Televisa Kiosco Digital

YATRA TOP! Entrevista y shooting exclusivos con la estrella latina del momento

SEÑALAR A UN CRÍTICO en una mañanera no es hacer justicia. Abrir una simple investigación no es hacer justicia. Escoger a quien investigar, con base en filias y fobias, no es hacer justicia. Así le dicen a la justicia en los regímenes autoritarios. En las democracias, la justicia es ese complejo bálsamo que puede sanar, poco a poco, a una sociedad enferma, pero solo si se hace completa, si es real.

Toda democracia, por más desarrollada que sea, debe enfrentar la corrupción, la violencia y la voracidad de personas que creen estar por encima de la ley. Estos individuos ponen a prueba los elementos más esenciales de una democracia liberal, fundada en el ejercicio pleno de las libertades individuales y el gozo de los derechos fundamentales. Cuando una persona utiliza el poder para beneficio propio (corrupción), violenta a otro o comete un delito para obtener una ganancia indebida, el Estado debe tener la capacidad de detectarlo, investigarlo, sancionarlo y retirarle cualquier beneficio ilegal obtenido. Y tiene que hacer todo esto respetando el debido proceso y las garantías del acusado. ¿Para qué? Para estar seguros de que la persona sancionada es – en efecto– la responsable y no un simple chivo expiatorio.

Así, un Estado democrático tiene la difícil tarea de cuidar nuestras libertades y, también, hacer justicia sobre aquellos que abusan de su libertad. Es un reto enorme que requiere un trío de esenciales cosas: leyes bien diseñadas, órganos autónomos con funciones claras que las apliquen y personas capaces de hacer justicia.

Primero, con leyes bien diseñadas me refiero a tres tipos, según lo que establecen: delitos y faltas que deben perseguirse; procesos (sencillos, claros y eficaces para tener un juicio justo); y funciones y facultades de los responsables del proceso. Un mal diseño en cualquiera de estos tipos de leyes puede arruinar la obtención de justicia completa.

Segundo, órganos autónomos con funciones claras son las instituciones que detectan, investigan, sancionan y resguardan a aquellos que perdieron su libertad. Se trata de toda la cadena completa, porque cada una es un eslabón en la compleja tarea de hacer justicia. La autonomía de estos órganos es el elemento por el que la sociedad moderna conceptualiza a la justicia como una mujer de ojos vendados, sin ver origen, raza, partido político, apellido o religión del acusado: solo puede ver hechos y pruebas. El buen diseño de estos órganos se refiere al conjunto de herramientas y capacidades para poder generar esa convicción, sin pisotear los derechos del acusado.

Y, tercero, las personas. Ni las leyes ni los órganos funcionan en el vacío. Ambos necesitan gente capaz de interpretar adecuadamente las leyes y utilizar los instrumentos a su disposición de la mejor manera posible. Esto sucede con buenos procesos de selección, pero también con eficientes sistemas de capacitación y control. Lo humano es la pieza más importante de este sistema.

Así, justicia completa es la función del Estado que identifica y sanciona a una persona que viola la ley, después de una investigación completa y un juicio justo, en el que se respetan todos sus derechos, porque los órganos y las leyes son autónomos y están bien diseñadas, y las personas que los administran son íntegras y capaces.

Esa es la justicia completa, la que no deja dudas ni huele a trampa política o instrumento electoral, la que repara el daño y, por eso, la que sana poco a poco a una sociedad enferma.

CONTENTS

es-mx

2021-10-01T07:00:00.0000000Z

2021-10-01T07:00:00.0000000Z

https://editorialtelevisa.pressreader.com/article/281792812186482

Editorial Televisa