EN LOS OCÉANOS
Sam Howe Verhovek es colaborador de National Geographic. En octubre de 2021 escribió sobre las dificultades de la aviación para ser sostenible.
2023-11-01T07:00:00.0000000Z
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Editorial Televisa

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EXPLORA
El océano es un sumidero de carbono, es decir, absorbe más carbono de la atmósfera de lo que emite. Los métodos de eliminación de carbono del océano incrementan y aceleran esta capacidad natural. Muchas de las técnicas almacenarían el carbono atrapado en los sedimentos del relieve submarino y en las aguas profundas, donde podría permanecer por décadas, si no es que por siglos. Chevron y otros gigantes petroleros tradicionales para entrar al negocio de la captura de carbono. Para los críticos es indignante que las fuerzas responsables de meternos en este desastre global ahora pretendan obtener ganancias a partir de promesas de que pueden limpiar el planeta. En este debate surge con frecuencia el término “riesgo moral”, la idea de que la gente seguirá arriesgándose si se cree protegida de las consecuencias. Si los legisladores, sin mencionar a la gente promedio, piensan que tal vez tenemos una solución mágica para este CO2 tan problemático, entonces tal vez empezarán a preocuparles menos el petróleo, gas y carbón que extraemos de la tierra. Pero los defensores de la extracción del carbono indican que nos urge hacer las dos cosas al mismo tiempo: reducir las emisiones futuras y revertir los efectos de lo que ya hemos emitido. “Me queda clarísimo que se trata de una solución al problema, incluso si no es la solución –dice Aradóttir–. Básicamente vamos a tener que hacer esto, además de todo lo demás que debe hacer el mundo para descarbonizar toda la energía que utilizamos”. O, como asegura Matthew Warnken, director de la empresa australiana Corporate Carbon: “La gente me dice constantemente: ‘Guau, ¿es una solución milagrosa para el problema del cambio climático?’. Y les respondo que no, no lo es. Pero sí es una solución entre varias y la vamos a necesitar”. La afirmación de Warnken surge a partir de las proyecciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), las cuales señalan que cualquier vía realista para abordar la emergencia climática debe incluir la extracción de carbono a escala masiva. Evitar que la temperatura global supere el umbral crítico de 1.5 °C por encima de los niveles preindustriales, exigirá alcanzar la neutralidad de carbono y extraer 12 000 millones de toneladas de CO2 cada año para mediados de siglo. Se trata de un desafío monumental: añadimos tres veces esa cantidad en emisiones de gases de efecto invernadero en un solo año. HOY DÍA, CASI TODO EL CO2 QUE SE extrae de la atmósfera proviene de la naturaleza y de soluciones convencionales fundamentadas en ella, como plantar árboles y cambiar las prácticas agrícolas para mejorar la retención de carbono en los suelos. Por ahora, tecnología llamativa como la planta de “captura directa de aire”, que atrapa el dióxido de carbono que Carbfix transporta al subsuelo en Islandia, representa solo 0.1 % de la extracción del CO2. De acuerdo con el IPCC, plantar árboles y modificar los métodos de agricultura no será suficiente para abordar esta crisis, sobre todo porque podrían requerir tierra y agua necesarias para cultivar alimento. La tecnología para extraer carbono es muy costosa y su eficiencia no se ha demostrado a escala masiva, pese a que el concepto no es nuevo. Al igual que la fusión fría o el hidrógeno verde, es una gran apuesta que no ha despegado. Sin embargo, en la actualidad, la industria ha empezado a atraer inversión seria y los involucrados aseguran que impulsará la investigación y el desarrollo necesarios para reducir el costo de la captura directa de aire y otras estrategias para extraer carbono. Climeworks, la empresa suiza que dirige la planta de captura de CO2 en Islandia en conjunto con Carbfix, aseguró 650 millones de dólares de firmas de inversión a principios de este año, la inversión privada más grande que esta industria incipiente ha reunido hasta ahora. Los clientes corporativos de la empresa están impacientes por comprar “créditos” verificados que les permitan afirmar que operan empresas que cumplen con la neutralidad de carbono o incluso con una huella de carbono negativa. El cofundador de Climeworks, Jan Wurzbacher, asegura que el precio de la tecnología de captura directa de aire se desplomará, tal como el costo de los paneles solares y las turbinas eólicas ha disminuido en años recientes. Los aparatos de su empresa se insertan en unidades modulares, cada una del tamaño de un contenedor de carga, y se pueden transportar por barco, tren o camión, y en su destino final embonan a la perfección como bloques de Lego. “Desde el punto de vista práctico es muy factible llegar al punto de ver la diferencia en la atmósfera y empezar a revertir el problema”, explica Wurzbacher, ingeniero mecánico alemán afincado en Suiza. “No hay motivo para no construir cientos de miles, millones de estas unidades. Ahora bien, ¿hay un riesgo moral? Tal vez. Pero, ¿qué podemos hacer al respecto? Quizá hace 20 años pudimos haber elegido eliminar el carbono o frenar las emisiones. Pero hoy debemos hacer ambas cosas. La situación lo exige”. Los objetivos de Wurzbacher a propósito de cuánto carbono extraerá su empresa a partir de la captura directa de aire son ambiciosos: una megatonelada al año o un millón de toneladas para 2030, 100 megatoneladas para 2040 y, para 2050, un gigatón. A partir de los precios actuales, las ganancias anuales de Climeworks supondrían más del doble que las de Apple. Pero Wurzbacher dice que espera que los costos de la limpieza del aire por tonelada se desplomen precipitadamente. Las instalaciones de Climeworks en Islandia, la primera planta comercial del mundo que extrae dióxido de carbono, emplean un sistema de ventiladores y filtros gigantes para atrapar el CO2, todo propulsado con energía geotérmica, un hecho que subraya una de las limitaciones de la tecnología, por lo menos en su estado actual. La energía limpia y renovable debe impulsar los proyectos de captura directa de aire, de lo contrario terminarían emitiendo casi la misma cantidad de carbono de la que extraen de la atmósfera. En una conferencia en Londres hace un par de años, Wurzbacher lanzó varias bolsas de basura de cinco kilos en el escenario para ilustrar un argumento. Tirar basura dondequiera sería la forma más sencilla y barata de lidiar con ella, le dijo al público, pero hace mucho la sociedad decidió que sería inapropiado, por lo que pagamos para que la recolecten y desechen adecuadamente. Tendría que ser lo mismo con los gases de efecto invernadero, concluyó, salvo que, en general, la humanidad ha permitido que estas emisiones no se graven, no se mitiguen y no se castiguen. Hoy día, extraer dióxido de carbono de la atmósfera produce ingresos: como cualquier otro producto en el mercado, el precio es el que los consumidores individuales y las empresas estén dispuestos a pagar. Y algunos agentes contaminadores están dispuestos a pagar mucho. Cada vez que escuchamos que una aerolínea se compromete a lograr la “neutralidad de carbono” para 2030 o 2040, sin duda no espera que, como por arte de magia, los motores de sus aviones dejen de emitir CO2 para esa fecha. En cambio, planea comprar créditos de carbono a empresas como Climeworks y Carbfix. Pese a la importancia de esa inversión, destinada a la investigación y el desarrollo, esta representa una fracción diminuta de lo que, en última instancia, se necesitaría para hacer un cambio genuino al revertir o por lo menos frenar el cambio climático. Es probable que esa cifra se mida en billones de dólares, lo que equivaldría a una de las tareas industriales más grandes de la historia. EN EL INTERIOR REMOTO DE Australia, a 12 horas al norte de Adelaida, una carretera se convierte en un camino de terracería color ocre que se interna en una de las zonas menos pobladas del mundo, en la que se encuentra un inmenso yacimiento gasífero natural conocido como Moomba. Para cuando el sendero llega a su fin, en el borde del yacimiento, se acaban los servicios: el acceso sin permiso está prohibido. Julian Turecek me asegura, con mucho entusiasmo, que Moomba y aquel interior remoto ofrecen las condiciones perfectas para operar decenas de miles de módulos que funcionan con energía solar, los cuales atrapan el dióxido de carbono y lo almacenan en las fisuras de la tierra. “Sol, espacio y almacenamiento. En Australia abundan”, explica. La empresa de Turecek recibe financiamiento de Stripe y apoyos de Facebook y Google para desarrollar los módulos en un laboratorio en Brisbane. Planea empezar a instalarlos el próximo año en Moomba. La compañía, Aspira DAC, es parte de Corporate Carbon, empresa australiana que vende créditos por la extracción certificada de carbono de la atmósfera. Cada unidad tiene, más o menos, el tamaño y la forma de una tienda de campaña para dos personas, así como dos paneles solares cuyos lados miden dos metros de largo. Los paneles activan un ventilador que dirige el aire hacia un aparato hecho de polímero y con forma de panal que filtra el CO2, el cual después entra en un ciclo de unos 20 minutos en el que absorbe el gas, seguido de un proceso de 10 minutos de absorción que libera el CO2 en un sistema de recolección. Las unidades están equipadas con suficiente energía proveniente de baterías para permanecer activas toda la noche, siempre y cuando haya suficiente luz solar. En el interior remoto abrasador no suele ser un problema, comenta Turecek. “Estimamos que, a la larga, habrá cientos de miles en distintas zonas remotas de Australia”, dice Rohan Gillespie, director ejecutivo de Southern Green Gas, una start-up de energía renovable que está construyendo las unidades en asociación con Aspira DAC. “Podría haber un millón o dos”, añade. Cada módulo puede capturar un total de dos toneladas de CO2. Resulta interesante que uno de los aspectos atractivos de la eliminación del carbono es que se puede realizar en cualquier lugar de la tierra: el dióxido de carbono es igual de útil si se captura en el interior de Australia que en una ciudad con mucho tránsito, como Los Ángeles. Esto se debe a que el gas se dispersa a tal velocidad y abarca toda la atmósfera que sus concentraciones son uniformes en todo el mundo. Australia es una especie de pionero en la investigación sobre la eliminación de carbono, con amplio apoyo del gobierno, aunque no del todo por motivos altruistas. El primer ministro conservador Scott Morrison, en funciones entre 2018 y 2022, prometió que Australia sería líder mundial en esta tecnología, la cual, aseguró, le ayudaría a lograr cero emisiones para 2050. Pero el país también es el exportador más grande de carbón y Morrison no expresó ningún interés en dejar de proveer a China, India y otros países en desarrollo de todas las cantidades de esta fuente de energía que requieran. La principal fuente de electricidad doméstica en el país es el carbón y tampoco ha habido cambios en este sentido. LA CAPTURA DIRECTA DE AIRE aún es uno de los enfoques más ostentosos de la extracción del carbono, la solución tecnológica más ambiciosa y cuya escala, sus defensores aseguran, tiene el mayor potencial de aumentar para cumplir las necesidades enormes que proyectó el IPCC. Su creador intelectual, un individuo de nombre Klaus Lackner, es un físico genial aunque intenso que dirige el Centro de Cero Emisiones de Carbono de la Universidad Estatal de Arizona. Cuando lo visité en su laboratorio en Tempe, experimentaba con la versión más reciente de lo que denomina “árboles mecánicos”: aparatos de absorción, filtración y almacenamiento de carbono de tres pisos de altura. Asegura que son cerca de mil veces más eficientes que los árboles para capturar CO2. “Creo que podemos resolver el problema a un precio asequible”, proclama Lackner, quien ha trabajado en esta idea desde principios de siglo. Argumenta que el motivo por el cual la idea no se ha diseminado es que la industria padece el clásico dilema del huevo o la gallina. Necesita una inversión generosa para financiar toda la investigación que se requiere, a fin de que la tecnología alcance la escala que permitirá que su costo disminuya. Sin embargo, es difícil atraer esos fondos cuando el precio todavía es astronómico. No obstante, esto podría cambiar. La Ley de Reducción de la Inflación de la administración de Biden, que se aprobó en 2022, incluye fondos de desarrollo y, potencialmente, miles de millones de dólares en exenciones tributarias para las empresas que desarrollen o adopten tecnología de captura directa de aire. Hace poco se destinaron 1200 millones de dólares a dos plantas de captura directa de aire en el sur de Texas y en Luisiana. (Hoy día, los términos “extracción de carbono” y “captura de carbono” se usan de manera indistinta en el habla común, pero, en sentido técnico, tienen distintos orígenes y significados: la captura de carbono implica extraer CO2 de una fuente de emisiones concentradas, como la chimenea de una fábrica; la extracción de carbono se refiere a cualquier tecnología que extrae el dióxido de carbono de la atmósfera). Lackner también señala que Carbon Engineering, un consorcio canadiense recientemente adquirido por Occidental Petroleum, ya puso en marcha la construcción en el occidente de Texas de una planta de captura directa de aire que eclipsará las instalaciones en Islandia. Es curioso que la nueva planta, cuyo objetivo es extraer cerca de un millón de megagramos de CO2 al año –el equivalente a retirar 217 000 autos de las carreteras–, se esté construyendo en la llamada Cuenca Pérmica. Lackner asegura que la clave no es si la tecnología funciona, sino qué precio está dispuesta la sociedad a pagar por ella. “A 600 dólares por megagramo no es práctico para nadie –explica–. Lackner calcula que bastarían varias miles de plantas de extracción de carbono situadas en todo el mundo, en un territorio cuya área total es casi equivalente a la superficie de Arizona, para disminuir el CO2 global a niveles que prevendrían que el cambio climático ocasione daños catastróficos. Cuando le pregunto si cree que esto pasará, su respuesta es sucinta, una variante de otras respuestas de entusiastas de la captura de aire en todo el mundo. “Soy optimista en lo que se refiere a la tecnología, no así en lo que se refiere a las políticas”. Las políticas a las que se refiere –o la falta de ellas, más bien– abarcan la incapacidad de los gobiernos del mundo para obligar a la gente a pagar por sus emisiones de carbono, ya sea mediante impuestos o con permisos intercambiables de emisión. Utiliza la misma analogía de la basura que le escuché decir a Wurzbacher en Zúrich con Climeworks. “No creo que el problema tenga que ver con la tecnología, sino con la falta de voluntad colectiva”. SI UNA MAÑANA DE JULIO DE 2022 hubieras estado en North Sea Beach Colony, en la bahía de Little Peconic, en Long Island, Nueva York, hubieras encontrado un paisaje peculiar. Un conjunto de vehículos de construcción descargaba y aplanaba unos 400 metros cúbicos –el equivalente al cargamento de tres decenas de camiones– de arena color menta y la mezclaba con la arena del lugar mientras un grupo de científicos tomaba medidas con cuidado. Parecía que alguien estaba agregando pizcas de colorante verde a la arena beige. Toda esta arena verde era el principio de un proyecto piloto cuyo fin era llevar la extracción de carbono a los dos tercios del planeta cubiertos por el océano. La operación representa un incremento colosal de los procesos naturales del clima, explica Kelly Erhart, cofundadora y presidenta de Vesta, organización con sede en San Francisco que lleva a cabo la investigación. El grupo espera fomentar una industria comercial que algún día podría extraer carbono de los océanos por tan solo 35 dólares por megagramo. “Nos referimos a los ciclos a largo plazo de la Tierra y si es posible acelerarlos para revertir los daños del cambio climático. Queremos recurrir a fenómenos que suelen exigir millones de años y materializarlos en décadas, por lo tanto tenemos prisa”, afirma Erhart. La arena verde en Long Island es, de hecho, olivino de molido fino, un silicato de hierro y magnesio que se encuentra en el manto superior de la Tierra. En presencia de agua, el olivino absorbe CO2 en un proceso natural que produce bicarbonatos que extraen el carbono. La cantidad de dióxido de carbono absorbido se incrementa a medida que la superficie del olivino aumenta, por eso Vesta utiliza olivino molido hasta obtener cristales microscópicos. Al igual que Vesta, toda una rama de investigación en torno a la extracción de carbono se está concentrando en los océanos, no en el aire ni en la tierra, para obtener resultados a gran escala. Los partidarios de este enfoque aseguran que la propuesta de plantar árboles para absorber CO2 opaca todo un aluvión de posibilidades submarinas: las algas marinas. Kilo por kilo, pueden ser hasta 40 veces más eficientes que los árboles para extraer carbono. “Si aprovechamos la infraestructura natural del océano y creamos grandes islas de algas marinas, podríamos ver una disminución drástica del cambio climático”, asegura Pia Winberg, ecologista de sistemas marinos, mientras me da un recorrido por una antigua fábrica de papel en la costa de Nueva Gales del Sur, Australia, que adaptó como una especie de meca para todo lo relacionado con las algas marinas. PhycoHealth, la empresa que fundó Winberg en parte para resaltar el potencial de las algas marinas para combatir el cambio climático, ofrece un impresionante menú de productos hechos con ellas. Vende kombucha, fetuchini y granola de algas, así como suplementos, probióticos, cosméticos, productos de cuidado para la piel, todos derivados de extractos de algas. En enormes tanques de acero se cocinan y hierven, mientras que Winberg me explica por qué se volvió empresaria de algas, además de ser una prestigiosa investigadora marina. “Las algas podrían estar limpiando el mundo, pero hasta ahora la mayoría no lo sabe –me cuenta con una sonrisa triste–. Llegó un punto en el que me di cuenta de que necesitaba dejar de escribir ensayos sobre el tema para empezar a vender productos que la gente necesita. Incluí las algas en los alimentos que consumimos todos los días y así le informo al público sobre el poder milagroso de las algas para sanar el planeta”. Winberg y otros como ella buscan la participación del gobierno porque, aseguran, es muy difícil que las empresas individuales recauden el capital que se requiere para arrancar esta industria desde cero y, al igual que con la solución del olivino, se requiere investigación para demostrar su efectividad y seguridad. Los partidarios de las algas aseguran que “granjas gigantes de kelp” en el mar podrían absorber CO2 a gran velocidad y extraerlo durante las décadas necesarias para disminuir la concentración de dióxido de carbono y paliar el cambio climático. La superficie del océano que se necesita es grande, pero, si se le considera como un porcentaje del total, es mínima. En todo caso, incluso sus defensores advierten que aún se requiere mucha investigación para verificar las consecuencias —planeadas o no— de intervenir en la naturaleza a esa escala. ALDO STEINFELD CRECIÓ EN Montevideo, Uruguay, y le apasionaba la química. Ahora, en el campus de ETH Zúrich, una universidad a la que se le describe como la contraparte europea del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Steinfeld se especializa en sistemas de energía sostenible. Entre estos sistemas, el que le apasiona particularmente es el santo grial de la captura y el reúso del carbono: crear combustibles de hidrocarburo a partir de la luz solar y el aire que nos rodea. Con un conjunto de paneles reflejantes de forma dodecagonal y del tamaño de una sombrilla para la playa, Steinfeld me muestra cómo la luz solar se puede dirigir en un rayo tan intenso capaz de separar el CO2 y el agua en componentes de dos flujos distintos: monóxido de carbono e hidrógeno en uno, que conforma la base de lo que denomina “comsin solar” —combustible sintetizado por el sol— y oxígeno en otro, que regresa a la atmósfera. “La economía circular que representa es hermosa”, me cuenta Steinfeld mientras me presenta un pequeño vial con el líquido, una alternativa sostenible frente a los combustibles fósiles empleados para la transportación, como queroseno, gasolina o diésel. “El carbono no termina en la atmósfera, se captura y reutiliza. Si podemos sintetizar el queroseno para producir combustible a partir del aire que nos rodea y hacerlo carbono neutral, entonces tendremos la solución para muchos de nuestros problemas. ¡Imagínate!”. Este concepto intrigante aún tiene que despegar en términos comerciales, ya que requiere muchos paneles solares costosos para crear una cantidad mínima de combustible. De nuevo, el problema del huevo o la gallina. Steinfeld asegura que construir enormes módulos solares en zonas estratégicamente ubicadas, equivalentes a cerca de la mitad de uno por ciento de la zona del desierto del Sahara, podría reducir los precios de forma radical y brindar queroseno sintético con neutralidad de carbono para toda la flota aérea del mundo. Sin lugar a dudas es una visión ambiciosa, pero hasta ahora –al margen del compromiso de dos aerolíneas y el aeropuerto de Zúrich para probar el combustible– nadie se ha comprometido a invertir en la infraestructura colosal que se requiere para materializarla. En todo caso, la idea de Steinfeld de un ciclo virtuoso de consumo y reúso de carbono es inspiradora, y es muy posible que futuras generaciones se pregunten por qué nos llevó tanto tiempo tomar el camino de la utopía energética. Sin embargo, por ahora, enfrascados en nuestros modos de investigación de principios del siglo XXI, la extracción de carbono (ya no digamos el reciclaje) aún es un desafío. Si le hubiéramos puesto un precio realista a los efectos del carbono hace un par de décadas, cuando se hizo evidente que la generación antropomórfica de CO2 estaba calentando el planeta, tal vez nunca lo hubiéramos necesitado. En cambio, llegamos a un punto en el que extraer carbono tiene un costo absurdo, posiblemente contraproducente (véase el “riesgo moral”) y absolutamente necesario. El carbono por sí mismo no es el enemigo. Todavía será esencial para la vida misma, al ser la unidad básica de las moléculas orgánicas. Casi 18.5% de la masa del cuerpo humano es carbono, más que cualquier otro elemento, salvo el oxígeno. Las plantas necesitan el carbono del CO2 para la fotosíntesis. Sin embargo, hay demasiado carbono en la atmósfera. Es el genio que hace tiempo sacamos de la lámpara, pero que ahora no podemos gobernar. Exigirá todo el ingenio posible. “Somos capaces de hacerlo”, dice Klaus Lackner, el autodenominado optimista de la tecnología. “Podemos generar la energía que el mundo necesita y dejar el planeta limpio”. Espero que tenga razón. En mis últimos días en Islandia, mi esposa, Lisa, me acompaña para dar un paseo. Nos dirigimos a Reikiavik para ir al denominado Círculo Dorado, una ruta llena de cascadas, glaciares, géiseres y otras maravillas geológicas. Aunque he ido varias veces para hacer entrevistas y otros reportajes, me desvío de la carretera principal para tomar un camino de terracería cerca de la descomunal central geotérmica de Hellisheiði. La planta de captura directa de aire no es muy impresionante, lo reconozco. Sin embargo, señalo que esta planta podría llegar a considerarse la fábrica del Modelo T de Henry Ford o lo hecho por los hermanos Wright en Kitty Hawk. Podría ser el lugar donde comenzó algo muy importante, el lugar en el cual, por fin, empezamos a enfriar el planeta al regresar todo ese carbono a donde lo encontramos. ◻
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