Miles

Adaptando la experimentación como base de su repertorio, el gran compositor y trompetista supo alejarse de lo probado para adoptar enfoques inesperados en su estilo personal y sonidos prodigiosos.

MUCHOS NOMBRES Y ROSTROS vienen a la mente al pensar en lo que es cool en materia de estilo, pero solo algunos como Miles Davis tienen el peso de la “evidencia concluyente” para respaldar su lugar en la historia de los hombres mejor vestidos. Uno de los artistas de jazz más consumados fue camaleónico, adivino y reactor, siempre en evolución. Estaba tan envuelto en la cultura que esto le permitió crear y desarrollar constantemente múltiples aspectos sobre él mismo. La forma en que pudo redefinirse a sí mismo década tras década exaltó las mejores virtudes de cada momento. En los 40 y 50, usó piezas clásicas y elegantes sobre un aspecto pulido, suave y caracterizado por trajes a la medida. Años más tarde, le siguieron atuendos más arriesgados a la par con un nuevo sonido que horrorizaría a los puristas del jazz, pero que en terrenos sartoriales lo mantuvieron a raya frente, por ejemplo, a artistas más extravagantes, como Jimi Hendrix. Miles fue efectivamente el padre del jazz fusión, a menudo lanzando piezas exploratorias y desafiantes que traspasaron los límites y reinventaron los sonidos populares. Sabía mirar hacia adelante, y cuando entró, atravesó y salió de la misma adicción a la heroína que derrotó a muchos de sus contemporáneos, aprovechando la situación para ponerse en forma con ayuda del box, asegurándose así que su atuendo se viera tan exquisito en su cuerpo como en la percha.

En su libro de memorias – Miles, la autobiografía– escrito en 1989 de la mano de Quincy Troupe, le atribuyó a su madre el crédito de su sentido de la moda: “Era una mujer muy glamorosa, a la que le gustaban todo tipo de sombreros y accesorios, todas sus amigas me parecían tan glamorosas como ella” escribió, puntualizando: “Ella siempre se vestía para matar. De ella obtuve mi amor por la ropa y el sentido del estilo”.