La Troya de Homero
2023-05-01T07:00:00.0000000Z
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Editorial Televisa

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Sumario
Hasta la llegada de Schliemann, Homero fue considerado como un cantor de gesta del mundo antiguo, pero se dudaba de su existencia y de la veracidad de su obra. La Ilíada —la guerra de Troya en la que Aquiles desata su ira— y la Odisea —el viaje de vuelta a casa de Ulises— formaban parte del ciclo Troyano, una serie de poemas épicos de distintos autores en los que se combinaba poesía, leyenda y fantasía. Pero la fe de Schliemann en Homero hizo de este “el primer corresponsal de guerra” en palabras de C. W. Ceram: “Dioses, tumbas y sabios”. Hamburgo, 1949. El estrecho del Helesponto ha controlado el paso entre el mar Mediterráneo y el mar Negro. Según Homero, allí, en la costa asiática, estaba Troya —una urbe caracterizada por el desarrollo de las técnicas artesanas—, la cual dominaba el paso del estrecho entre Asia y Europa. Esta localización geoestratégica enriqueció a sus habitantes y provocó la envidia de sus vecinos, los griegos. Fue también allí donde Schliemann encontró el “Tesoro de Príamo”, que certificaba la guerra de Troya —hacia mediados del siglo XIII a. C.— cantada por Homero. Este nos narró cómo el desencadenante de la guerra fue el rapto de Helena —esposa de Menelao— por Paris —hijo de Príamo, rey de Troya—. En la guerra participaron y murieron grandes héroes antepasados de los griegos —reales y legendarios— como Héctor, Áyax o el mismo Aquiles. Después de años de contienda enquistada, el desenlace a favor de los aqueos se debió a la inteligencia de Ulises, que no a la fuerza. Este hizo creer a los troyanos que en su retirada dejaban como ofrenda un caballo gigante. Dentro se escondieron los aqueos que, una vez dentro de la ciudad, salieron de noche y abrieron las puertas al grueso del ejército griego. El saqueo y destrucción de la ciudad fue irremediable. Uno de los pocos supervivientes troyanos fue Eneas, antepasado de Rómulo y Remo, fundadores de Roma. Schliemann lucho contra las adversidades. Dejó todo lo que tenía —hasta su esposa— y se marchó en busca de un sueño. No le creyeron y le acusaron de estafador. Pero el tiempo y sus colegas le dieron la razón. En las ruinas de Micenas encontró la tumba y el cadáver de Agamenón —joyas y máscara de este incluida—. Demostró que no debíamos dudar de Homero ni de la existencia de los actores que protagonizaron sus poemas. Arrojó luz allí donde había sombras.
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