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LOS SECRETOS DE LOS ELEFANTES

HARTIGAN —RACHEL National Geographic Society está comprometida con mostrar y proteger las maravillas de nuestro mundo, por lo que, desde 2010, financia la obra de la exploradora Paula Kahumbu en torno a la vida silvestre y, desde 1988, los textos de la e

T“TODOS ESTÁN EN PELIGRO –asegura la ecologista keniana Paula Kahumbu–. En mayor o menor medida, todos los elefantes están en peligro”. Han disminuido las poblaciones de las tres especies: el elefante africano de sabana, el animal terrestre más grande del planeta y que recorre el África subsahariana; el elefante africano de bosque, su primo de colmillos rectos, que navega por las sombras del bosque ecuatorial de África, y el elefante asiático, de orejas más pequeñas, de cuyos números cerca de un tercio vive en cautiverio.

Y la culpa la tenemos nosotros, los seres humanos. Nos hemos expandido hasta ocupar su territorio. Con mucha crueldad, la gente ha satisfecho su deseo por tener baratijas de marfil que provienen de los colmillos del cadáver de un elefante. Aunque es difícil contarlos, un cálculo sugiere que el continente africano pudo haber sido hogar de 26 millones de elefantes a principios del siglo XIX. Desde entonces, esa cifra se ha desplomado y en las últimas cinco décadas ha alcanzado un nivel peligrosamente bajo, debido al auge de la caza furtiva. Ahora, en África habitan tan solo 415000 elefantes. En Asia es probable que queden solo 50 000 en estado natural.

La caza furtiva no solo destruye a los animales, asegura Kahumbu, CEO de la organización keniana de conservación WildlifeDirect y exploradora de National Geographic, sino que socava a la sociedad. Por ello, su organización, que monitorea los casos de caza furtiva en las cortes de Kenia, presentó una campaña titulada Hands Off Our Elephants [Nuestros Elefantes No Se Tocan] con la primera dama keniana Margaret Kenyatta, la cual les enseña a los niños el valor de la vida silvestre. La meta de Kahumbu es noble y urgente: cambiar “la conciencia nacional en torno a la conservación”.

Ahora está llevando su mensaje a un escenario internacional con Secrets of the Elephants, una serie de cuatro partes en National Geographic y Disney+. En ella presenta las vidas ocultas de los elefantes en cuatro hábitats –Asia, así como las sabanas, los bosques y desiertos africanos–, al igual que a la gente que se dedica a rescatar a estos animales.

Una de esas personas es la etóloga Joyce Poole, experta líder en el comportamiento del elefante africano. En el curso de cinco décadas, la exploradora de National Geographic ha reunido grabaciones en video y audio sobre las formas de comunicación de los elefantes –desde sacudir las orejas hasta chocar las cabezas– para Elephant Ethogram, una biblioteca digital y pública sobre la conducta de los elefantes.

Espera que con Secrets of the Elephants la gente se familiarice con la vida silvestre que vive en su entorno. “Como africana que cuenta la historia de los elefantes del continente, espero despertar el interés de muchos más africanos”, cuenta. Mientras hizo la serie, la asombraron las dificultades que enfrentaban algunos elefantes. “Miras sus rostros y se ven muy tristes. No se ven bien para nada”, indica. Le pasó sobre todo en Asia, donde los elefantes asiáticos y las personas viven cada vez más hacinados. Pese al largo tiempo que se ha destinado a estudiar los elefantes africanos, buena parte de la investigación sobre los elefantes asiáticos está rezagada, por eso nuestro artículo principal de las siguientes páginas se centrará en esta especie.

Sin embargo, Kahumbu también conoció a personas resueltas a salvarlos. Y ahí radica una de las mayores aspiraciones de esta serie, que “amplía su trabajo, su nombre, sus voces, sus logros, para que empecemos a apoyar los lugares que están haciendo un buen trabajo”.

EESTAMOS CRUZANDO una zona llena de lodo y, de repente, Nisar Ahmed M.K. nos hace una seña para que nos acuclillemos. El follaje que nos rodea se abre hacia un estanque, donde algunas crías de elefante juegan en el agua a derribarse. El resto de la manada, de unos 20 elefantes, observa de cerca en ese plantío de café en Hassan, un distrito en el sur de India.

Detrás nuestro están las habitaciones del plantío, estructuras sencillas con techo de teja roja, cuyos residentes suelen cruzarse con estos paquidermos de muchas toneladas. Entre 2021 y 2022, los elefantes mataron a 12 personas en Hassan, cuya población es de 1.8 millones. En el mismo periodo murieron cuatro elefantes, uno de ellos a causa de un disparo, otro electrocutado y a otro lo atropelló un tren. Nisar cuenta que la mayoría de los cerca de 65 elefantes en la región llevan bultos que, se cree, son heridas de bala. Se trata de una coexistencia incómoda.

Por eso, Nisar —coordinador en el campo para la Fundación para la Conservación de la Naturaleza, un organismo sin fines de lucro con sede en Mysuru, a unas horas de ahí— y sus colegas operan un sistema de alerta anticipada para ayudar a la

gente a no estorbar a los elefantes. Cuando se sabe que hay animales en la zona, se anuncia su presencia con señalamientos en cruces de carreteras, se encienden radiofaros y los residentes reciben mensajes de texto y voz en sus teléfonos. No obstante, como todo ejercicio que involucra a los seres humanos, no siempre es así de fácil. Temprano ese día, mientras Nisar maneja su jeep por un camino de terracería, buscando la ubicación de un animal que lleva un collar con radiotransmisor, se percata de un montón de paraguas e impermeables de colores vívidos; la gente no es consciente de que solo unas hileras de plantas de café robusta la separan de los elefantes. Maldice y se detiene para recoger a una mujer y tres niños en uniformes escolares. Ella admite que recibió un mensaje con la alerta de los elefantes cercanos, pero tenía que recoger a los niños de la escuela y no tiene acceso a un vehículo. Esta es la realidad en varias zonas de India, Sri Lanka y el sureste asiático, donde los elefantes y la gente se pelean por el espacio en un entorno cada vez más dominado por el ser humano. Alguna vez, estos animales sumamente sociables se encontraban a lo largo de Asia, incluyendo China, y llegaban hasta el río Éufrates. Ahora, los elefantes asiáticos son una especie en peligro de extinción: sobreviven en solo 5 % de su territorio histórico. Las ciudades en expansión y la infraestructura han fragmentado sus hábitats, y las plantas invasoras que desplazan sus fuentes de alimento habituales podrían suponer una

amenaza aún mayor. Si bien es difícil llegar a una cifra clara, es posible que queden menos de 50 000 elefantes asiáticos salvajes, 30 000 de los cuales habitan India. Investigadores y conservacionistas coinciden en que, para que la especie sobreviva, la gente y los elefantes deben llevarse bien. Y falta mucho para lograrlo. Entre 2020 y 2022, la gente en Sri Lanka mató a más de 1100 elefantes y casi 400 personas murieron durante encuentros con ellos. En India, entre 2018 y 2020, 300 animales y 1 400 personas murieron a raíz de conflictos entre humanos y elefantes.

Un sistema de alerta anticipada para que la gente no estorbe a los elefantes, mediante señalamientos en carreteras, radiofaros y mensajes de texto y voz.

Vivir en paz con un animal tan inteligente y adaptable exige que se comprendan a fondo sus estructuras sociales. Si bien desde hace tiempo hay un cúmulo de conocimiento sobre el tema, los científicos han estudiado mucho menos al elefante asiático que al africano, sobre todo en su hábitat natural, de modo que, en el curso de las últimas dos décadas, un dedicado grupo de investigadores ha estado llenando estos huecos y, al hacerlo, ha revelado un animal distinto de su contraparte africana.

Uno de esos individuos es Prithiviraj Fernando, quien lleva más de 30 años estudiando esta especie, sobre todo en Sri Lanka, donde cerca de 6 000 elefantes comparten casi 70 % de su hábitat con los seres humanos. La mayoría de las extensas presas en la isla sueltan agua durante la sequía, lo cual crea frondosos pastizales que atraen a los paquidermos. “Los elefantes asiáticos son una especie EDGE [especies distintivas desde el punto de vista evolutivo y en peligro de extinción]”, indica Fernando. A su vez, prosperan fuera de los límites del bosque.

Es una tarde soleada y con brisa de septiembre en el Parque Nacional Kaudulla, en la parte norcentral de Sri Lanka, una zona protegida alrededor de la reserva de Kaudulla. El nivel del agua ha retrocedido, exponiendo una extensa planicie de pasto fresco en donde 23 elefantes están ocupados comiendo. Jennifer Pastorini, quien dirige el organismo sin fines de lucro Centro para la Conservación e Investigación con su esposo Fernando, toma muchas fotografías y videos de la manada. Estos brindan información sobre su condición física, como las heridas que reciben durante sus encuentros con la gente u otros elefantes, y permiten observar las relaciones entre estos animales.

Es complicado estudiar las interacciones sociales de los elefantes asiáticos. Para empezar, es difícil observar de forma sistemática a los animales en los bosques o matorrales. Y cuando se les puede ver juntos en el mismo lugar, “casi siempre se ignoran”, dice Pastorini. Durante buena parte de la tarde en Kaudulla, los elefantes se concentran en comer, deambulan de un lugar a otro por el pastizal, meciendo la cola y sacudiendo las orejas. Los elefantes asiáticos dedican cerca de 16 horas al día a comer pasto, hojas y corteza. Esta dieta prodigiosa –más de 100 kilos al día– exige una zona vasta, por eso el elefante asiático puede habitar una superficie de cientos de kilómetros cuadrados.

Va a anochecer. Una hembra adulta y su cría empiezan a atravesar el pastizal más o menos en línea recta hacia nosotros. En su camino hay un grupo de tres hembras adultas y dos crías. A medida que el par se acerca al grupo, Pastorini comenta: “Vamos a ver si interactúan”. Lo hacen, se agrupan y entran en contacto mediante sus trompas, lo cual podría ser un gesto de conexión. Durante años, los científicos supusieron que las estructuras sociales de los elefantes asiáticos eran similares a las de los elefantes de la sabana africana. A simple vista era cierto: estas dos especies longevas se reúnen en manadas de hembras adultas emparentadas y sus crías, y los machos se separan del grupo en la adolescencia, cuando tienen entre ocho y 13 años. No obstante, el aspecto mejor

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