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78 LA INCREÍBLE HISTORIA

Detrás del ambicioso proyecto de Pixar

Por Joe Dunthorne

MORTALIDAD, CRIANZA Y EL EXISTENCIA LISMO ÉPICO DE PIXAR

“TE VAS A MORIR”, me dijo mi hijo de tres años con toda calma, apenas levantando la vista de su cena. “Te vas a morir y…”, señaló a su madre con el tenedor “… tú igual”. Lo observamos mientras intentaba desentrañar su ensalada de col. “Y yo”, agregó luego de una pausa, con la boca llena, “yo también me voy a morir. También la bebé Leela. Todos se van a morir… y luego ya no va a haber nadie”. Masticó, tragó y agarró su vasito.

Ahora que lo recuerdo, no sé exactamente cuándo fue que a nuestro hijo le interesó la inevitable muerte de todos sus conocidos y seres queridos. A fin de cuentas, ha sido un año importante para la muerte. En el muro del jardín trasero, nuestros vecinos comparten a diario estadísticas de mortalidad o los más recientes efectos secundarios de la vacuna. Incluso si comentamos el clima con ellos, siempre es en el contexto de cómo afectará la diseminación de las partículas aéreas.

Y si les cuento que el primer amigo imaginario de mi hijo fue una rama a la que le puso “Coronavirus”, entonces entenderán lo lejos que ha llegado la situación. En medio del área de juegos, alzó a su amigo y gritó: “¡Tengo Coronavirus!”, lo que tuvo el glorioso efecto de que las demás familias mantuvieran una sana distancia. Sin embargo, no son los únicos motivos de su interés malsano. También nos podemos remontar a una tarde puntual de diciembre, cuando por fin cedimos y le dejamos ver su primer largometraje.

Habíamos logrado distraerlo con videos en YouTube, sobre todo el corto documental sobre una fábrica de papel de baño que terminó aprendiéndose de memoria, adquiriendo conocimiento detallado de cómo se aplasta la pulpa y se convierte en un “rollo madre” del tamaño de una paca de heno. Pero a medida que transcurría el encierro, necesitábamos distracciones más sustanciales, tiempos de duración más largos, finales más felices... Urgía Disney+.

Acordamos no dejarle ver cualquier cosa. Conocíamos de primera mano los efectos devastadores de Fro

zen II en la vida de nuestros amigos. ¿Cómo sus hijas habían entrado al cine con la mente y el corazón abiertos, para salir dos horas después transformadas en firmes conformistas de género, negadas a salir de casa sin sus vestidos de princesas? Vimos las casas de esos amigos llenarse de muñecas de Elsa, zapatos y pantuflas de Elsa, batas y sábanas de Elsa, juegos de tiaras de Elsa, equipo esencial para pasear en la bici de Elsa... Si en la primera película, la princesa Elsa está atrapada dentro de un palacio de hielo de su propia creación, en la vida real millones de padres son prisioneros en sus propias casas, sofocados con la avalancha de secuelas y precuelas de Disney, quitándole la diamantina de las orejas de sus hijos.

Así que para la primera experiencia de artes visuales de nuestro hijo –sin duda, formativa–, tomamos la decisión moralmente responsable de dejarlo ver “el nuevo Pixar”. Dice mucho de la reputación de la empresa que solo necesitamos esas tres palabras para confiar. (Decidimos ignorar el hecho de que Disney es propietario de Pixar.) En nuestra era, ninguna otra productora cinematográfica había logrado dar en el clavo con tanta frecuencia como Pixar, y con gusto permitimos que controlara la vida interior de nuestro hijo. La otra ventaja tácita es que seguramente disfrutaríamos más la película que él.

El éxito de Pixar en el transcurso de 25 años es aún más extraordinario si tenemos en cuenta los fracasos rotundos de sus primeros años. En 1986, Pixar Inc era un fabricante de hardware cuyo producto principal fue la Pixar Image Computer, un cubo gris, sin chiste, del tamaño de una canasta para picnic, diseñado para analizar y aumentar digitalmente imágenes. Costaba 135,000 dólares. Por ese precio comprabas la caja gris y ya, sin

software, sin pantalla ni interfaz. Para funcionar requería una estación de trabajo para gráficos de 35,000 dólares. No sorprende que se vendiera mal. El único éxito perdurable de esta pieza de hardware fue un logo de diseño impecable. Pixar dejó de fabricar computadoras para dedicarse al software que “renderea” imágenes: tampoco le fue bien. Hasta que encontró su propósito: largometrajes animados por computadora, y el primero fue ToyStory en 1995.

A la fecha llevan 24 películas, incluida la más reciente,

Luca, que estrenó en junio pasado. En Rotten Tomatoes, seis de las 10 mejores películas para niños de todos los tiempos son de Pixar. Sus largometrajes animados han ganado 16 premios Oscar y recaudado 14 mil millones de dólares en taquillas de todo el mundo. Para quienes concebimos esta clase de éxito nauseabundo –pero decidimos ver Cars para verlos fracasar en algo–, la verdad desalentadora es que incluso sus peores películas son absolutamente entretenidas. Lamento reportar que Cars no está tan mal. Nos parece mala porque sabemos que es el mismo estudio que logró la genialidad de Wall-E, cuya primera parte es como Stalker:lazona, de Andrei Tarkovsky, pero para niños.

Aclaro no ser por completo objetivo al evaluar el arte de Pixar. Tenía 14 años cuando estrenó ToyStory y nada me parecía más emocionante que el desarrollo feroz de la computación gráfica. Dedicaba horas de mi vida en videojuegos militares sin ningún chiste, solo para ver el próximo corte a escena, embobado con un Chinook terriblemente pixelado. Así que cuando vi ToyStory me emocioné al ver que la luz del sol tocaba y refractaba en los

EN 1986, PIXAR INC ERA UN FABRICANTE DE HARDWARE CUYO PRODUCTO PRINCIPAL FUE LA PIXAR IMAGE COMPUTER

vehículos en movimiento y era muy convincente.

Si bien fui al cine por geek, me quedé por las emociones. Me creía muy cool para que me conmovieran unos juguetes tontos y me descubrí haciendo precisamente eso. A los 19 vi MonstersInc, película sobre una empresa que proporciona las criaturas que se esconden debajo de las camas de los niños. La protagonista humana es una niña de dos años con colitas de caballo que se llama Boo. Como entonces estaba escuchando punk skate y escribiendo poesía nihilista, esta película no debió haber sido para mí.

Sin embargo, recuerdo que fue la primera vez que entendí, aunque fuera remotamente, el atractivo de los bebés. La idea de que una niña de dos años fuera encantadora o linda parecía una tontería sin sentido, de la que los padres insomnes debían inventar para justificar sus desastrosas decisiones de vida. Para mí los niños eran repulsivos, incomprensibles, estaban pegajosos y quizá eran hasta malvados. Pero al ver a una niña generada por computadora –con la voz de una niña de dos años, Mary Gibbs– tuve que conceder que tenía cierto atractivo. Se reía y le daba hipo, y el bloque de hielo dentro de mí se derritió un poco. No digo que gracias a Pixar quise tener bebés, pero sin duda me despertó murmullos raros que ahora sé que eran el instinto reproductor.

20 años después, soy uno de esos papás insomnes y absurdos que feliz de la vida le pone películas de Pixar a sus hijos. Desde esta perspectiva, mi vida parece un ejercicio de lealtad de marca extrema.

Entonces, después de Navidad, sentamos a nuestro hijo en el sillón, atenuamos las luces, cerramos las cortinas y lo dejamos ver su primera película en forma, Soul, del nuevo Pixar. Pese a que sabíamos que era una historia sobre la muerte y la vida después de la muerte, esperábamos que Pixar explicara estos temas mejor que nosotros. También nos alegró que Soul es la primera película de Pixar con un protagonista negro, un sello progresista que nos encantó. Mientras nos preparábamos para subcontratar el sentido de la vida y la muerte a unos guionistas millonarios de California, decidimos que éramos unos padres maravillosos.

Soul ganó el Óscar a Mejor película animada y cuenta la historia de Joe Gardner (con la voz de Jamie Foxx), profesor de una escuela de Nueva York que sueña ser pianista de jazz. Cuando por fin consigue una audición con uno de sus héroes musicales, supera los nervios y toca un solo de piano tan trascendental que parece desprenderse de su cuerpo un momento. Después le ofrecen un lugar en la banda y siente plena realización. Regresa a casa brincando de felicidad, ensimismado por su buena suerte, tan distraído con la felicidad que casi le cae encima un costal de ladrillos y lo atropellan, hasta que cae a una coladera y muere al instante.

En esta escena, mi hijo –quien había estado viendo en silencio– se empezó a reír. Se rió muchísimo, porque el hombre alegre había desaparecido para siempre en un hoyo en la tierra. Aquí me di cuenta de que era nulo mi control sobre el significado de la película para él.

Luego de la muerte de su protagonista, la película sigue el alma de Joe –una mancha que parece renacuajo– en su viaje al más allá. Como Joe todavía tiene una carrera de jazz floreciente que desea continuar en Nueva York, su alma decide escapar y regresar a “la vida anterior”, un lugar etéreo donde las nuevas almas se preparan para su viaje a la Tierra. Este paisaje onírico es una especie de campamento scout: las almas nuevas deben recolectar placas que definirán sus personalidades. Los rasgos incluyen: nervioso, distante, extravagante, curioso. Cuando encuentran el equilibrio de cualidades –“Soy un megalomaniaco manipulador muy oportunista”, dice un alma bebé encantadora–, saltan por un hoyo en la tierra y vuelan en paracaídas a la Tierra, donde pueden encontrar un cuerpo apropiado.

Es un aspecto de la trama que señala lo ambiciosa que es la película y lo descuidada. Está llena de grandes ideas y defectos. Aunque en el fondo no importa, porque es estimulante experimentarla como expresión artística – es decir, una comedia apta para la familia que estrenó en Navidad que busca responder las preguntas más ambiciosas–, ¿por qué estamos aquí?, ¿para qué?, ¿a dónde

LA DIFERENCIA ES QUE EN LAS NUEVAS PELÍCULAS DE PIXAR, LA MUERTE NO ES SOLO UN ELEMENTO DE LA HISTORIA, ES LA HISTORIA vamos al morir?, ¿qué pasa antes de nacer?...

Pixar entiende que son preguntas completamente adecuadas para una película infantil, por naturaleza los niños son seres existenciales que se preguntan: ¿por qué? Los adultos nos distraemos con la burocracia interminable de vaciar y llenar el lavaplatos, y se nos olvida preguntarnos qué carajo hacemos aquí, somos costales conscientes de carne y hueso que nos reproducimos en un universo incomprensible.

Vimos Soul en dos sentadas para adaptarnos al periodo de concentración de nuestro hijo. Cuando llegamos a los créditos, nos confirmó que su parte favorita había sido cuando el hombre larguirucho y contento se había caído al hoyo. ¿Acaso creyó que esta escena era comedia física inofensiva, o de verdad entendió el momento de la muerte? En el transcurso de las siguientes semanas llegó la respuesta.

Cuando escuchábamos la música favorita de mi hijo, preguntaba si los músicos habían muerto: “Sí, Nina Simone está muerta.” “Sí, Elvis también.” “Sí, Buddy Holly murió en un accidente de avión”. “No, Brian de The Beach Boys está vivo…pero sus hermanos Dennis y Carl, no.” Para él, la moraleja de la película era: los músicos siempre se mueren.

Después de ver Soul me di cuenta de cuántas películas de Pixar, sobre todo las recientes, giran en torno a la muerte. Antes de Soul, fue Onward de 2020, en la que dos hermanos elfos adolescentes intentan resucitar a su padre con un “hechizo de aparición”. En 2017, estrenó Coco —que parecía un alegre musical que se desenvolvía en México— sobre el viaje de un niño a la Tierra de los Muertos. Miguel, el protagonista, presencia cuando su familia se vuelve transparente, revelando el esqueleto que todos llevamos dentro. La vimos (sin nuestro hijo) en Año Nuevo, es perfecta para esos momentos en los que estamos en sintonía con el paso implacable del tiempo, y los árboles de invierno sacuden sus esqueletos del otro lado de la ventana. Por supuesto, no es nuevo que en las películas infantiles la muerte figure en la narrativa. Nadie olvidará el asesinato brutal de la madre de Bambi o del padre de Simba, su rugido mientras cae al abismo. Up, de 2009 y también de Pixar, comienza con una de las muertes más desalmadas, eficientes y desgarradoras en la historia del cine. Sin embargo, es fundamental que para contrarrestar el pesar de ese momento vemos 90 minutos de comedia física, una aventura para encontrar una escurridiza ave tropical de cuatro metros de altura. La diferencia es que en las nuevas películas de Pixar, la muerte no es solo un elemento de la historia, es la historia.

Es difícil no destacar que este cambio ha coincidido con que los fundadores de Pixar llegaron a la mediana edad. Pete Docter, coguionista y codirector de Soul quien se describe como un “niño geek de Minnesota”, estaba en sus veintes al trabajar en ToyStory. Cuando se estrenó Toy Story 4 en 2019, tenía 50 años. Pese a la genialidad de esas películas, 25 años es mucho tiempo para documentar la vida de un muñeco de cuerda. En entrevistas, Docter se ha referido a una crisis personal después de ganar su segundo Oscar –por InsideOut en 2016; su primero fue por Up en 2010— y conseguir todo lo que había imaginado que lo haría feliz: se dio cuenta de que no lo era. “Parecía la culminación de toda una vida de amor a la animación. No obstante, no sentía haber resuelto todo, ni en paz con el mundo. ¿Por qué?”.

Fue la misma época en la que Pixar atravesaba su propia crisis de la mediana edad. En 2006, Disney la compró y la empresa empezó a depender cada vez más de sus franquicias existentes, mientras sus ideas originales parecían haber perdido su audacia característica; y no solo las películas eran deficientes. El director de Pixar, John Lasseter, creador, director y guionista de Toy

Story, renunció en 2017 tras múltiples acusaciones de acoso sexual. Que su heroico representante y fundador terminara siendo una enorme decepción, fue exactamente el tipo de giro inesperado en el tercer acto que a Pixar le gustaba representar en sus cintas. ¿Recuerdan cuando Lots-o’-Huggin’, el amistoso oso en ToyStory3, resulta ser un sociópata?

En 2018, Docter sustituyó a Lasseter como director de la empresa y lo primero que hizo fue prohibir las secuelas. Todos los largometrajes de Pixar de próximo estreno son ideas originales –y por segunda ocasión en su historia— ha designado a una directora, Domee Shi. Bajo el

cargo de Docter, Pixar parece haber redescubierto su chispa y valentía; buenas noticias no solo para el público sino para la pequeña industria que existe para responder la pregunta: ¿cómo lo hace Pixar?

Hay numerosos libros — ThePixarTouch; Creativity,

Inc; ToPixarandBeyond—, así como Ted talks, talleres y seminarios, que buscan explicar el secreto de su éxito. Lo sé porque he asistido a uno de estos seminarios. Me dio la impresión de estar en una mezcla de sesión de

coaching de vida y una clase de guionismo. En una sala de conferencias sin ventanas, nos sentamos embelesados mientras un hombre con bronceado de California y dientes magníficos nos guiaba por la famosa apertura de

Up, y nos explicaba cómo lleva al público a las lágrimas en segundos. Nos explicó que la clave era el salto constante entre la esperanza y la decepción.

En esa película, Carl y Ellie, recién casados, deciden tener hijos pero descubren que son infértiles. Después sueñan con viajar, pero cada vez que ahorran suficiente, algo sale mal: el techo de la casa necesita reparaciones, el coche, arreglos. Hasta que se jubilan y por fin tienen el tiempo y el dinero para comprar sus boletos de avión, pero ya son mayores, Ellie se enferma y muere. Brutal. Incluso ver la historia en una presentación de Power Point fue suficiente para que se me pusieran los ojos llorosos. Si bien fue interesante entender por qué esa escena funcionaba, la pregunta más importante era ¿cómo la concibieron?

La respuesta es mucho más prosaica y es más difícil replicarla. En 2004, Docter y 11 guionistas de Pixar pasaron tres días en Venezuela en una sesión de lluvia de ideas, ahí a Docter se le ocurrió lo que con el tiempo terminó siendo Up. Entonces, no fue una idea tan maravillosa. La historia giraba en torno de dos hermanos que vivían en una ciudad flotante sobre un planeta de criaturas alienígenas, como muppets. Siguieron cinco años de desarrollo que implicaron 15 consultores de storyboard, a quienes se les dio crédito, y contribuciones constantes del “Brain Trust” de Pixar, un taller de sus mejores creativos que critican y destrozan todas las ideas nuevas.

La ciudad flotante se convirtió en la casa flotante, los hermanos, un anciano y un niño. Después de eso, hubo proyecciones de prueba con público, para quienes la apertura fue demasiado deprimente (como era de esperarse), pero Docter tenía la libertad de no sacrificar nada. En resumen, el secreto del éxito de Pixar es: talento, independencia creativa, sesiones de trabajo en el trópico, media década de tiempo para pensar bien los proyectos, retroalimentación rigurosa, cantidades estratosféricas de dinero para materializar todo. Así de fácil.

Después de la experiencia con Soul, decidimos regresar a YouTube: el documental de la fábrica de papel higiénico. Tal vez nuestro hijo aún no estaba listo para la arremetida audiovisual y metafísica del Pixar de hoy. Al cabo de pocas semanas, dejó de hablar de la muerte y empezó a hablar de motocicletas. En especial, estaba obsesionado con la Vespa naranja de la esquina de nuestra casa, así como cualquier Harley-Davidson, pues vio a un hombre de mediana edad vestido todo de piel intentar arrancar su motor en la calle varias veces.

En el curso de una tarde de febrero, nuestro hijo usó la palabra “Vespa” 23 veces y “Harley-Davidson”, 31. Sí, las contamos. Paseamos con su bici sin pedales mientras él preguntaba a la gente en la calle si sabían qué motaza traía. Les pareció adorable; sonreímos y seguimos contando. Por lo que nos pareció un acto de fe cuando estrenaron las escenas promocionales de la nueva película de Pixar, Luca: dos niños y una niña a bordo de una Vespa vintage color turquesa en un pequeño pueblo costero de Italia. Hubiera sido cruel no enseñársela, así que –una vez más– cerramos las cortinas y subcontratamos su crianza a Pixar.

La película se llama igual que su protagonista, un monstruo marino joven y tímido cuyos padres sobreprotectores le prohíben salir a la superficie. Cuando Luca se hace amigo de otro monstruo marino más impetuoso, Alberto, los dos ignoran las advertencias y salen a la superficie. En tierra firme, Luca descubre que tanto él como Alberto tienen la capacidad de convertirse en seres humanos. Disfrazados de niños, los dos monstruos exploran el pueblo para buscar un objeto mítico que solo han visto en un póster descolorido: la Vespa. Hay varias secuencias oníricas en las que Luca se imagina parvadas de Vespas de colores que vuelan por los aires, los pilotos gritando de felicidad. En esas escenas, mi hijo abrió los ojos como platos. Pixar había creado una réplica de su vida interior, había materializado sus sueños.

Y aunque confieso que no me encantó la película – o más bien, los 30 minutos que estrenaron para la prensa– era innegable que tuvo efecto en su público más importante: mi hijo. Al verla, reflexioné lo triste que es que buena parte de nuestras experiencias artísticas formativas suceden antes de los 20; que nunca me sentiría igual que la primera vez que vi ToyStory o Mons

ters Inc. Pero la risa de mi hijo interrumpió los pensamientos sobre mi muerte inminente, sus ojos brillantes pegados a la pantalla –concentración total— mientras las Vespas mágicas volaban por el cielo.

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2021-09-13T07:00:00.0000000Z

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