Maullidos de piedra en Nazca

2023-05-01T07:00:00.0000000Z

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Editorial Televisa

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Sumario

Desde que en 1547 el descubridor llerenense Pedro Cieza de León aludiera, en su Crónica del Perú, a unas señales sobre los arenales incas —a las que Luis Monzón atribuiría, pocos años después, un uso como caminos—, las líneas de Nazca han obsesionado a legos y expertos de todo el mundo. En realidad, su descubrimiento “oficial” fue mucho más tardío. En 1927, el arqueólogo peruano Toribio Mejía Xesspe, mano derecha del padre de la arqueología peruana, Julio César Tello, visualizó esas formas en el marco de una expedición de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Dio cuenta de ellas en 1939, en una ponencia titulada “Acueductos y caminos antiguos de la hoya del Río Grande de Nasca”. La fama, no obstante, se la llevó un antropólogo estadounidense, Paul Kosok, quien sobrevoló el territorio y cedió el testigo a la arqueóloga de origen alemán Maria Reiche. Fue ella quien se batió el cobre por su preservación; sin su entrega, difícilmente la UNESCO habría incluido las líneas y geoglifos de Nazca y de Pampas de Jumana en su lista de Patrimonio de la Humanidad. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez por el sentido de esos dibujos en el suelo, que solo desde una avioneta parecen cobrar forma? Desde su función como calendario astronómico o centro de adoración a la abracadabrante hipótesis de Erich von Däniken, que vio en ellas unas pistas de aterrizaje para naves extraterrestres, Nazca sigue siendo un grandioso interrogante. Y aunque la tentación alienígena no se ha extinguido —en 2017, apareció por ahí una momia con tres dedos alargados y forma de humanoide, que un polémico profesor ruso asoció con una “raza de extraterrestres o biorrobots”—, la cordura se va imponiendo. Así, para el profesor Carlos E. Hermida, se trataría de un sistema de ingeniería hidráulica, canales para regar esas vastas extensiones de desierto. A lo largo de unos 350 km², que se extienden por el desierto costero al sur de Perú, las líneas, obra de los consumados geómetras de la civilización de Nazca, resultan tan intrigantes como mágicas. Un laberinto de figuras animales (mono, araña, cóndor, ballena, lagarto, serpiente, peces…), humanas y vegetales, ¡cientos de ellas!, entre los cinco y los trescientos metros, que, unos dos mil años después de su creación, siguen aflorando gracias a las más modernas tecnologías. En este sentido, un equipo japonés localizó en 2019 más de un centenar de nuevos geoglifos, hallazgo al que, un año después, se agregó otro de un grupo de arqueólogos peruano, que, durante los trabajos de acceso a uno de sus miradores naturales, sorprendió un gato de 37 metros de largo. Una de las preguntas más recurrentes cuando hablamos de geoglifos es por qué no se han borrado. La respuesta es sencilla: la climatología —extremadamente árida, sin apenas lluvias— resulta el mejor conservante para estos frutos del ingenio humano.

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