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EL NOTARIO DE ESTADOS UNIDOS. MARTIN SCORSESE

El notario de EUA

David Thomson

Repasamos la carrera del mejor cineasta vivo y nos preguntamos: ¿está lo mejor de Scorsese aún por llegar?

¿ CÓMO LOGRAR QUE TODO ENCAJE? ¿Cómo se construyeron los Estados Unidos y cómo se recreó ese hecho histórico en la pantalla? El musical Oklahoma! se estrenó en Broadway el 31 de marzo de 1943. Fue una producción extraordinaria y dinámica, como para justificar el signo de exclamación. En una nación en guerra, las canciones de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein hablaban con optimismo del Oeste americano. La historia de amor llegó a su punto culminante con la creación del nuevo estado de Oklahoma en 1907.

Sin embargo, ese exitoso espectáculo (más de 2.200 funciones) fue también una farsa de la historia de EUA. Omitía mucho sobre el estado en cuestión. No se puede culpar de ello a Martin Scorsese: solo tenía cuatro meses de edad cuando se estrenó el musical y vivía en el bajo Manhattan. Ahora nos hemos puesto al día con la historia. El pasado noviembre el director cumplió 80. ¡Felicidades, Marty! Pero ¿qué pasa con Oklahoma?

William King Hale nació en Greenville (Texas) la víspera de Navidad de 1874. ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Tendrás paciencia si te digo que Robert De Niro lo encarna en su décima película con Scorsese?

No se sabe mucho qué hizo Hale antes de hallar lo que entonces se llamaba “el territorio de Oklahoma”. El nombre Oklahoma deriva de la lengua choctaw, y significa “gente roja”. La palabra era relevante en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se expulsó a varias naciones indias de su tierra natal y se las realojó en el Territorio Indio, cerca de Oklahoma. William Hale fue una figura clave en ese proceso. Con el tiempo, un informe del FBI sobre él diría: “Su método para acumular poder y prestigio consistía en hacer regalos y favores a individuos para que estuvieran en deuda con él. En consecuencia, contaba con un enorme número de seguidores en la zona, no solo delincuentes que se aproximaron a ver qué caía, sino también ciudadanos honrados y solventes”.

El asunto era más complicado de lo que se contaba en Oklahoma! En 1859 se descubrieron –bajo las tierras del Territorio Indio– enormes depósitos de petróleo. ¿Cómo confiar ese activo a unos pueblos que para los estadounidenses blancos eran primitivos? William Hale era partidario de hacerse cargo del problema, y eso supuso asesinar a varios indios osage y robar sus tierras. No se sabe con certeza a cuántos mató, confabulado con un sobrino, Ernest Burkhart, que se había casado con una

mujer osage. Pero las historias fueron lo suficientemente alarmantes como para llamar la atención del incipiente FBI, y un joven agente, Tom White, comenzó a investigar. En 1929, William Hale fue condenado por asesinato y enviado a prisión. Salió en libertad condicional en 1947 y murió en Phoenix (Arizona) en 1962.

Burkhart es Leonardo DiCaprio y Tom White es Jesse Plemons. Lily Gladstone (de ascendencia pies negros) es Mollie, la esposa de Burkhart. Se espera que la película Los asesinos de la luna de las flores, basada en la novela homónima de David Grann ( Los asesinos de la luna, Literatura Random House, 2019) se estrene en Cannes en la primavera de 2023. Será la nueva película de Marty.

Tenemos motivos para estar contentos. No es solo que Martin Scorsese sea el mejor director de cine estadounidense vivo o que tenga un hueco en un reducido panteón junto a D. W. Griffith, Charles Chaplin, Ernst Lubitsch, Howard Hawks, Alfred Hitchcock y Walt Disney. Se puede argumentar a favor de otros, pero es indiscutible el lugar de Marty. Lo merece por sus películas: Taxi Driver; New York, New York; Toro salvaje, Uno de los nuestros, Casino... y por otra razón: Marty fue un niño enfermizo y asmático. Cuando se hizo famoso, con Malas calles (1973) y Taxi Driver (1976), la prensa especializada insinuaba que tal vez no viviría demasiado o que al menos no perduraría haciendo películas. Cuando de niño vivía en Little Italy. no se le permitía hacer deporte. En lugar de eso, se pasó años sentado durante horas en los cines del barrio. Era pálido, delgado y de solo un 1,65 m de estatura. A sus 80 años, es probable que ahora mida uno o dos centímetros menos.

Ahí es donde empiezan las contradicciones vitales: un inválido impulsado por una energía feroz y una charla entrecortada; un católico con cinco matrimonios y cuatro divorcios a sus espaldas (tiene tres hijos); el creador de aspirantes a santos que pueden convertirse en monstruos –como Travis Bickle en Taxi Driver–; un hombre no deportista que hizo que el boxeo se percibiera como una ópera en Toro salvaje; un fanático de la meticulosidad creativa que entendió el caos de la cocaína en Uno de los nuestros. Durante décadas, desde Malas calles hasta El irlandés, se entusiasmó con los pandilleros agresivos y apasionados, como el niño frágil que observaba a los delincuentes en las calles de Little Italy. El católico empedernido ha hecho tres películas sobre la convicción religiosa: La última tentación de Cristo, Kundun y Silencio. Muestra ansias de ser un buen hombre, pero fue él quien insistió en hacer un cameo en Taxi Driver,

interpretando al tipo al que Travis lleva en su taxi y que solo habla de asesinar a su esposa infiel. Desde el asiento de atrás el cliente mira hacia la ventana del apartamento donde su mujer está con otro hombre y le dice a Travis que va a matar a su mujer con una Magnum del 44.

No creo que otro director se haya mostrado así de entusiasta y amenazador en una de sus propias obras. Parece un malo de película, por la intensidad con la que habla. Pero sigue siendo un niño pálido, a la vez santo y demonio, violento y aun así austero. Creo que esos impulsos contrapuestos han preocupado a Scorsese toda su vida.

En caso de duda, basta con recordar el final de Taxi Driver.

Después de que Travis se haya embarcado en una locura de asesinatos en la que el rojo de la sangre tuvo que ser atenuado para que la película mantuviera una calificación R (de Restricted:

obras no aptas para menores de 17 años, a menos que las vean en compañía de un adulto), la película no acaba con una condena a la cárcel o un final violento. En lugar de eso, Travis vuelve a estar en la calle, con su taxi, convertido en una grotesca celebridad. Así de concienzudamente entendieron Scorsese y

Fue un niño enfermizo. Cuando se hizo famoso, la prensa especulaba con que no viviría demasiado o que, al menos, no perduraría mucho haciendo películas.

su guionista Paul Schrader los Estados Unidos de 1976, el año del bicentenario. Esa gente está ahí fuera, incitada por el habla sensacionalista de las viejas películas, la glorificación de la violencia y la segunda enmienda, que pone armas letales a libre disposición.

Podemos gritar: “Pero ¿eso no es tomarse Taxi Driver demasiado en serio?”. ¿No puede la película ser simplemente una emocionante sesión de muerte y espanto, filmada con colores emotivos en las sucias calles nocturnas donde el amarillo de los taxis es como un aviso de plaga? Añádanse la última partitura cinematográfica que escribió Bernard Herrmann (había participado en Ciudadano Kane y Vértigo) y un reparto de actores astutos producto de la fiebre por la adrenalina urbana. Eso incluía a Jodie Foster (con 12 años de edad), Cybill Shepherd, Harvey Keitel, Peter Boyle y el inquietante e imperfecto marginado que interpreta De Niro, un hombre muy peligroso que intenta rescatar al personaje de Foster de la prostitución y de una muerte temprana. Y no hay que olvidar a Marty en el asiento trasero del taxi.

Taxi Driver sabía lo que significaba el bicentenario. La hicieron tres tipos que no dudaban de que el cine era la máxima expresión de lo que Estados Unidos soñaba y que reconocían lo desquiciado que estaba el país. No se puede dar el reconocimiento adecuado a Scorsese sin comprender que, en su éxito y su riqueza, él siente que vive en una casa de locos. ¿Dónde ha ido Oklahoma? Tranquilo. Está esperándonos.

En 1976, De Niro, Schrader y Scorsese eran una trinidad, por lo que era difícil discernir cómo los tres cabos habían trenzado la cuerda de Taxi Driver. Schrader y Scorsese habrían estado perdidos sin De Niro, que también puso su grano de arena en el guion de Schrader, como cuando improvisó el monólogo de: “¿Me hablas a mí?”. Pero hay mucho de Schrader en la película: la intensidad agónica de ser un solitario, el calvario espiritual, la fascinación por la violencia... Puede que Scorsese también se sintiera un solitario, pero no estaba tan aislado como Schrader.

Imposible negar el éxtasis con el que se une –en la pantalla– la vida social de los mafiosos: Uno de los nuestros y Casino

Marty era el niño observador que siempre quiso superar su fragilidad y aspiraba a formar parte de la pandilla. Puede que este deseo no se satisfaga del todo en Taxi Driver, pero sentimos la atracción de las calles sombrías en la música romántica de Herrmann.

Esa tensión se volvió luminosa y lírica en Toro salvaje, película en la que Jake LaMotta es otro marginado, un hombre atribulado que no puede confiar en nadie, que se abre camino a puñetazos desde la paranoia, pero que se regocija en cómo un campeón de boxeo puede ser el centro de un entorno sórdido que lo manipula y lo arruina. En Malas calles había una primera banda, que florece en Toro salvaje, donde Jake inspira admiración homoerótica en los personajes interpretados por Nicholas Colosanto, Frank Vincent y Joe Pesci. Este último interpreta al hermano de Jake, que le hace de sparring y es su fiel mano derecha. Pesci apenas había trabajado en el cine antes de Toro salvaje (había sido cantante y cómico), pero Marty lo vio y se dio cuenta de que era una bomba de relojería. Sin haber tenido nunca un papel protagonista, Pesci ha sido actor de referencia de Scorsese durante 40 años.

Es imposible recordar Uno de los nuestros sin pensar en Pesci, sobre todo en esa tensa y muy imitada escena en la que su personaje, Tommy, hace una broma a Henry (Ray Liotta) y luego empieza a intimidarle, “¿Cómo que soy gracioso?”, hasta que la tensión se palpa en el ambiente. En el cine norteamericano, en particular en las películas de gánsteres, abundan las amenazas, pero ¿hay alguien que dé más miedo que el Tommy de Pesci? Consiguió el Oscar al mejor actor de reparto y aportó un encanto insólito a la idea del psicópata. A Marty le entusiasmó.

Uno de los nuestros aborda con genialidad el tema de las bandas del crimen organizado. Con calma, en un foro académico, Marty podría haber dicho lo mucho que deplora a esos matones. Pero no se puede negar el éxtasis con el que se une en la pantalla a la vida social de los mafiosos. Basta recordar el plano secuencia en el que Henry lleva a su chica por la puerta trasera del club nocturno Copacabana para impresionarla saludando a todos sus compinches. Marty se explaya en el plano, con “Then He Kissed Me”, de The Crystals, sonando de fondo –Marty esnifa música, es la única manera de decirlo–. Ray Liotta es el protagonista y hay un trabajo estupendo de De Niro y Paul Sorvino, y de Lorraine Bracco y Gina Mastrogiacomo, que interpretan a las mujeres de Henry.

Pero hay una forma en la que Uno de los nuestros abandona el fantasma de la decencia. Es como si Marty dijera: “Sí, claro que son tipos terribles, pero no puedo dejar de querer estar con ellos”. El funcionamiento de las viejas rutinas se hizo más claro aún en Casino, en la que De Niro interpreta a un gánster amable, Sam Rothstein, que quiere hacer que Las Vegas funcione como un negocio eficiente. Pero tiene un amigo, un tipo destructivo, que insiste en fastidiarlo todo. Naturalmente, ese tipo, Nicky, es Joe Pesci, con arrebatos crueles y cómicos. Hay una elegante y mordaz ironía en la forma en que Nicky y la esposa de Sam, Ginger (Sharon Stone, en su mejor trabajo), desmontan todos los grandes planes de Rothstein.

Para mí, Casino es una de las mejores películas de Scorsese y la más bella (tiene una elegancia truculenta), pero cuando se estrenó sentí cierta frustración. ¿Cuántas películas de mafias tenía que hacer este director? A veces, Marty parecía complaciente con sus aterradoras bandas, y esto no solo incluye Malas calles, Taxi Driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros y Casino, sino también la deslumbrante recreación de mediados del siglo XIX que es Gangs of New York (con Daniel Day-Lewis, tan frío y afilado como los cuchillos de su personaje, interpretando a Bill Cutting, el Carnicero). Habría que añadir Infiltrados, adaptación de una película hongkonesa, y Juego sucio, sobre la relación entre

dos bandas gemelas: la mafia y la policía. Los fans de Scorsese consideran Infiltrados un clásico, ganador de dos Oscar, a la mejor película y al mejor director (los únicos que ha ganado Marty), un filme en el que destaca el papel de un Jack Nicholson tan intenso como malvado. Yo discrepo: creo que es una obra aburrida y repetitiva, otra película sobre gánsteres cuando ya hay demasiadas, sin un solo personaje interesante.

Tengo tan buena opinión de Martin Scorsese que me siento obligado a denunciar su material de menor calidad. Junto a Infiltrados, incluiría Shutter Island y El aviador. Todas ellas son cintas repletas de acción brillante, pero incapaces de disimular la desgana interior del proyecto. Poco importan esos fantasmas escabrosos. Es un gran director que no supo muy bien adónde ir.

Antes de llegar a ahora o a Oklahoma, este es el momento para elogiar a Scorsese como defensor y padrino del cine independiente arriesgado. Se convirtió rápidamente en el modelo que los estudiantes de cine querían emular, conocer y al que enseñar sus guiones. Y fue paciente y comprensivo con muchas buenas causas. Realizó buenos documentales sobre cine y música: esto abarca desde

El último vals, grabación del último concierto de The Band, hasta el biopic

sobre George Harrison, Living in the Material World. Ha defendido el cine, el papel del Technicolor, la importancia de las grandes películas antiguas, y ha prestado su apoyo a numerosos proyectos difíciles. En los últimos años, ha sido productor ejecutivo de

Fragmentos de una mujer, de las dos partes de The Souvenir, de Joanna Hogg, y de El contador de cartas, de Paul Schrader.

Eso no supone mucho trabajo por parte de Scorsese, pero es una forma de decir que respalda esas películas, un gesto que puede ser muy útil, incluso decisivo. Hay bondad en su energía, y el mejor ejemplo de ello es la forma en que Marty abrazó al director inglés Michael Powell. Promovió el interés por las grandes películas de Powell de la década de 1940 (como Las zapatillas rojas y Sé adónde voy),

distribuyó su clásico de culto, El fotógrafo del pánico, y ayudó a su esposa (Thelma Schoonmaker, editora de

Scorsese desde 1967) a cuidar de Powell en sus últimos días. De hecho, Powell y Schoonmaker se conocieron en la sala de montaje de Toro salvaje.

Pero al cumplir 75 años, también había un Marty que se lamentaba, y preguntaba, como un niño, si no podía hacer una película de gánsteres como siempre había querido. Se refería a El irlandés, una epopeya sobre la desaparición del legendario sindicalista Jimmy Hoffa a manos del crimen organizado por haberse pasado de la raya. Toda la panda participó en la película: De Niro, Pesci (ofreciendo un precioso y entrañable retrato de la vejez), Keitel... Además, se añadió la tardía llegada del único actor con el que curiosamente Scorsese no había trabajado todavía, Al Pacino, en el papel de un Hoffa muy teatral. Fue la producción más difícil de todas las películas de Scorsese. El presupuesto total era de 200 millones de dólares. Estudios como Paramount renegaron de su interés inicial y cuestionaron el gasto y el valor de la tecnología CGI que permitiría a los actores de edad avanzada parecer jóvenes en los flashbacks. Al final, el presupuesto estaba fuera del alcance de los estudios cinematográficos convencionales, así que Netflix intervino y dijo que asumiría el gasto. Fue una metáfora de cómo, incluso antes del covid, se hundía el negocio del cine en salas de proyección.

Así que en noviembre de 2019, El irlandés, de 209 minutos de duración, se estrenó en una cantidad limitada de cines antes de que pudiera verse en Netflix. ¿Y cómo fue? Bueno, no era una película del cine convencional que Marty estaba tratando de salvar. Fue un coloso confuso de nuevos medios, en el que los efectos de rejuvenecimiento distraían demasiado para resultar creíbles. El irlandés obtuvo 10 nominaciones a los Oscar, pero no ganó nada. Creo que eso se debió a que parecía lenta, lúgubre y distendida, como esos viejos amigos que se ponen a perorar sobre su poco glorioso pasado. Tenías la sensación de haberla visto ya demasiadas veces hasta que llegas a la última escena.

De Niro interpreta a Frank Sheeran, un hombre que ha sido un gánster toda su vida, parte del complot para matar a Hoffa, y un mentiroso para su propia familia. De repente, al final, la película remonta cuando la hija de Sheeran, Peggy (Anna Paquin), se da cuenta de lo deshonesto que ha sido su padre durante toda su vida y ya no puede respetarlo. Puede que sea muy modesto como desarrollo argumental, pero es como si un miembro de la banda dijera: “No, eso no puede pasar; no se aguanta”. Y resulta desgarrador.

El final de El irlandés muestra una profundidad y un interés por la tragedia que ya existía en

Taxi Driver y Toro salvaje, y que inspiró el relato del matrimonio protagonista de la descuidada New York, New York. Es la historia de un tipo, Jimmy Doyle (De Niro), que conquista a Francine (Liza Minnelli) tras un insistente cortejo y que luego se convierte en un solitario patológico que no soporta estar con nadie. Esa película se hizo en plena crisis: Scorsese tomaba muchas drogas y tenía un turbulenta historia de amor con Minnelli. Es una de sus pocas obras basada en el reto que supone para un hombre y una mujer estar juntos. Cinco matrimonios.

Eso me da esperanzas, y ahora sí que, por fin, estamos en Oklahoma. No he visto Los asesinos de la luna de las flores. Estoy seguro, mientras escribo, de que su destino se está determinando en la sala de montaje mientras Scorsese y Schoonmaker le dan vida, con música de Robbie Robertson. Pero no es otra historia más de gánsteres neoyorquinos. De hecho, tiene que ser un western si está ambientada en la Oklahoma de hace 100 años, y gran parte se ha rodado en el condado de Osage. ¿Cómo estará De Niro en el papel de William Hale? Parece que va a cos

Al cumplir los 75 años de edad, había un Marty que se lamentaba, como un niño, si no podía hacer una película de gánsteres como siempre había querido. Y llegó El irlandés

tar de nuevo 200 millones de dólares, un nivel presupuestario que no debería reconfortar al hombre que hizo Taxi Driver por 1,9 millones de dólares (unos 10 millones de hoy en día).

Pero si se trata de otro estudio sobre cómo funciona el terror de las bandas criminales, también ofrece una visión más amplia sobre la historia de Estados Unidos, y sobre cómo se creó el mito del Oeste, vasto y esperanzador. Y esta película tiene una novedad importante en la obra de Scorsese: uno de los protagonistas ( Jesse Plemons) es un agente de la ley, un detective y un observador moral.

Estoy seguro de que este hombre de 80 años ofrecerá muchas secuencias en las que la acción llena la pantalla en un torrente de belleza cinematográfica, como el agua o el petróleo cuando brotan del suelo. También espero que, por fin, Scorsese haya hecho una película que nos diga: “Miren, vean y capten el racismo, la codicia, el machismo prepotente y la traición: así es como hemos llegado a donde estamos”. Tal vez el gran director esté a punto de darnos una gran obra como regalo de cumpleaños.

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2023-03-01T08:00:00.0000000Z

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