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Lucy Halfhead disfruta de unos días dorados en la costa Amalfitana, con dramáticas vistas de los acantilados, cenas a la luz de la luna y refrescantes chapuzones en el mar color turquesa.

positano te marca. Es un lugar de ensueño que no parece real mientras estás ahí, pero que se hace real en la nostalgia cuando te has ido”, fue lo que escribió el autor John Steinbeck en un artículo para la edición de mayo de 1953 de Harper’s Bazaar. Era un sentimiento que parecía adecuado para toda Italia durante esos inquietantes primeros meses de la pandemia, cuando estuvimos confinados en nuestros hogares y sólo podíamos salir a dar un paseo diario. Me aferro a los recuerdos de viajes pasados, explorando las maravillas arquitectónicas de Roma, comiendo un cremoso gelato mientras me perdía en las calles de Venecia y tardes de relajación con un Aperol en la mano al costado de una piscina en Toscana. Así que cuando anunciaron que los viajes volvían a estar permitidos, inmediatamente cambié mis planes para regresar y volé a Nápoles con una de mis mejores amigas.

Salimos del avión tentativamente, cerrando los ojos por el brillante sol de julio, y nos dirigimos al puerto para tomar un ferry a la isla de Capri. El viaje de 50 minutos fue surreal; nos pasamos a la parte trasera del bote, la mayoría del tiempo en un silencio contemplativo, admirando las olas entintadas mientras la costa italiana se desplegaba frente a nosotros. En cuanto llegamos a la Marina Grande de la isla, cualquier sentimiento de ansiedad se disipó gracias a una amigable anfitriona (que llevaba puesto su cubrebocas)

del J.K. Place Capri que nos dirigió a un pequeño carro de golf para el corto camino al puerto. Llamar al J.K. Place un hotel no es hacerle verdadera justicia, es más parecido a un privado hogar de un amigo con mucho estilo, quien además ama tener floreros con flores frescas y libros ilustrados del lugar esparcidos por todos lados. Los exquisitos interiores han sido curados por la diseñadora y arquitecta florentina Michele Bönan, cuya nítida paleta azul y blanca se convirtió en el trasfondo perfecto para las impresionantes piezas de arte y la colección de antigüedades. En el restaurante, el chef Eduardo Estatico también prioriza la calidad, y nos sorprendió constantemente con sus delicados platillos de pescados y pasta recién hecha.

Durante nuestra estancia descubrimos más delicias culinarias entre las boutiques del pueblo de Capri, incluyendo pizzas cocinadas en hornos de madera en Aurora, el favorito de las celebridades; y compramos souvenirs en el pintoresco pueblo de Anacapri, en las laderas del monte Solaro. Una tarde particularmente calurosa, abordamos un pequeño bote con una guía para explorar las numerosas caletas de la isla, subiendo y bajando a la brillante agua azul celeste a nuestro antojo. Culminando con un almuerzo -acompañado de sangrías- de pulpo a la parrilla y ensalada Caprese en las sombras del Faraglioni (los icónicos picos rocosos de Capri) en el club de playa La Fontelina.

Después de dos días, era momento de regresar a tierra firme y visitar Il San Pietro di Positano, un emblema de Amalfitana, administrado por los hermanos -y tercera generación de hoteleros- Vito y Carlo Cinque. Esta guarida en el acantilado sería el escenario perfecto para un filme de James Bond y la excitante llegada en taxi acuático, pasando el elegante club de playa con sus camastros anaranjados, y en un elevador con paredes de roca, ciertamente parecerían adecuados para cualquier aliado del 007. A pesar de haberse inaugurado hace 50 años, el hotel está en excelentes condiciones. Nuestra suntuosa habitación con vista al mar tenía un fabuloso baño de mármol, pósters retro en la pared y un balcón envolvente.

De noche, después de haber pasado semanas usando ropa de casa, nos deleitamos con la oportunidad de vestirnos elegantemente para la hora de cocteles en la extensa terraza con vistas a los hogares de Positano que desafían la gravedad y brillaban a la distancia; y cenas a la luz de la luna en el restaurante de estrellas Michelin, Zass. Muchos de los ingredientes del menú son cultivados en el enorme jardín de la cocina que escurre en un costado del acantilado y vale la pena visitar antes de un partido de tenis o una rutina en el gimnasio al aire libre, cuyas caminadoras y bicicletas están posicionadas para aprovechar las vistas del océano. Un día caminamos al popular restaurante a la orilla del mar llamado Da Adolfo, cerca de la rocosa playa Laurito, donde los meseros usaban sandalias y cargaban jarras frías de vino blanco con duraznos rebanados. Comimos los platillos locales favoritos de queso mozzarella y hojas de limón, espagueti con almejas y rebanadas de jugoso melón como postre.

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2021-09-13T07:00:00.0000000Z

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Editorial Televisa