La felonía mexicana

Desde la época precolombina hasta prácticamente nuestros días, México ha sido y es un país en constante cambio, con fuertes pulsiones internas y grandes historias que contar. De personajes singulares, líderes y mitos… pero también de traidores, o supuesto

Por Henar L. Senovilla

2023-03-01T08:00:00.0000000Z

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Editorial Televisa

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De La Malinche Al General Santa Anna

Rivalidades, corrupciones, asesinatos, lealtades rotas y directamente deslealtades nutren la historia de México, una de las más apasionantes de América Latina desde tiempos pretéritos. Y, sobre todo, una circunstancia constante: la existencia de una larga lista de personajes que han pasado a los anales de la historia como los grandes traidores a la patria mexicana, siéndolo… o no. Con mayúsculas se escriben en esa lista de infieles –o presuntos– los nombres de Malinche, los tlaxcaltecas, Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna o incluso, personajes de la talla de Porfirio Díaz. Malinche Malinche (1495-1527) es uno de los personajes de la historia mexicana sobre el que más se ha escrito y especulado. Traidora por antonomasia para parte de la historiografía latinoamericana, madre del México mestizo para otra, lo cierto es que esta indígena desempeñó un papel clave en el proceso de conquista de este país por las huestes de Hernán Cortés. Nacida con el nombre de Malinalli, Malinche era hija de un cacique del Imperio mexica. Su lengua natural era la náhuatl y el tratamiento que recibía por su ascendencia reconvirtió su nombre a Malintzin, que devino, por la influencia de la fonética castellana, en Malinche. Por distintas circunstancias, la joven fue vendida a otro cacique, en este caso, de Tabasco, región en la que aprendió la lengua de los mayas, propia de ese territorio. Cuando el conquistador Hernán Cortés llegó a esa zona, en 1519, y tras la batalla de Centla, recibió como presente de los pueblos indígenas a 20 jóvenes, entre las cuales se encontraba Malinche. Las mujeres fueron asignadas a los hombres de Cortés y, en concreto, Malinche a Alonso Hernández Portocarrero. Pero Portocarrero tuvo que regresar a España, con lo cual la indígena entró en contacto directo con Cortés. Rápidamente, el conquistador extremeño percibió la inteligencia de la mujer y su vasto conocimiento de los idiomas locales, por lo que la convirtió en su intérprete y, de paso, amante. El hecho de que Malinche conociera las lenguas, dialectos y culturas locales, la manera de hacer de la guerra de estos pueblos y la cosmovisión mexica la transformó en la mejor consejera de Hernán Cortés y en un puntal vital en sus pugnas y negociaciones con las comunidades conquistadas, llegando a erigirse, incluso, en portavoz del colonizador de la Corona de Castilla en las conversaciones con el emperador Moctezuma II, a quien la indígena aconsejó rendirse para evitar la masacre de su pueblo. Bautizada como Mariana, Malinche tuvo un hijo con Hernán Cortés, Martín, considerado uno de los primeros mestizos de la Nueva España. Y su labor al lado del conquistador no se limitó a México, sino que lo acompañó también, como intérprete, a calmar una rebelión a Honduras. Finalmente, terminó casándose con uno de los hombres de Cortés, Juan de Jaramillo, con quien también tendría una hija. Al día de hoy, la figura de Malinche sigue siendo polémica, considerada para unos ejemplo de mujer valiente que evitó males mayores en la conquista hispana mientras para otros es un símbolo de traición a su país por haber ayudado al conquistador español a progresar en sus avances. De hecho, en México se acuñó el término “malinchismo”, que alude a los grupos sociales o étnicos que abandonan sus costumbres tradicionales para adaptarse a las de los foráneos. Sea como fuere, es incuestionable que fue una figura indispensable en la conquista de México y un personaje histórico sin el cual esa fase de la historia del país no podría explicarse. La contradicción tlaxcalteca Un conflicto similar al que pudo experimentar Malinche lo vivieron los tlaxcaltecas, tildados de traidores durante siglos. Y es que, cuando llegaron los conquistadores españoles a los territorios de ultramar, el Imperio mexica que se encontraron estaba compuesto por multitud de pueblos indígenas que tenían sus rivalidades entre sí, por lo que no siempre ponerse del lado de los invasores tenía como primer objetivo permitir la conquista sino más bien hacer pagar sus cuentas a las comunidades enemigas. Era el caso de los tlaxcaltecas. Los mexicas dominaban a la mayoría de los pueblos del Imperio que llevaba su nombre, a los que exigían tributos y consideraban inferiores. Aunque nunca consiguieron conquistar Tlaxcala, este pueblo siempre los consideró sus principales rivales. En un primer momento, los tlaxcaltecas y los españoles se enfrentaron en varias batallas armadas, pero posteriormente pasaron a valorar la posibilidad de establecer una poderosa alianza conjunta que les permitiera derrotar a los mexicas, enemigos comunes. A los señores de Tlaxcala, Hernán Cortés solicitó sumisión al emperador Carlos I de España y, una vez que la juraron, estableció el pacto común, lo que reportó a los indígenas una serie de privilegios inéditos para el resto de los pueblos –no pagar impuestos, tener un escudo real o conformar un cabildo indio–, que el resto de comunidades (y parte de la historiografía) consideró las prebendas obtenidas a cambio de haber traicionado a su nación. La traición tlaxcalteca, por tanto, fue más una alianza de este pueblo indígena con las fuerzas extranjeras y frente a sus rivales que una capitulación ante el conquistador y traición a los mexicas, en un momento histórico en el que no existía el concepto de México como nación única indígena y el Imperio mexica sometía a vasallaje a los pueblos autóctonos no mexicas. Agustín de Iturbide Igual que cayó el Imperio mexica caería la dominación española. Y México inició una etapa de independencia y de construcción como nuevo país que dejó figuras singulares como Agustín de Iturbide y Antonio López de Santa Anna. De Agustín de Iturbide (1783-1824) podría decirse que fue un traidor “oficial”, ya que el Congreso de la Primera República Federal lo decretó el primer traidor de la historia moderna de México. Los cronistas mexicanos aún no se ponen de acuerdo sobre si fue un cruel tirano y traidor a la patria o un héroe todavía no suficientemente valorado, además del verdadero libertador del país. Durante las primeras etapas de la guerra de Independencia de México frente a las tropas españolas se inclinó del lado de los fieles a la Corona de España, combatiendo a los insurgentes, así como durante el Trienio Liberal de Fernando VII en España, cuando combatió a los rebeldes de la Sierra Madre del Sur. Un motivo para ser considerado traidor. Pero en febrero de 1821, sin embargo, se unió al bando insurgente y proclamó el Plan de Iguala, declarando a la Nueva España un país soberano e independiente. Tras la proclamación, Iturbide aunó a los dos bandos enfrentados conformando el llamado Ejército Trigarante, del que se convirtió en líder. En agosto de ese mismo año firmó los Tratados de Córdoba, documento en el que se describían los términos de la independencia de México y se establecía la retirada de las tropas españolas de la capital del país. Dicho acuerdo fue rechazado por el gobierno de España, que hasta 1836 no reconocería la independencia mexicana. En este sentido, se apoyaría la teoría de que Iturbide fue el verdadero libertador del nuevo México. Además, el militar presidió la regencia del primer gobierno provisional mexicano, siendo proclamado emperador en mayo de 1822. Apenas unos meses después, en diciembre, los antiguos insurgentes de ideas republicanas se levantaron contra el régimen recién instaurado, cayendo su mandato en marzo de 1823. Iturbide decidió entonces exiliarse en Europa y, durante su ausencia, el Congreso mexicano lo declaró “traidor y fuera de la ley”. Cuando regresó a México en julio de 1824 para advertir al gobierno de ese momento sobre una conspiración contra la independencia del país, fue arrestado y posteriormente ejecutado. Terminaba así la trayectoria política y la vida del “traidor” oficial del primer México independiente. Antonio López de Santa Anna Otro de los personajes más controvertidos de la historia de México, y coetáneo de Iturbide, fue el general Antonio López de Santa Anna (1794-1876). Este político, militar y dictador mexicano fue presidente del país en numerosas ocasiones durante el siglo XIX, tan poco claras en el número exacto como sus propios mandatos; en muchos textos se asegura que fue presidente en 11 ocasiones, mientras que otros mantienen que sólo en seis, a las que se añadieron una serie de nombramientos y deposiciones tan oscuros como la propia estrategia vital y política de este personaje. Y es que a lo largo de su extensa carrera política, de alrededor de tres décadas, Santa Anna fue considerado desleal y traidor por formar parte de escaramuzas, gobiernos y partidos con orientaciones políticas totalmente dispares, de monárquicos a republicanos, pasando por unitarios, federales, liberales o conservadores. Su carrera política se inició en 1821 cuando, tras algunos éxitos militares, y en plena fase final del proceso de independencia de México del dominio español, fue ascendido a teniente coronel y se adhirió al movimiento independentista de Iturbide, cuyo gobierno apenas duraría un año. Durante esos primeros años del México independiente se sucedieron gabinetes políticos inestables, el entorno perfecto para que Santa Anna pululara entre unas tendencias y otras, pero siempre cerca del poder. Los levantamientos de 1827 en Veracruz, las elecciones de 1828, el derrocamiento del presidente electo sólo unos meses después de ser elegido y la salida de quien lo había sustituido para acabar volviendo a nombrarlo, le dieron la posibilidad de irse poniendo del lado de unos y otros mientras escalaba en posiciones hasta que, finalmente, en 1833, alcanzó la presidencia del gobierno del país, que ocuparía de forma intermitente durante años. Sus mandatos estarían caracterizados por rasgos dictatoriales y conflictos permanentes, puesto que España tardaba en reconocer la independencia de México, que a su vez se encontraba batallando contra Estados Unidos por las fronteras territoriales. De hecho, esta sería la principal causa por la que Santa Anna es considerado un “vende patrias”: la pérdida de Texas y del territorio de la Mesilla, más de 100,000 kilómetros cuadrados que hoy serían parte de los estados de Nuevo México y Arizona. En 1843, Estados Unidos planteó la anexión de Texas a su territorio, mientras Santa Anna se retiraba de la presidencia y se exiliaba a Cuba. Dos años más tarde, el Congreso norteamericano aprobaba la incorporación de Texas a la Unión Americana, por lo que el gobierno mexicano de ese momento decidió llamar de vuelta a Santa Anna, que sin embargo fue derrotado y optó por exiliarse de nuevo a Colombia. En ese impasse, México terminó perdiendo los estados de Alta California y Nuevo México, pero las ansias expansionistas de Estados Unidos no frenaron. Tras una nueva guerra contra los estadounidenses, de 1846 a 1848, Santa Anna, de nuevo presidente, decidió la venta del territorio de la Mesilla, lo que terminaría de encumbrarlo como traidor a la patria por excelencia. Sin embargo, tras estos episodios, volvió a ocupar el poder, por lo que algunos historiadores apuntan a que quizá estas cesiones de territorios tratasen de evitar más conflictos con América del Norte y la apropiación de una mayor cantidad de tierras, además de ser utilizadas para recomponer las maltrechas arcas del país en esos momentos. En 1853, Santa Anna se erigió como dictador vitalicio con el tratamiento de Alteza Serenísima, fue derrocado dos años más tarde y así terminó su atribulada vida política a primer nivel. Porfirio Díaz Si la historia de Malinche se relaciona con la de los tlaxcaltecas y la de Iturbide conecta con la de Santa Anna, lo mismo ocurre con las de este último y Porfirio Díaz, otro traidor a la patria mexicana por excelencia. El político, militar y dictador mexicano José de la Cruz Porfirio Díaz (1830-1915) se mantuvo en el poder también más de tres décadas. Como militar, destacó al inicio de su carrera en sus batallas contra los franceses, que de la mano del emperador Napoleón III pretendían imponer otra vez su presencia en América, y más tarde se enfrentó al propio gobierno mexicano, batallando contra Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada. Díaz asumió la presidencia interina de su país entre noviembre y diciembre de 1876 y entre febrero y mayo de 1877, para luego ejercerlo constitucionalmente de mayo de 1877 a noviembre de 1880. Después, fue presidente de México ininterrumpidamente entre 1884 y 1911. Que hubiera un mismo presidente durante varios años era una circunstancia prácticamente inédita en tierras mexicanas, y permitió avances como la expansión del ferrocarril, el crecimiento de la inversión extranjera o el desarrollo del capitalismo, argumentos que respaldarían el movimiento “porfirista” generado dentro y fuera de México. El principal objetivo de Díaz en su primer mandato fue ganarse la confianza de Estados Unidos. Otro asunto prioritario fue la pacificación del país y su avance cultural. La paz que se impuso durante su gobierno permitió el desarrollo de la cultura, la ciencia y el arte popular. ¿Por qué se le tilda de traidor, pues, y se generó el “antiporfirismo”? Sus detractores alegaban que su régimen era el ejemplo máximo de la tiranía, la dictadura y la opresión. Además, en 1908 se produjo una fuerte crisis económica internacional, que provocó que parte de la ciudadanía del país se alzara contra el gobierno federal. El incremento del precio de los alimentos y del dinero, la recesión económica a nivel mundial, el parón de la incipiente industria mexicana y el desempleo provocaron un fuerte descontento social, aunque Díaz consiguió mantenerse en el poder, marcado ya, eso sí, por la acusación de traidor a su patria. Porfirio Díaz gobernaría tres años más, entre incertidumbres políticas, económicas y sociales, hasta que finalmente renunció en mayo de 1911.

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