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El Bazaar

La vicepresidente de Christie’s SARA FRIEDLANDER nos cuenta acerca del abrigo que lo cambió todo.

FOTOGRAFÍA DE RICHARD MAJCHRZAK

En 2005, me mudé de Londres a Massachusetts para hacer mi maestría en historia del arte. Tenía 21 años y jamás había vivido en el extranjero. Tenía dos abrigos: uno azul marino, de Urban Outfitters, y una chaqueta verde militar de mis campamentos de niña. Mi mamá decidió que necesitaba una gabardina Burberry, así que fuimos a Neiman Marcus. Cuando me la probé, me sentí un poco ridícula. Me quedaba un poco grande, y estaba usando unos jeans a la cintura y unas Birkenstocks. Pero me enamoré de los botones cafés de cuero y madera. El abrigo tiene un cinturón, y la vendedora me dijo, “No lo abroches, amárralo”. Y se hizo más cool. Cuando llegué a Londres, era un milagro ver cómo la gabardina llevó mi estilo al siguiente nivel. La usaba en la biblioteca en el Museo Victoria & Albert durante el día y me sentía como una estudiante internacional que había viajado por todo el mundo, y también la usaba con vestidos de Topshop y me sentía glamurosa. En las últimas dos décadas, mi guardarropa ha evolucionado; uso muchos trajes sastre para mi trabajo en Christie’s. Pero jamás he reemplazado la gabardina. Es la prenda más antigua de mi clóset. Tiene un toque de cápsula del tiempo, pero de alguna manera es un abrigo clásico e inherente. Algún día se la heredaré a mi hija. Espero que la use durante sus años universitarios, probablemente con sus Birkenstocks.

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2023-03-01T08:00:00.0000000Z

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Editorial Televisa