tierra, donde estaban los océanos, la tierra, la atmósfera. Sobre él, empezaron a poner en marcha su modelo. Ahí surgió el vínculo con el CO₂ y se pudo ver lo que estaba ocurriendo en la Tierra. Así que el concepto completo de lo que sucede en nuestro planeta cuando se añade CO₂ a la atmósfera fue hecho por los científicos de la NASA y realizado primero por científicos planetarios mirando lo que ocurría en Venus. Esas predicciones han sido muy importantes porque ahora sabemos que tenemos que ir dejando los combustibles fósiles, optar por energías alternativas y también que debemos eliminar CO₂ de la atmósfera, justo lo que hacemos en las estaciones espaciales. En la NASA lo hacemos cada día o los astronautas morirían. –Después de esos años, su última etapa en la NASA, antes de ser nombrado jefe científico de la agencia espacial, llegó en 2006, cuando se dedicó de lleno a la ciencia planetaria como director de ese programa hasta 2018. En esos doce años, con usted al frente, se sucedieron las misiones: New Horizons que sobrevoló Plutón; Messenger que llegó a Mercurio; Juno a Júpiter; Grial A y B a la Luna; Dawn a los asteroides Vesta y Ceres, y, como hito final, el amerizaje del rover Curiosity sobre Marte. ¿Estamos viviendo una segunda revolución de la ciencia planetaria? –He tenido el privilegio de estar en la dirección de ese programa que ha empezado la segunda edad de oro de la exploración planetaria. Era un equipo tremendo de científicos e ingenieros, no sólo en las oficinas centrales de la NASA en el Centro Goddard de Washington, también en JPL (el Laboratorio de Propulsión a Chorro, en California). Eran tan buenos que todo lo que emprendimos fue un éxito. Un triunfo llevó al siguiente y pudimos continuar la exploración debido a todo el conocimiento que produjimos. Todo eso me ayudó como director con el presupuesto para la División de Ciencia Planetaria: cuando comencé era de 1,100 millones de dólares y cuando dejé el cargo fue de 2,200 millones, se duplicó en doce años. Estoy muy orgulloso de eso, de todo lo que aprendimos sobre el Sistema Solar y nuestro lugar en él. –¿Algunos ejemplos de esto? –Completamos la exploración inicial del Sistema Solar. Orbitamos Mercurio con el Messenger y luego llegamos por primera vez a Venus, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y finalmente el sobrevuelo a Plutón en 2015. Ahora tenemos el conocimiento básico de tres porciones mayores del Sistema Solar: al planeta terrestre, los gigantes de gas y, en tercer lugar, los cuerpos helados, que se extienden más allá de Neptuno, de los que Plutón es uno de ellos. Es lo que llamamos el Cinturón de Kuiper, que está compuesto por decenas de miles y que no son sino restos de la formación de nuestra galaxia y de la formación de sus planetas. El Sistema Solar tiene ahora tres secciones, cuando yo estaba en la escuela apenas conocíamos unos cuantos. Del cinturón de Kuiper se dijo que eran restos de un planeta que había explotado, pero ¡es falso! Ahora sabemos que esos cuerpos son justo lo contrario: son las piezas primigenias de un planeta incipiente intentando formarse y la razón por la que no se han unido para conformar un planeta es a consecuencia de la acción de Júpiter. Este planeta está muy cerca y cuando los objetos de Kuiper quieren unirse, la acción de Júpiter lo impide. Para esto se lanzó la misión Dawn. –Hablando precisamente sobre esto. ¿Piensa usted que existe el llamado Planeta Nueve? –Pienso que hay algo ahí, bien un objeto que orbite alrededor del Sol o no, pero creo que hay buenas evidencias que indican que objetos adicionales, probablemente del tamaño de un planeta, han sido lanzados hacia la parte profunda de nuestro Sistema Solar, en la segunda región donde se encuentran los llamados gigantes de gas. Hay sólidas evidencias que nos llevan hacia esa teoría y no han sido refutadas, no se han producido observaciones que yo conozca, que contradigan eso, así que espero que esté ahí y que lo encuentren y que sea lo suficientemente grande como para que lo veamos con un telescopio. –Del mismo modo que los éxitos de la ciencia planetaria de los cincuenta y sesenta fueron la base para llevar al ser humano a la Luna en 1969, ¿son estos éxitos el primer escalón para las futuras misiones que nos llevarán a la Luna y a Marte? –¡Por supuesto! Cada una de nuestras misiones nos lleva a la siguiente. Cada misión responde unas preguntas y plantea otras, nos decimos: bien, ahora tenemos que saber esto y lo otro, nuevas cosas, y planteamos la siguiente. –Hablando de Marte, recientemente ha afirmado que encontrar microbios en Marte será tan revolucionario como el desciframiento del ADN. ¿Por qué? –Encontrar vida en Marte lleva a toda una serie de nuevas preguntas como: ¿estamos relacionados con esa vida o no? Si esa vida es similar, entonces ¿en qué se diferencia nuestro ADN o en qué son iguales? Será una oportunidad realmente emocionante para debatir estas cuestiones. –Y el plan ahora es no sólo volver a la Luna y llegar a Marte, sino instalarnos allí, crear incluso un hábitat, un asentamiento estable, una, digamos, civilización primigenia fuera de la Tierra. ¿Estamos hablando de una aspiración factible y realista? –Sí, así lo creo. El entorno de la Luna es muy severo, el de Marte no lo es tanto, aunque tiene otros desafíos asociados. Pero la humanidad, probablemente en los próximos cientos de años, tendrá un cierto número de personas viviendo en la Luna e incluso Marte. En los últimos veinte años ha habido humanos viviendo en el espacio, orbitando la Tierra, en la Estación Espacial Internacional, no hay ninguna razón para pensar que no pueda suceder lo mismo con personas viviendo en la Luna y Marte. –Para estas misiones, ¿ha sido un factor clave el haber descubierto enormes cantidades de agua en los polos lunares? –Sí. En las zonas de sombra permanente de la Luna creemos que hay al menos varios cientos de millones de toneladas de agua (líquida o congelada). –¿Qué sucederá con la Estación Espacial Internacional, seguirá estando ahí? –La actual Estación Espacial Internacional no fue la primera que tuvo la humanidad, hubo una anterior, Skylab –lanzada por la NASA en mayo de 1973–, que ya hizo un trabajo excelente y realizó muchos descubrimientos. Así que no creo que la actual esté para siempre, pero hay nuevas ideas por parte de empresas privadas como Axiom Space o Blue Origin, que están desarrollando conceptos para estaciones espaciales con fines comerciales, y creo que una vez que la actual estación termine, otra será puesta en marcha.
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