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BAJO EL CIELO DE MADRID

Lucía se sentía la mujer más amada, y Madrid era la ciudad perfecta para empezar una nueva vida. Pero los secretos de Alberto están ligados a un pasado que aún no ha superado, y que es una trampa para su felicidad.

POR PILAR PORTOCARRERO

El aviso de abrocharse los cinturones se encendió y Lucía se acomodó en el asiento mientras el avión empezaba su descenso. Miró a Alberto que observaba un catálogo de su empresa, mientras ella se encontraba nerviosa pensando en el aterrizaje. Aunque en realidad estaba inquieta por todo, desde que él le dijo que la amaba su vida dio un giro inesperado.

—¿Dejarías Miami para mudarte conmigo a Madrid? —le preguntó.

—Viajaría a donde tú quisieras, amor —respondió emocionada.

Lo conoció en una cafetería mientras ella trabajaba en uno de sus diseños. Era programadora web y tenía una cartera de clientes a quienes les hacía el seguimiento de sus páginas, actualizándolas con información.

Alberto estaba sentado en otra mesa y parecía desesperado mientras no quitaba los ojos de su laptop.

—Disculpa que me entrometa —dijo cautelosa—, pero, ¿acaso te sucede algo?, tal vez pueda ayudarte.

—No sé qué está pasando con mi página

web, hay demasiadas quejas de clientes que no pueden hacer sus pagos —respondió bastante preocupado.

A Lucía le gustaron esos ojos azules, y que actuara como si no estuviera consciente de su atractivo, que se completaba con un cuerpo bien proporcionado que llamaba la atención.

—Qué casualidad… —agregó—, soy programadora, y si me dejas puedo ver qué está pasando en tu página.

—Pues adelante… mi computadora es toda tuya —dijo aliviado.

Tenía una tienda virtual en donde vendía prendas y algunos accesorios de moda, con una llegada a quince países, y cualquier problema que se presentara era una gran pérdida para la empresa.

Lucía se concentró en su trabajo, y luego de varios minutos lo miró satisfecha.

—Listo… se desconfiguró la pasarela de pago, pero está solucionado —comentó, recibiendo como premio una sonrisa que derritió su corazón.

Desde ese momento se empezaron a ver con frecuencia, pero Alberto era muy reservado con su vida. Lucía sólo sabía que los padres de él eran argentinos, y que el negocio estaba en plan de expansión hacia Europa.

Sin darse cuenta empezaron una relación apasionada que terminaba cuando Alberto la regresaba a su departamento. Nunca se quedó a dormir con él, y sabía que era su forma de ponerle una línea a lo que tenían, donde el deseo los llevaba a vivir de modo intenso cada día. Alberto conocía sus secretos más íntimos, y ella cada línea de su cuerpo que amaba en medio de la penumbra, o cuando los deseos los asaltaban. Era feliz con lo que tenía, hasta que una noche Alberto la sorprendió con una noticia que, sin duda, la dejó en el aire.

—Voy a mudarme a Madrid, viajo en una semana —comentó como distraído.

—¿Y recién me lo dices? —dijo enojada.

—No me gusta dar detalles de lo que hago… —Claro, y como entre nosotros sólo hay sexo, para qué comentarlo, ¿verdad?

—Te comenté varias veces que no quería una relación y tú me dijiste…

—…Que no esperaba nada de ti —lo interrumpió—, pues la realidad es que mentí, porque sí esperaba que me amaras.

—Lucía lo siento —dijo apenado—, pero no quiero involucrarme con nadie.

—¿Qué te pasó? —habló desesperada—, ¿por qué no me cuentas tu pasado?

—Sólo puedo decirte que alguna vez me enamoré y que no volveré a repetir el plato.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó a punto de llorar. —Eso no importa.

—¿Cómo se llamaba? —repitió, levantando la voz. —Alice —respondió después de un largo silencio que inundó la atmósfera del lugar.

Lucía salió del departamento llevándose un baby

doll que a veces usaba para seducirlo.

Alberto no la detuvo, aunque sintió una ligera desesperación ante su partida.

—Ya pasará —pensó, cuando se quedó solo. Debió dejar de verla cuando se dio cuenta de que ella se estaba enamorando, sin embargo, fue egoísta al dejarse querer sabiendo que se iría.

Pero a los dos días no pudo con su ausencia y terminó buscándola para decirle que la amaba.

Lucía volteó a mirarlo pensando que era un sueño maravilloso, aunque su madre estaba en desacuerdo con su decisión.

—Apenas sabes de él —le dijo preocupada. Ahora estaba al tanto de su negocio, Alberto manejaría desde Madrid la expansión por Europa y su socio se quedaría en Miami, impulsando la empresa.

—Todo esto es una aventura, ni siquiera sabemos dónde vamos a vivir —le comentó sonriendo.

—Yo tengo un departamento y ya hablé con el encargado del edificio para que lo limpie — respondió mientras guardaba el catálogo—. Viví algunos años en Madrid mientras trabajaba en una empresa textilera.

—¿Por qué no me comentaste eso? —preguntó un poco fastidiada.

—No es importante —respondió, mientras el avión aterrizaba y ella se preguntaba qué otras sorpresas encontraría en esta ciudad.

Pero pronto olvidó su malestar cuando Alberto la besó mientras iban en el taxi.

—No te arrepentirás de haber venido —dijo. —Cómo arrepentirme si estoy a tu lado —respondió, feliz de saberse amada y valorada. Sólo era cuestión de tiempo para que Alberto compartiera su vida con ella y tomara consciencia de que ya no estaba solo en la vida.

El taxi se detuvo en una calle adoquinada, y Alberto le señaló un edificio blanco con pequeños y adorables balcones.

Entró emocionada al departamento admirando el buen gusto de los muebles.

—Ésta es nuestra habitación —agregó él, abriendo una puerta para que Lucía entrara.

—Es preciosa —dijo, observando el edredón rosa y los almohadones haciendo juego.

Curioseó en la cocina y aparte de los electrodomésticos, sólo había dos juegos de tazas.

— Se ve que nunca has cocinado —comentó sonriendo—, pero eso se acabó, desde ahora prepararé deliciosas comidas caseras.

Y aprovechando que él se fue a la oficina que estaba instalando, salió a conocer el barrio y llegó hasta un pequeño supermercado en donde compró utensilios de cocina, y lo necesario para hacer la cena.

Prendió velas y lo esperó con un vestido sencillo que realzaba su figura, y cuando lo sintió llegar, salió a recibirlo ilusionada.

Alberto atrapó sus labios en una caricia urgente revelando su deseo, pero tuvo que dejarla al observar el pie de manzana sobre la mesa, recién horneado y que despedía un delicioso aroma a canela.

—Se ve que has estado muy ocupada hoy —dijo, besándola de nuevo.

—Quería sorprenderte.

—Y lo hiciste.

Por primera vez sentía que había llegado a un hogar, y todo se lo debía a Lucía, que con su amor supo abrir otra vez su corazón.

Cenaron a la luz de las velas en medio de promesas que se hicieron realidad, así, entre besos, entraron a la habitación, dejando en cada caricia el deseo que sentían, haciéndose más fuerte con los días.

Lucía se acostumbró a su nuevo ritmo de vida, el cual incluía seguir trabajando con sus clientes, cocinar para Alberto y dejarse amar por él en cualquier lugar del departamento.

—Mañana viajo a Barcelona —le comentó una noche mientras cenaban.

—Siempre soy la última en enterarme de tus cosas —respondió dolida—. Pensé que ya lo habíamos hablado, pero parece que no es así.

—Sólo voy a una capacitación de mercadotecnia —respondió, sirviéndose más ensalada.

Era algo que siempre había generado fricción en los cinco meses viviendo juntos, la poca importancia que le daba a comentar sobre sus viajes o cómo iba avanzando su negocio.

—Disculpa, debí comentarlo, pero quita ese ceño fruncido —dijo, besándola en los labios. Y ella olvidaba su molestia porque era imposible seguir enojada cuando la besaba.

Al día siguiente lo despidió en la puerta y se sintió feliz cuando le dijo que la extrañaría.

—Yo también te extrañaré —respondió entre los brazos de Alberto.

Tenía el fin de semana para limpiar el departamento, Alberto no regresaría hasta el lunes y decidió desempolvar la habitación sin usar, en donde había cajas que quería revisar para ver si se deshacían de ellas de una vez por todas.

Pero al abrir una de ellas encontró fotos de Alberto al lado de Alice, una mujer de cabello corto que sonreía a la cámara. Sintió que se paralizaba al verla embarazada y descubrir otra fotografía de los dos, junto a un bebé recién nacido.

¿En qué momento se encontraba con ellos? Pasó del dolor a la indignación al saber que Alberto tenía un hijo y le picaron los celos al notar con qué amor veía a esa mujer. ¿Cómo iba a ser posible perdonarle su silencio?

Alberto la llamó al día siguiente y apenas hablaron, estaba molesta y a él lo sintió lejano. Debía enfrentarlo, aunque no le gustaran sus respuestas, sobre todo, cuando pensó que su pasado ya era un asunto olvidado.

Alberto llegó por la noche y sintió que Lucía esquivaba su mirada.

—Voy a dormir —comentó él al salir de la ducha. Lucía lo vio acostarse imaginando que sus mentiras lo tenían inquieto, y volvió a sentir rabia al saberse engañada de esa manera.

Cuando Alberto despertó, se encontró con una mirada dura, Lucía tenía en la mano la foto familiar que ella había dejado sobre el tocador, para que la viera cuando se levantara.

—No debiste sacar esta foto —dijo, guardándola dentro de su saco.

—Y tú no debiste ocultarme que tienes un hijo— lo reprochó—. ¿Pensaste que no era importante que lo supiera? —agregó dolida.

—Niko murió a los pocos días de nacer por un problema en el corazón —respondió antes de salir, dejándola sorprendida.

Siempre era lo mismo, pero esta vez se reprochó la forma como había abordado el tema. Debió ser doloroso ver la foto y recordar el momento más triste de su vida.

Lucía no pudo con la angustia y fue a la empresa a ofrecerle disculpas, pero cuando preguntó por Alberto, su secretaria no supo qué contestar. Sintiendo un impulso abrió la puerta de la oficina, y lo encontró abrazando a una mujer que lloraba sobre su hombro. Se apartaron con rapidez y entonces reconoció a Alice.

Salió corriendo de la oficina sin saber qué rumbo tomaría, sólo presentía en su corazón que su sueño de amor había llegado al final.

Caminó durante algunas horas por la ciudad y cansada regresó al departamento, pero al abrir la puerta se llevó otra sorpresa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, buscando a Alberto con la mirada.

—Él está en la oficina —respondió Alice.

—¿Y cómo entraste?

—Aquí vivía —agregó, enseñándole un juego de llaves—. Alberto compró este departamento para nosotros y yo lo decoré a mi gusto.

A propósito… el edredón rosa era uno de mis preferidos—dijo sonriendo.

—¿Qué quieres? —preguntó Lucía dejándose caer sobre un sillón.

—Estuve con Alberto el fin de semana— dijo en tono ganador—, nos encontramos en la capacitación y aprovechamos para recordar lo que vivimos.

—¿Hasta dónde quieres llegar con esto, Alice? —dijo, sintiéndose vacía.

De pronto Lucía ya no tenía un hogar y el amor que sentía por Alberto se había cubierto de rabia y desengaño.

—Regresa a Miami lo más pronto posible, Alberto nunca ha dejado de amarme.

Lucía no sabía que lloraba hasta sentir sus lágrimas por sus mejillas. Cuando descubrió las fotos y vio cómo él la miraba, presintió que fue un reemplazo en su vida, aunque la hizo feliz con cada uno de sus besos y los largos silencios que compartieron mientras veían el amanecer. Terminaba de cerrar su maleta cuando Alberto entró a la habitación.

—Tenemos que hablar ahora, Lucía —dijo, buscando su mirada.

—Ya no me interesa —respondió cortante—, no sé cómo fueron las cosas con tu ex, pero veo que ya arreglaron sus diferencias.

—Cuando murió nuestro hijo nos distanciamos —comentó nostálgico—, me dediqué a viajar y en algún punto nos perdimos; luego traté de solucionar las cosas, pero Alice me dijo que ya no me amaba. Entonces me mudé a Miami.

—Pues alégrate, ya que ella ha regresado por ti… —señaló con rabia.

—La encontré en Barcelona, no la veía desde hacía tres años —confesó—, y me dijo que nunca dejó de amarme, que fue una mentira para lastimarme porque se sintió abandonada.

—Qué bueno que conversaron, me imagino que el abrazo que vi en tu oficina fue de reconciliación —dijo dolida, antes de agarrar su maleta y salir furiosa de la habitación.

—No quiero que te vayas…

—No puedo quedarme un minuto más en este lugar —señaló a punto de llorar—. Debiste decirme que aquí viviste con ella, y que le hiciste el amor en la misma cama donde tú y yo estuvimos juntos. —Perdóname…

—Son detalles que no tienen importancia para ti, pero que yo debí saber —le reprochó antes de salir de su departamento, aguantando el dolor de alejarse del hombre que amaba.

Alberto la observó desde el balcón, sintiendo que le quemaban los ojos. No debió callar su pasado, pero sintió que no estaba preparado para enfrentarlo sin emoción.

—¡Maldita sea! —murmuró.

Encontrarse con Alice le removió cada fibra, sin embargo, saber que no volvería a ver a Lucía en verdad lo estaba matando.

Al día siguiente Alice lo buscó para pedirle que volvieran, pero cuando ella lo besó, supo que sólo anhelaba los labios de Lucía. Su mirada traviesa y ese aire de niña que lo enloquecía.

—Lo siento, Alice, pero ya no te amo —le dijo—. Es con Lucía con quien quiero estar.

Viajó a Miami para buscarla, pero su madre le cerró la puerta en la cara. Fue donde una de las amigas de Lucía y le comentó que ella seguía en Madrid. —Dime dónde puedo encontrarla —suplicó. —Lo siento, ella no quiere volver a verte. Alberto puso a la venta el departamento y quemó las fotos que tenía con Alice, y sólo guardó el retrato de su hijo dentro de un libro. Pensó que no volvería a sufrir por amor, y estaba como loco recordando a la mujer que su corazón eligió y que su alma extrañaba.

Lucía lo vio entrar a la cafetería y sintió que el corazón se le salía del pecho. Alberto se acomodó en una mesa mientras ella hablaba de negocios. Fue difícil aparentar calma cuando él no la perdía de vista, pero aun así, cerró el trato que tanto estaba buscando.

Cuando su cliente se marchó, Alberto se acercó emocionado. No tenía un guion preparado, mas pensaba hablarle con el corazón.

—Te he buscado por muchos meses, y ahora la casualidad me trae de nuevo a ti. Te amo— confesó esperanzado—, no te imaginas lo que es vivir sin ti.

Lucía salió de la cafetería sin responder, pero también sabía lo que era respirar lejos de él. —Necesito que me escuches… —insistió. —Luego, ahora acompáñame. Caminaron en silencio algunas cuadras, hasta que Lucía se detuvo en un pequeño edificio.

—Vivo en el ático, me rentan a un precio cómodo. —Te busqué en Miami…

—Lo sé, por eso me quedé, no quería verte. Ven… —agregó, subiendo las escaleras.

Abrió la puerta del ático y entonces una muchacha se levantó del sofá.

—Es María, cuida de Daniela cuando tengo algo que hacer —comentó, ajena a la emoción que despertó en Alberto al presentir de quién le hablaba.

Observó impaciente mientras Lucía le pagaba a la niñera antes de cerrar la puerta, y entonces se atrevió a insinuar.

—Daniela es mi hija…

—Sí, y mañana cumple un mes.

—¿Pensabas decírmelo algún día? —Cuando ya no sintiera tanto rencor.

—No me porté a la altura de tu amor —murmuró apenado—. Te hice daño con mi silencio, pero ya aprendí… —agregó, tomando la mano de Lucía—, déjame volver a tu lado y demostrarte cuánto te amo. —¿Qué pasó con Alice?

—Fue bueno verla para poner las cosas en su lugar. Con ella tuve una historia, y contigo quiero continuar mi vida.

Lucía quiso arrojarse a sus brazos, pero el dolor le había enseñado a ser más cauta.

—No estoy preparada para recibirte de nuevo en mi vida —dijo apenada—, pero me gustaría que estuvieras muy cerca de la vida de Daniela y que empiece a quererte.

—Estaré cerca de ustedes y un día volverás a amarme sin temor —le dijo, besando sus manos. Lucía lo llevó hasta la habitación de su hija y lloró en silencio junto a Alberto mientras la veían dormir.

Desde ese día vivía al pendiente de las dos, y cuidaba de Daniela cuando su mamá no podía. Y una noche se dejó llevar por su amor mientras se besaban con desesperación, amándose sin reparos en medio de ese invierno que acogió la pasión desbordada de sus cuerpos.

Presintió que ahora todo estaba en su lugar, Alberto, por fin, estaba libre de su pasado y dispuesto a vivir de manera plena, y se lo decía al oído mientras se abrazaban entre las sábanas.

—Te quiero siempre a mi lado.

—Siempre me tendrás si me sigues mirando así — murmuró Lucía.

—No puedo mirarte de otra forma. ¡Te amo! Ella sonrió mientras pensaba que él era su amor y la más grande ilusión que estremecía su alma.

—Yo también te amo —agregó, mientras se quedaba dormida, sin saber que Alberto se prometía en silencio que nunca más la haría sufrir. Fue duro vivir sin ella, pero ahora que la tenía entre sus brazos volvía a sentirse en paz.

Daniela y Lucía ahora eran su vida y el hogar que cuidaría cada día.

—Te amo —susurró, y se perdió junto a ella en el mundo de los sueños.

LA NOVELA

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2023-05-01T07:00:00.0000000Z

2023-05-01T07:00:00.0000000Z

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