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PADRES

José Antonio Blasco C.

Succession es una gran serie, y lo afirmo visceralmente, lejos de los “sesudos” análisis surgidos a lo largo y ancho de las cuatro temporadas del show transmitido por HBO Max. Lo afirmo con lo que me queda en el espíritu al final de cada capítulo, un revoltillo de sentimientos que van entre el asco y la admiración. Confieso mis ganas a ratos de no verla más y escapar de ese infierno desangelado de multimillonarios neoyorkinos, capaces de devorarse entre ellos si las cifras de ceros a la derecha lo imponen. Succession es una gran serie porque logra su cometido –repugnar y fascinar sin concesiones–, llevándonos a los extremos de una receta de éxito: ricos todopoderosos ahogados en una ambición colosal, como llaga a punto de explotar velada por una capa de la más fina seda. Eso son los padres e hijos de la familia Roy, tan triste como opulenta, de risa fácil sembrada en la desdicha de quien solo ama el dinero

¿Qué embruja de Succession? Su guion –enorme en solidez– y las actuaciones, además de otros aciertos: producción imponente (inmuebles y exteriores de infarto, helicópteros, aviones y coches de portada, y el lujo silencioso de su vestuario), edición al más alto nivel técnico y un soundtrack inquietante que termina de dibujar la tensa atmósfera que envuelve a sus personajes. ¡Vaya personajes! Ni uno parece tocado por la bondad, nunca, bajo ninguna circunstancia, incluso la más conmovedora, y los hombres acaparan la antorcha de los más perversos, comenzando por el patriarca familiar, Logan (Brian Cox), cuya ancianidad no le resta la diabólica astucia con la que mira la vida y maneja a quienes le rodean, sin descansar en el maratón de la avaricia. Y así ha (mal)criado a sus cuatro hijos, construyendo la más tóxica de las relaciones, retándolos a superarlo desde la trampa y la manipulación, por lo que su descendencia es insegura y triste, aniquilada espiritualmente. Una desgracia humana bajo la fuerza masculina que quizá termine subyugada por la astucia femenina (falta poco para descubrirlo).

Prefiero quedarme con el toque de dolor y esperanza de Good Joe Bell (Prime Video), donde descubro a un Mark Wahlberg diferente (el joven pandillero convertido en sueño erótico gracias a Calvin Klein que ganó un lugar en Hollywood encarnando ásperos roles) como el padre que atraviesa –a pie– los Estados Unidos para llegar a Nueva York, una travesía a favor del fin del bullying, primera causa del suicidio de su hijo gay. Este señor (se trata de un caso real), en esa caminata de meses pudo conocerse y descubrir cuánta responsabilidad tuvo en el tristísimo fin de su boy, al cual quiso, sin dudas, pero no supo escucharle ni apoyar correctamente, pensando más en el comentario ajeno que en la felicidad de un joven que solo era diferente al resto de sus compañeros y de la pacata sociedad en la que nació.

Sí, a veces querer no basta, hace falta un ejercicio mayor para imaginar el drama de ser el otro, lo que ese otro vive desde su dimensión más íntima, no desde la nuestra, para así entender y respetar. Good Joe Bell consigue acercarnos a tan duro reto con una narrativa creíble sin matices cursis ni juicios. El machote Wahlberg también produce esta declaración de sensible masculinidad, abrazado por un reparto bien elegido y dirigido, abriendo la posibilidad de una paternidad más empática que necesita perdón y consuelo por sus errores.

—José Antonio Blasco Colina

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2023-06-01T07:00:00.0000000Z

2023-06-01T07:00:00.0000000Z

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