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LA JOYA Y LA SERPIENTE

Fotografías de Alfonso Anton Cornelis

De los mayas a

Sigmund Freud, la serpiente siempre ha entrañado una profunda (y profusa) carga alegórica. Repasamos su importancia en la historia, en el arte y en la moda con motivo del 75º aniversario de la colección Serpenti.

Fotografías de

ALFONSO ANTON CORNELIS Fashion styling de GIORGIO BRANDUARDI Texto de

CARMEN COCINA

Desde que el mundo es mundo (antes, incluso, si nos atenemos a la Biblia) la serpiente ha surcado tiempos, civilizaciones y libros sagrados con una profusa (y variopinta) carga alegórica. En el Antiguo Egipto, el sinuoso reptil encaraba las dos caras del poder: el bien, simbolizado por la cobra o Uadyet, relacionado con la fertilidad de los suelos, la afluencia del agua, el sol y la protección; y el mal, asociado a las fuerzas que vivían en Duat. Similar significado entrañaba para los mayas, que lo relacionaban con el viento y el agua; en Perú, Amaru, la serpiente alada, era el comunicador entre el cielo y la tierra, sumando la sabiduría a la ecuación; en la Antigua Roma, Esculapio, el dios de la medicina, tenía forma de serpiente, a la que se le atribuía el don de la sanación.

Más allá del Jardín del Edén, su simbolismo (documentado) es especialmente pródigo en la mitología griega, cuyo truculento repertorio en estas lides les concede especial protagonismo cuando el recién nacido Hércules, fruto de la infidelidad de Zeus con Alcmena, venció con gloria y vigor a los dos enormes ofidios que Hera, esposa de Zeus, envió para matarlo. Pensemos también en Medusa, un espíritu del inframundo que tenía culebras en lugar de cabellos y convertía en piedra a aquel que la mirara a los ojos. Jane Ellen Harrison, erudita lingüista británica del siglo XIX, escribió al respecto que “la gorgona fue creada del terror, no el terror de la gorgona”. Unas décadas más tarde, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, formuló su propia teoría: Medusa se representa como “el talismán supremo que proporciona la imagen de la castración (asociada en la mente del niño al descubrimiento de la sexualidad materna) y su negación”.

Por su fuerza gráfica y su simbolismo, la historia del arte ha sido generosa en la representación de este ser telúrico más allá de la Grecia arcaica y clásica: renacentistas como Benvenuto Cellini y pintores barrocos como Caravaggio o Rubens le han dedicado esculturas y lienzos. En el Surrealismo, la escultura del Perseo de Dalí es una de sus encarnaciones más célebres. El otro gran episodio de este reptil en la mitología griega es el que quedó plasmado en el conjunto escultórico del periodo helenístico Laocoonte y sus hijos, que nos muestra cómo los tres se debaten, entre la vida y la muerte, contra Caribea y Porce, las serpientes gigantes enviadas por los dioses. En Occidente, la serpiente como símbolo del mal, que es un centro de gravedad en sí mismo, ha sido representada en incontables relatos y manifestaciones artísticas como un implacable agujero negro al que se vieron abocados hombres (porque siempre eran

“Los mayas relacionaban la serpiente con el viento y el agua; en Perú, la serpiente alada era el comunicador entre el cielo y la tierra, sumando sabiduría”.

hombres) de toda clase y condición, un ente poderoso y fatal ligado a la fascinación y al castigo. La Biblia, baluarte de la civilización cristiana, cuenta en el Génesis que la serpiente, álter ego del diablo, ofreció la manzana a Eva, apenas la costilla de Adán, la tentación hecha carne que daría lugar al pecado original, expulsando del paraíso al hombre y asentando, de paso, el uso del masculino genérico que durante siglos sobrerrepresentó al sexo que le da nombre en detrimento de esa feminidad fatal que había sido su perdición. Desde el pábulo bíblico, la asociación de la serpiente con un género femenino incitante y embaucador cobró fuerza en el imaginario colectivo, el mismo que alumbró el concepto (no sólo) cinematográfico de “mujer fatal” y señaló a estas como la viva encarnación del pecado, con espantosas consecuencias históricas.

No es de extrañar, pues, que actrices como

Elizabeth Taylor hicieran de su capa un sayo y se sirvieran de su condición de estrellas para reivindicar su derecho a ser bellas y deseables mediante la validación (y, por ende, subversión) de los códigos que tantos sinsabores habían acarreado a su género: durante el rodaje de Cleopatra, la actriz exigió llevar su brazalete serpenteante de Bvlgari como una condición sine qua non para terminar la película.

Con idéntica vocación reivindicativa, pero más redentora y conciliadora, nacía pocos años antes, hace ahora 75, la línea Serpenti de la legendaria casa de joyas italiana. Fue a finales de los años 40 cuando Bvlgari, obviando las connotaciones pecaminosas espoleadas por el catolicismo, decidió devolverle al reptil el carácter virtuoso que le atribuían las antiguas culturas como adalid de la vitalidad y el renacimiento, de nuestra capacidad para reinventarnos mudando de piel tantas veces como haga falta, de nuestra fortaleza y coraje para vencer amenazas

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2023-06-01T07:00:00.0000000Z

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Editorial Televisa