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SAN FRANCISCO Nos enamoró. Te contamos por qué

Fotos y texto MÓNICA ISABEL PÉREZ

Mientras todo parecía detenerse a causa de la pandemia , en San Francisco comenzó un nuevo éxodo que no sabemos cómo repercutirá al tratar de entender a dicha urbe. A ún en este punto álgido , ofrece lugares, momentos, acciones que ¬ al menos por un instante, se perciben inmutables.

LOS NEONES COMIENZAN

a encenderse. Son las ocho de la noche y aún no oscurece por completo en San Francisco. Hay ruido en las calles del Tenderloin, uno de los barrios históricos más complejos de la ciudad. Y es que parece, o al menos así lo dejan ver los transeúntes, que está de moda caminar con una bocina colgando. Se escuchan hip hop, rock, cumbias y reggaetón al mismo tiempo. Cada quién va caminando a su ritmo y volumen, como si los audífonos hubieran desaparecido repentinamente de la faz de la tierra. Las banquetas están sucias y una llovizna reciente las ha dejado húmedas. Algunos rincones sueltan un hedor cuyos componentes es mejor no analizar y, conforme la oscuridad se hace más presente, conviene acercarse a Union Square para, bajo el halo de Macy’s, sentirse “más seguros” que entre la multitud de junkies dueños de todas las calles que rodean la zona comercial.

Entro al 720 de Post St. Por fuera parece un restaurante genérico. El letrero rojo de OPEN está acompañado de otro de Corona Extra y uno más de Blue Moon, aunque en el menú que está pegado en la ventana destacan que tienen cerveza Chang. iThai no es un lugar cualquiera, protagoniza entre las opciones más auténticas en la ciudad cuando se tiene antojo de la grasosa y picante comida callejera de Bangkok. Pido un calamar a la parrilla y un omelette de mejillones y queso. Además, dos o tres Chang. Y mientras veo cómo las gotas de grasa caen de un trozo de comida de vuelta al plato, recuerdo algunas de las muchas sentencias que hizo Anthony Bourdain: “Cualquier persona que no la pase bien en San Francisco está muerta para mí. […] El suyo es un pueblo bebedor a dos manos, carnívoro, sucio, desagradable y maravilloso”.

UN CONSTANTE CAMBIO DE ROSTRO

Camino sin evitar perderme, porque solo así uno encuentra joyas como Propagation, bar en Lower Nob Hill aún sobre Post St. que destaca por su verdor. El nombre refiere a la propagación de plantas que lo adornan y lo convierten en una especie de oasis donde predomina el concreto. La oferta consiste en nulo acceso a wi-fi y cocteles frescos que combinan con la vegetación. Nuestros favoritos: el Take Off Your Trousers and Fire Up Your Browses, que contiene bourbon, lima, ginebra y bitters; y el Night After Night con tequila blanco, limón, piña y crema de coco con topping de tahín del Himalaya.

Propagation es uno de los bares más nuevos en la ciudad y su clientela es predominantemente local. Aunque es evidente que dentro de poco la mayoría de sus habituales serán turistas, hasta que los viajes no se normalicen por completo se puede ver a los habitantes de la ciudad hacerla suya de nuevo. Se escuchan murmullos desde todas las mesas. Hay mucho de qué hablar. Una de las conversaciones más comunes en estos días tiene que ver con lo que ya todos llaman “el éxodo”. Las grandes movilizaciones de gente con miras a establecerse en otros sitios se han vuelto un asunto frecuente en San Francisco. Recordemos que se convirtió en objeto de análisis de los efectos de la gentrificación cuando, con el crecimiento de Sillicon Valley, la llegada de techies de todo el mundo elevó tanto los precios de venta y renta de los inmuebles que los habitantes originales de la ciudad tuvieron que desplazarse hacia otras ciudades o países. Esta vez el éxodo también incluye a quienes llegaron durante aquella ola y que ahora, gracias a las bondades del trabajo remoto, pueden regresar a sus ciudades natales o trabajar desde sus puntos favoritos del orbe sin pagar por los precios casi prohibitivos que se alcanzan en San Francisco. Uno de los temas calientes del momento es la extraña reducción del precio de las rentas tras la migración de muchos techies. Los rumores son optimistas respecto a que una vez que los espacios se han liberado y los precios han bajado, aquellos que dejaron la ciudad hace unos años podrían volver. La ciudad parece estar ansiosa de regresar a su esencia hippie y revolucionaria, pero que esto suceda no es tan seguro. Pese a que muchas rentas bajaron hasta un 24%, expertos del Bay Area Economic Institute han declarado a The Guardian que “incluso con una caída fenomenal de las rentas”, la ciudad aún se encuentra en una de sus crisis habitacionales más profundas. Ahora que la población está por cambiar de nuevo, nos queda preguntarnos cómo será el San Francisco que visitaremos en los próximos años.

TODO LO QUE PERMANECE

Hay cosas que nunca cambian. Pese a todo lo que ocurre siempre en San Francisco, la estampa de Union Square es tan inmutable como la de Times Square en Nueva York. Veo parte de este paisaje cliché desde el piso 21 del hotel Nikko. Su pulcritud contrasta con el caos nocturno de la ciudad. En este hotel de inspiración japonesa hay orquídeas y muebles de diseño. Y ahora que es pet-friendly también hay figuritas caninas por doquier: peluches, postales y hasta un libro. Todo puede comprarse para donar un porcentaje a organizaciones benéficas que cuidan a los perros sin hogar. Todo responde a una tendencia clara: cada vez más viajeros se hacen acompañar de sus mascotas. Cada vez más adultos en las grandes ciudades prefieren, también, tener perros y gatos antes que hijos. Así que no sorprende que el hotel haya diseñado un rincón especial para que los perros puedan jugar en la terraza (tienen hasta un minicable car) mientras uno disfruta un coctel en un cómodo sofá con vista a la ciudad.

Pero mi perro no está conmigo, así que el plan para el día siguiente tiene que ver con el descanso absoluto: permanecer tanto tiempo como sea posible en la alberca y solo dejarla para comer en Anzu, restaurante de cocina japonesa contemporánea del hotel – su sopa udon con hongos shitake reconforta, y la selección de sashimis despierta el paladar–, y luego tomar un trago en Feinstein’s, donde cuando hay suerte se presenta alguna banda de jazz. Aunque la noche no puede ser muy larga. Iré al norte en cuanto salga el sol.

DE VUELTA EN EL CAMINO

Un consejo: ten amigos en tus ciudades favoritas. Así es más divertido tomar un auto y salir a la carretera. Sentir por un momento que, juntos, son personajes de prácticamente cualquier novela de Jack Kerouac, de quien tantas huellas hay en esta ciudad, y volverse “locos por vivir, locos por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo”. Dejar que el viento les choque en la cara y convencerse de que eso sana el luto por la muerte de lo que considerábamos “normalidad”. Somos cinco personas hambrientas de naturaleza y de ostras con prosecco. Hacemos camino hacia el norte para llegar a Tomale’s Bay, apenas a una hora y media de la ciudad. Y cuando llegamos a esa larga y estrecha entrada del Pacífico, nuestra primera parada es Tomales Bay Oyser Co., donde cada uno compra un paquete de 60 ostras por 65 dólares.

Nos estacionamos sobre la carretera, bajo un árbol que nos protege con su sombra. Vemos hacia el mar, donde algunas personas pasean en kayak. Como al parecer sugiere la moda, llevamos también una bocina para escuchar algo de música y preparamos nuestros cuchillos para abrir las ostras y disfrutar el festín. Las burbujas del prosecco son perfectas para acompañar el sabor a mar de nuestro alimento que, por inverosímil que parezca, no tarda en acabarse. Caminamos entonces a Hog Island Oyster Co., uno de los negocios más

“I’M ALWAYS DRUNK IN SAN FRANCISCO / I ALWAYS STAY OUT OF MY MIND / BUT IF YOU’VE BEEN TO SAN FRANCISCO /THEY SAY THAT THINGS LIKE THIS GO ON ALL THE TIME”.

– TOMMY WOLF, I AM ALWAYS DRUNK IN SAN FRANCISCO

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2021-10-01T07:00:00.0000000Z

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