EL OTRO LADO DE LA CAMA

La escritora Amy Jones habla del impacto de los antidepresivos en su vida sexual...

El citalopram mató y salvó mi vida sexual. Empecé a tomarlo hace cinco años, cuando me encontraba en un estado de ansiedad y depresión. El sexo no era opción; para nada me interesaba, mucho menos porque implicaba el esfuerzo de mostrar el cuerpo que mi cerebro me había convencido de que era repulsivo. Tampoco lo era para mi novio (ahora mi marido), sobre todo debido a su preocupación por mí, supongo también porque una mujer que se pasea por la casa sin ducharse durante días no es su fantasía sexual. El citalopram me ayudó a salir de la fuga y volver a interesarme por la vida. Ducharme, trabajar, leer, salir de casa, comer algo más que cereales... y el sexo.

Fui bastante consciente de que hacía meses que no tenía relaciones sexuales con el hombre atractivo dormido en la cama a mi lado, incluso de todo el deseo y la motivación perdidos durante aquel tiempo. El problema era que la mente estaba dispuesta, pero el cuerpo necesitaba de persuasión. No ocurría nada: no me humedecía, los orgasmos tardaban más que antes y no eran tan intensos. Había tenido orgasmos regulares y fáciles desde la mitad de la adolescencia, no poder tener uno de repente a pesar de que realmente lo deseaba, ¡era frustrante!

Por fortuna, mi esposo es un hombre paciente y yo, tan terca como una mula demasiado cachonda. Seguimos adelante, con la ayuda de lubricantes y vibradores, poco a poco mi cuerpo recordó cómo disfrutar. Sigo tomando citalopram y nuestra vida sexual es tan activa y agradable como siempre. Tengo amigos cuyo deseo sexual es inexistente, o que no han sido capaces de tener un orgasmo en absoluto. Los antidepresivos son brillantes, sin embargo, debemos provocar que la gente sea más consciente acerca de cómo este tipo de medicación cambia una parte tan esencial de sus vidas, y ofrecerles apoyo para afrontarlo lo mejor posible.